La esperanza nos motiva a afrontar cualquier adversidad

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Hemos comenzado un nuevo curso en las Universidades, en los Institutos, en los Colegios y en todos los ámbitos de educación. Es momento para celebrar la apertura de un tiempo que nos anima a la esperanza y a luchar a pesar de las dificultades de epidemia que restan. Es bueno saber afrontar estas circunstancias con la lógica de la tranquila posición que se convierte en aceptar lo adverso con la fuerza de la esperanza. Ahora bien la esperanza tiene una base y es la de eliminar los miedos y los traumas existenciales convirtiéndolos en confianza más allá de lo palpable o visible. Y esta confianza, si se sabe gestionar bien, tiene una columna vertebral y es la de apoyarnos y dejarnos alimentar por la providencia de Dios. Los traumas más nefastos que hoy se dan en la sicología humana, tienen su origen en la baja estima personal y en los apoyos en cosas banales y superficiales.

La Iglesia nos indica la forma de vivir y fomentar la esperanza: “La esperanza es una virtud que no se ve: trabaja desde abajo; nos hace ir y mirar desde abajo. No es fácil vivir la esperanza, pero yo diría que debería ser el aire que respira un cristiano, el aire de la esperanza; de lo contrario, no podrá caminar, no podrá seguir adelante porque no sabe a dónde ir. La esperanza –esto sí es verdad- nos da seguridad: la esperanza no defrauda. Jamás defrauda. Si tú esperas, no te decepcionarás. Debemos abrirnos a esa promesa del Señor, inclinándonos hacia esa promesa, pero sabiendo que hay un Espíritu que trabaja en nosotros” (La esperanza es como echar el ancla a la otra orilla, Papa Francisco). En todo momento de la vida, la esperanza nos sostiene para vivir con más positividad y si caemos en el pesimismo se seca la fuente del gozo y la alegría que son imprescindibles para dar sentido a la vida. La felicidad es la razón de ser de la vida.

En el nuevo curso que comenzamos, en el deseo de todos existe, que las “situaciones y las circunstancias deben ir a mejor”. Es la frase que utilizamos todos y desde todos los ámbitos. Pero hemos de tener cuidado puesto que no todo se realizará según nuestras expectativas y deseos. Por eso es muy importante tener la capacidad de afrontar, venga lo que venga, con el espíritu positivo de la esperanza. Esto se concreta viviendo el “momento presente” con fortaleza y sin falsos subterfugios y aprovechando siempre lo que nos dice Jesucristo: “Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo” (Mt 14, 27). El miedo es la puerta que abre las habitaciones interiores que albergan la desconfianza, la fatiga existencial, la angustia, la pereza, la tristeza y la ansiedad.

Es muy importante presentar la vida de los santos a nuestros jóvenes y pueblo fiel para entender que ellos tuvieron miedos, depresión, angustia… pero nunca se rindieron ante tales situaciones. Pensemos en Edith Stein, que adoptó en el convento el nombre religioso de Teresa Benedicta de la Cruz tras convertirse y consagrarse a Dios radicalmente. Fue capaz de perseverar hasta el martirio, manteniendo la lucidez, la fe, la esperanza y el amor incluso en la prisión y en la ejecución a la que fue sometida cobardemente en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. En su juventud era muy tímida y ella misma dice: “Me encontré gradualmente en profunda desesperación… No podía atravesar la calle sin querer que un carro me atropellara y no saliera viva de ahí”. Sufrió intensamente la depresión porque era despreciada y humillada por ser mujer y de origen judío. Leyendo a Santa Teresa de Jesús encontró en Dios la Verdad. Abrazó la gracia con tanta sed que de ella sacaba fuerzas. Y ahí tenemos a una gran santa que puso su vida en Dios y de Él sólo se fiaba. Tanto lo vivió que llegó a ser santa.

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