Condiciones y frutos de la Eucaristía
Cuando Jesús instituye la Eucaristía piensa que es una forma de manifestarse y de hacernos partícipes de su misma vida. Se nos da como alimento. Fragua a la comunidad, de hijos de Dios, fortaleciéndola. “Jesucristo nos ha abrazado con demasiado amor porque nos ha unido a sí de tal manera que está él mismo en nosotros y él mismo penetra en nuestras vísceras… El amor divino produce un éxtasis. Justamente es llamado éxtasis el amor divino, porque traspone a Dios en nosotros y a nosotros en Dios: “ek-stasis”, en efecto, es una palabra griega que significa transposición. Jesús de hecho dice: ‘el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él’ (Jn 6,56). Dice ‘permanece en mí’, es decir, es puesto fuera de sí; y ‘yo habito en él’, o sea, soy puesto fuera de mí… su caridad penetra en nosotros y nos atrae a sí. Y no sólo nos atrae a sí, sino que nos arrastra dentro de sí y él mismo penetra en nosotros hasta la médula” (San Alberto Magno). En la Eucaristía se dan condiciones y frutos:
A) CONDICIONES:
I. Creer en la doctrina de Jesucristo. Es decir vivir según las enseñanzas de Jesucristo. Asumir todo el Evangelio no sólo como norma de vida sino también como experiencia concreta que nos hace vivir en Jesucristo.
II.- Estar bautizados. La profesión de fe es coronada por la recepción del bautismo que nos incorpora al Cuerpo místico de Jesucristo.
III. Arrepentirse y confesar los propios pecados para acercarse a la Eucaristía con una actitud nueva y un corazón puro.
IV. Reconciliarse con los hermanos con los que no se esté en paz.
V. Estar en unidad con la iglesia, con el Obispo. Cuando S. Ignacio de Antioquía dice esto no es porque al Obispo no se le deba decir lo que uno siente o comprende sobre situaciones personales, familiares o eclesiales. Se refiere porque algunos en la comunidad que él regia, estaban en contra sin percatarse que el Obispo tiene una representatividad que procede del Señor y tiene un servicio que nadie puede usurpar.
VI. Desear aquella unión con Jesucristo y con los hermanos que la Eucaristía produce.
B) FRUTOS:
I. Nos transforma en Jesucristo: “El Señor quiso unir su vida divina a la nuestra tan íntimamente, tan amorosamente, hasta convertirse en alimento nuestro, y de este modo hacernos partícipes personalmente de su sacrificio redentor… para injertar e introducir a cada uno de nosotros en su designio de salvación, abierto a toda la humanidad” (Pablo VI).
II. El alimento para el viaje del Pueblo de la nueva Alianza. Tantas veces nos sentimos tentados de ‘alimentarnos’ de otros manjares: Los propios logros, la santidad como conquista personal, la misma vida de oración debe tener como entronque fundamental a la Eucaristía. “La comunidad no tiene sentido si no es desde la Eucaristía. Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad” (Concilio Vaticano II).
III. Aumenta en quien la recibe la caridad. La Eucaristía da la “divina caridad, la luz de la sabiduría, alegra el alma y el corazón y enardece de tal modo al hombre que lo hace salir de sí mismo, remontándolo hasta el punto de no verse ya a sí mismo, sino por Dios, y a Dios por Dios, ya al prójimo por Dios” (Mensaje de Santa Catalina de Siena).
IV. Provoca preocupación y ayuda por los necesitados y marginados. “Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre. La conciencia de esta dignidad se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo” (Juan Pablo II).
V. Efecto cósmico de la Eucaristía. “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día” (Jn 11,25). La Eucaristía da también vida para el otro mundo. ❏