Homilía con motivo del aniversario de la muerte del Rey Sancho VII el Fuerte, en pasado 10 de abril, en la Colegiata de Roncesvalles 

 

En el contexto del año Jubilar de Ntra. Sra. de Roncesvalles queremos asegurar que la fe nos une para dar sentido a nuestras vidas. No hay mejor regalo, para el ser humano, que mostrar aquello que somos y esto lo sabemos porque Cristo ha vencido el pecado, ha derrotado a la muerte y nos ha glorificado con su Resurrección. La vida humana tiene un certificado que sólo Jesucristo puede conceder y es saber que la vida terrena tiene un fin pero Jesucristo nos ha demostrado con su vida y conquistado con su Resurrección que la vida pervive en la eternidad. Todos llevamos sellado en el corazón que el amor es la esencia del mismo y por ello hemos de trabajar para que la vida se vaya construyendo en lo que permanece y se desvanezca no en lo pasajero. Esto le ocurrió a Leví que era recaudador de impuestos, como hemos escuchado en el evangelio, puesto que sintió la llamada de Jesús: “Sígueme. Y él dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (Lc 5, 27-28). Es un seguimiento consentido y libre que percibe lo mejor, aunque Leví tuviera la impresión que el prestigio personal dependiera del aplauso de los demás. La sabiduría reside en conseguir lo auténtico. Lo caduco no tiene más sentido que lo que tiene: un tiempo corto.

La experiencia de la sabiduría corre por el mismo camino y sin fruncir el ceño se lanza con alegría para constatar  lo que tiene fin y asegurarse de lo permanente. “No hay que extrañarse del hecho de que aquel recaudador de impuestos, a la primera indicación imperativa del Señor, abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaba a aquel que él veía carecer en absoluto de los bienes. Es que el Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que le siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible” (San Beda, Homiliae 1, 22). Es la fiesta del gozo que se muestra en los que siguen las consignas del Maestro que es Jesucristo.

La conversión es tan gozosa que tiene como fruto la fiesta y la alegría. “Y Leví preparó en su casa un gran banquete. Y había una gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa” (Lc 5, 29). La fe junto con la alegría mueve montañas. Y para eso ha venido Cristo para hacernos gozar de su amor misericordioso. Muchos no comprendían la cercanía que tenía a los pecadores que les llega a decir: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Lc 5, 32). El gran reto de nuestra época es esta propuesta de Jesucristo que ayuda a entrar en lo más profundo del ser humano. No estamos aquí para más o menos pasar por la vida; estamos aquí en la tierra con la mirada puesta en lo que nos puede dar y otorgar el futuro, y esto lo sabemos si hemos correspondido y sido consecuentes en la propuesta que nos ha venida ofrecida por Jesucristo. Nos ha llamado para, purificado nuestro corazón del pecado, pasemos a la mejor experiencia que jamás hemos podido soñar: la libertad y el amor permanente y eterno.

Estamos celebrando la Eucaristía que, con su propia gracia, nos ayuda a rogar por los difuntos y ofrecer sufragios por ellos. Hoy de modo especial la ofrecemos por el rey Sancho VII de Navarra (apodo que se le puso de el Fuerte por su enorme estatura y fortaleza). La historia de este rey se ha venido anunciando, durante estos días, por los medios de comunicación. Ahora me quiero fijar en lo que ocurrió el año 1212 en la batalla famosa de Las Navas de Tolosa. Cuentan que las relaciones con el rey Alfonso VIII no eran del todo perfectas, pero unido a él y a otros reyes cristianos iniciaron esta batalla de Las Navas de Tolosa y Sancho el Fuerte a un cierto momento llegó hasta la tienda de Muhammad An-Nasir, conocido con el sobrenombre de Miramamolín, califa almohade. Sancho el Fuerte en aquel momento cortó las cadenas que protegían la tienda y según la leyenda las hizo colocar en el escudo de Navarra, en recuerdo de esta gesta de liberación.

Basándonos en este gesto bien podríamos –como metáfora- recordar lo que supone en la experiencia humana ‘romper las cadenas’ del egoísmo, de las faltas de entendimiento, de los hostigamientos, de las enemistades, de los autoritarismos, de las violencias de todo tipo y así podríamos seguir con tantas cadenas que es necesario romper para que impere el auténtico humanismo. Roncesvalles está en los inicios del Camino a Santiago y por aquí peregrinan muchos con la conciencia viva de llegar hasta el Apóstol. En sus corazones revolotean inquietudes y el hecho de dirigirse hacia esta gran figura humana y cristiana no es por deporte sino por devoción. Tal vez muchos de ellos, con su peregrinaje, quieren denunciar e incluso proclamar que la sociedad está necesitada de mayor espiritualidad y menos inmanentismo materialista.

El espíritu laicista que muchas veces aparece en la sociedad nos puede llevar a la laxitud de los ideales, relegando el humanismo cristiano, a un plano meramente secundario o incluso innecesario. ¡Es un error! Se ha de volver al espíritu de la cultura de la responsabilidad, de la verdad, del espíritu humanista y cristiano, de una ética y moral que regenera a la persona y a la misma sociedad. Esta es la finalidad por la que, durante este año, celebramos el Año Jubilar de Nuestra Señora de Roncesvalles y para más abundar en dones y gracias se ha iniciado el Jubileo Compostelano que durará dos años.

Os invito para que pongamos lo mejor de nosotros mismos en este año Jubilar a fin de que las efemérides que celebramos construyan un mundo más justo, más unido, más lleno de amor y misericordia fraterna, más pacífico y que cuando nos miremos cara a cara podamos decir que somos más hermanos que personas indiferentes. Así se lo pedimos a la Virgen Nuestra Señora de Roncesvalles.

 

 

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