Homilía de la celebración del LXXV Aniversario de la coronación de Santa María la Real, en la Catedral de Pamplona, el pasado 21 de septiembre de 2021

 

Estamos celebrando los 75 años de la Coronación de la Virgen de Santa María la Real de la Catedral de Pamplona. Quiero, más que fijarme en los hechos históricos cultuales de cómo fue coronada, fijarme en la Virgen como Reina que nada ni nadie la podrá destronar. La coronación de la Virgen tiene el significado de proclamar la realeza de Nuestra Señora, puesto que ella es Reina del Universo y no por un sentimiento devocional o incluso metafórico, sino en el sentido más estricto. Ella fue elegida de Dios y la preservó del pecado original porque iba a ser Madre del Rey Universal: Jesucristo. Es una Reina especial puesto que todo el género humano, gracias a su disponibilidad en Nazaret cuando se la anuncia que va a ser Madre de Dios, ella no lo rehúsa sino que lo acepta. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 34). Es una disposición que no sólo realiza para sí sino para el bien de toda la humanidad.

Su sentido de Reina no es como se percibe en el ambiente social o político sino que tiene una significación especial puesto que gracias a su disposición -ante la voluntad de Dios- ayuda, siendo medianera, en Cristo Jesús,  y así romper  la miseria y el pecado que estaba el ser humano: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad fue desatado por la Virgen María por su fe; y comparándola con Eva, llaman a María MADRE DE LOS VIVIENTES, afirmando aún con mayor frecuencia que la muerte vino por Eva, la vida por María” (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 56). ¡Y esto no tiene vuelta atrás y permanecerá para siempre María como Reina! Es la santidad que siempre permanece y reinará por siempre y eternamente.

La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes. Virtudes sólidas evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios; la obediencia generosa; la humildad sincera; la caridad solícita; la sabiduría reflexiva; la piedad hacia Dios pronta al cumplimiento de los deberes religiosos, agradecida por los bienes recibidos, que ofrece en el templo, que ora en la comunidad apostólica; la fortaleza en el destierro, en el sufrimiento; la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor; el vigilante cuidado hacia el Hijo de Dios desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz; la delicadeza previsora; la castidad virginal; el amor a los pobres y sencillos. Todo esto es signo fehaciente de su Reinado.

Intentar referir algo de lo que la Virgen María como Reina haría en los comienzos de la evangelización, resulta imposible y parece temerario. La parquedad de los Hechos de los Apóstoles choca frontalmente con aquello que viene a nuestra imaginación y pensamiento durante la vida de los Apóstoles hasta la muerte del evangelista San Juan. Quizás sea preferible, más que hablar y escribir, dejar a cada uno de los hijos fieles de la Iglesia que mediten y contemplen y sean ellos los que en el interior de su corazón, iluminados por la que es “Reina de la Paz” y “Estrella de la nueva evangelización’’ experimenten la luz de sus enseñanzas evangelizadoras  y el calor maternal de sus inspiraciones. Cristo hizo que su bendita Madre iluminara a la Iglesia con santas y sublimes enseñanzas. Su resplandor no tiene ocaso, porque procede de Dios, que es la eterna Luz.

Ante cualquier imagen de María Reina todos nos encontramos acogidos. Su acogida alivia y alienta en medio de nuestras dificultades y debilidades. ¡Ojalá que sea esta actitud la que mueva el corazón de los nuevos evangelizadores para atraer a tantos que se sienten faltos de amor, de paz y de justicia! ¡Que la participación en los sacramentos nos lleve a vivir una experiencia de amor a Dios y al prójimo! ¡María es la mejor Maestra! ¡Acudamos a ella con fe, como el hijo a su Madre! ¡Es Reina porque en su vida sólo tuvo un Huésped que fue el Espíritu Santo! ¡Por obra de Él se encarnó el Hijo de Dios en su seno! ¡Y el Padre la acogió como inmaculada para que su Reino de Amor crezca en todos los corazones! ¿Podemos pedir más por esta creatura excepcional que Dios nos ha regalado? ¡Reina y Señora ruega por nosotros! ¡Bien mereces ser coronada Reina por tu Pueblo! ¡Eres la más hermosa Madre que siempre estás a nuestro lado y nos levantas cuando caemos! ¡Gracias María bajo la advocación del Sagrario y de la Real y de la Catedral de Pamplona! ¡Ayuda a este pueblo de Pamplona y a toda nuestra Navarra Foral! Amén.

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