Young man standing on the edge at the top of Lion's head mountain in Cape Town with a beautiful sunset view

Toda la creación es un signo de belleza y bondad. El ser humano la dignifica. En todas las culturas y a través de la historia, no sólo de la religión, sino de todos los pensadores y filósofos, a excepción de algunos, se ha podido constatar que el ser humano se erige en lo más sagrado de la creación. Ante las nuevas ideologías que rondan por el mundo, vale la pena recordar el valor integral que Dios ha otorgado a cada ser humano. En las primeras páginas de la Biblia leemos: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó: varón y hembra los creó” (Gn 1, 27). La naturaleza tiene unos códigos que si se cambian ella misma se revuelve y se indigna.

Tal vez el ser humano, apresado por su vanidad de poder, quiere hacer de lo más sagrado su propia creación y esto no sólo es injusto sino que se apropia de algo que no es suyo. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor: así que, ya vivamos o muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó Cristo; para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14, 7-9). Pensemos en las corrientes ideológicas o políticas que tratan de monopolizar, a base de votos parlamentarios,  en algo en lo que no tienen derecho a utilizar a su antojo. Tanto el aborto como la eutanasia es un signo de prepotencia, de irracionalidad y de falsa libertad. Los frutos van a ser muy amargos, ya lo son, pero no les interesa.

La dignidad de hecho no se identifica con los genes de su ADN; tampoco depende de su tener o de su capacidad de hacer, tanto menos de su pertenencia a una raza, cultura o nación; y no disminuye a causa de la eventual presencia de diversidad física o de defectos genéticos. El fundamento de la auténtica y plena dignidad, presente en cada ser humano, está en su ser creado por Dios. “La dignidad de la persona humana se radica en la creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de libre voluntad la persona humana está ordenada y llamada, con su alma y con su cuerpo, a la felicidad eterna” (Compendio del Catecismo, nº 358). Es curioso observar que, con mucho desparpajo, se ha puesto de moda la afirmación: “Nada ni nadie me impide hacer de mi vida lo que quiera y lo que desee. Soy dueño de ella”. Y lo podemos comprobar en el ambiente de la droga, de la utilización del sexo, de la opción de la madre para abortar o del enfermo para adelantarle la muerte.

Participar del señorío de Dios sobre el mundo significa que el ser humano ejerce tal señorío sobre la creación visible sólo en virtud del privilegio que Dios le ha conferido. No es el señor principal sobre el mundo. Dios, el creador del mundo, es el Señor por excelencia sobre el mundo. El ser humano es un administrador pero no dueño. Está llamado a administrar con responsabilidad sobre el mundo creado. Esta administración “debe medirse con la solicitud por la calidad de vida del prójimo, comprendida la de las generaciones futuras, y exige un religioso respeto de la integridad de la creación” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2415). La contaminación no sólo debe aplicarse al deterioro de la naturaleza sino también a la que hace del ser humano un objeto y donde el sujeto nada tiene que ver.

Es curioso que se hable tanto de derechos humanos y que después en la realidad se contradiga puesto que no se respetan. La naturaleza es sagrada y mucho más el ser humano. Todo lo que degrada a la naturaleza degrada al ser humano y todo lo que dignifica a la naturaleza, dignifica al ser humano. Concluyo con lo que dice el Compendio del Catecismo: “La ley natural, inscrita por el creador en el corazón de cada ser humano, consiste en una participación de la sabiduría y de la bondad de Dios y expresa el sentido moral originario, que permite al ser humano discernir, por medio de la razón, el bien y el mal. Esa es universal e inmutable y pone la base de los deberes y de los derechos fundamentales de la persona, igualmente los de la comunidad humana y de la misma ley civil” (nº 416). Los sabios nos dicen “intelligenti pauca” (al inteligente pocas cosas), esto es, que al inteligente le son necesarios pocos datos para entender una determinada situación o que la persona inteligente comprende las cosas enseguida.

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