Hoy estamos celebrando la Segunda Javierada y todos nos hemos acercado buscando dar razones a nuestro corazón que busca y quiere respuestas ante las circunstancias de nuestra vida. Pensemos que el corazón es muy sensible puesto que Dios lo ha creado, según su designio de amor, para amar. Por eso si hay un signo de auténtico humanismo, el amor misericordioso, es decir, el perdonar y el sentir el perdón es de un calado tal que provoca la paz y la fraternidad que tanto anhelamos. San Francisco de Javier cuyo 400 aniversario de su canonización celebramos hoy puesto que el 12 de marzo del año 1622 el papa Gregorio XV así lo proclamó junto a San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri… nos hace recordar que la fama pasa y tiene poco recorrido, sin embargo la santidad es una gracia que tiene su origen en el Amor de Dios y esta gracia llega hasta la vida eterna. Es encomiable cómo vivió San Francisco lo que hoy nos dice el evangelio: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 44-46). Así lo demostró en muchos momentos y de modo especial -poco tiempo antes de morir- cuando sufrió, por envidia, maltrato verbal producto de las mentiras y persecuciones que incitaban a hacerle perder su reputación. No obstante, estas circunstancias, aprendió, en todo, a perdonar porque en su corazón sólo tenía una enseñanza y una fuerza especial que era la que recibía de Jesucristo y su evangelio.

Ahora bien quien nos enseña a vivir, con la fuerza del perdón, es Jesucristo cuando maltratado y crucificado llega a pronunciar: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). No hay auténtico amor si no hay un corazón que sabe pedir perdón y sabe perdonar. Nadie puede arrogarse que es puro y limpio de corazón. ¡Todos somos pecadores! De ahí que Jesús ante los que condenaban a la mujer pecadora les dice:”El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero” (Jn 8, 7). Mírese cada uno a sí mismo, se adentre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a confesarse pecador. A pesar de esta claridad que vive Jesucristo e invita a sus seguidores, nos encontramos que para muchos, este modo de proceder, es un escándalo; no se entiende puesto que se piensa que pedir perdón y perdonar es de cobardes.

Nada hay más digno que vivir el amor con humildad de corazón. El perdón no sólo humaniza sino que es la mejor medicina para el corazón roto y destrozado puesto que pasa, si ha vivido el perdón, a ser un corazón renovado y salvado. Al constatar las circunstancias tan crueles que siguen pasando en nuestra sociedad, me hace recordar la experiencia de una persona, renovada por la misericordia, que afirmaba que “Jesús pide el perdón para quienes están siendo sus verdugos. Ésta será siempre una tarea difícil, lo sabemos bien en nuestro país cuando nos hemos dejado llevar por venganzas y por odios que nos han destruido por mucho tiempo. Para muchos, el verdadero perdón se expresa cuando estamos frente a nuestros verdugos y con la posibilidad de actuar en su contra y aún, así, no lo hacemos. Por supuesto, siempre buscamos que se nos haga justicia, pero si somos capaces de perdonar, somos capaces de iniciar nuevas lógicas y nuevos caminos. La vida de Jesucristo siempre fue una invitación a perdonar e incluso a ir más lejos… la de amar a nuestros enemigos. Tal realidad es posible cuando renunciamos al odio, cuando dejamos que la venganza dé paso al perdón y cuando en lugar de quedarnos atados al daño que se nos ha hecho, somos capaces de mirar adelante con esperanza y misericordia”. Lo contrario se convertiría en una tortura permanente y en una frustración existencial.

Hemos de tener presente que saber perdonar lleva consigo dejarnos perdonar por Dios. Me admira y siempre es un recuerdo maravilloso cuando he participado y participo en el sacramento de la Penitencia tanto como penitente o como ministro de tan excelso sacramento. Veo que renueva mi corazón y observo que renueva a otros. Por eso la Iglesia siempre ha proclamado que convertirse es camino que lleva a la paz de la conciencia y a la paz entre hermanos. Si confesamos nuestro pecado ante Dios nos convertimos en un excelente signo de la mejor medicina que sana y fortalece al ser humano: sentirse perdonados por Dios. Las manos abiertas de Dios siempre están disponibles para acogernos si identificamos la ofensa, el pecado, el vicio, el fracaso, la infidelidad… Y todo quedará sanado si se reconoce que sólo Jesucristo nos puede curar. De ahí se deduce que cuando nos sentimos perdonados es mucho más fácil, en los momentos duros y difíciles, saber perdonar al que nos ha ofendido. Si algo está necesitando nuestra sociedad es la reconciliación y esta se convertiría en la mejor medicina para el corazón angustiado, miedoso y traumatizado para transformarse en un corazón liberado, resuelto y amoroso. La certeza es  que Jesucristo pagó el castigo por los pecados que cometimos en nuestra ignorancia e incluso por los pecados que cometimos deliberadamente. De ahí por otra parte nos indicó que la mejor partida ganada es cuando sabemos que no sólo hemos sido  perdonados sino que perdonamos a quien nos ha ofendido.

Ruego a María Madre nuestra que nos ayude a vivir con sencillez lo que nos muestra el evangelio de hoy. No se entiende si miramos con raciocinios excluyentes y exclusivos  y no según la mente de Dios. Aprendamos de los santos a saber orientar nuestra vida por caminos de amor, de misericordia y de paz. Que San Francisco de Javier nos oriente en nuestro quehacer cotidiano y que el amor venza al odio y a la violencia y reine la paz que todos deseamos.

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