Recuerdo con mucha alegría lo que decía Santa Teresa de Calcuta cuando afirmaba que la sonrisa tiene un poder especial: “Sé feliz en el momento presente, con eso basta. El momento presente es todo lo necesario, nada más. Sé feliz ahora y, si con acciones demuestras que amas a los demás, incluyendo a los que son más pobres que tú, también les darás felicidad a ellos. No cuesta mucho: puede ser simplemente ofrecerles una sonrisa. El mundo sería un lugar mucho mejor si todas las personas sonrieran más. Sonríe, entonces, demuestra alegría y celebra que Dios te ama”. Muchas veces lo hemos podido comprobar que cuando nos sonríen es, como la puerta abierta, que nos hace respirar al alma sedienta de amor y comprensión.
Es muy común afirmar que sonreír es el arma que cambia lo malo en bueno. Cuando nos levantamos y sonreímos, ante el espejo, parece que algo positivo ocurre en nuestra vida. No es lo mismo cuando nos saludan con una sonrisa que cuando nos ponen una cara de seriedad. La primera nos esponja el alma, la segunda nos oprime interiormente. Por eso Jesús nos dirá en las bienaventuranzas: “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 12). Si contagiamos esa alegría hace posible que la gente disfrute de la vida disfrutando del día a día.
Si nos convertimos en personas apacibles la gente se preguntará: ¿Por qué está siempre tan feliz y no para de sonreír? y ¿Quién es el motor de su sonrisa? La respuesta generalmente es siempre la misma: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra comprensión sea patente a todo el género humano… Y la paz de Dios que supera todo entendimiento custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4, 4-7). No hay testimonio auténtico si no se impregna de un amor que lleva a la felicidad.
Tanta importancia tiene la sonrisa que, en la publicidad, se utiliza como apertura para conseguir los objetivos que se pretenden. Esto ciertamente no es más que una máscara para buscar, con todos los medios, llegar a la consecución de los propios intereses. En muchos casos están contaminados por la mentira y por el fraude. Así lo refería San Pablo: “A los ricos de este mundo ordénales que no sean engreídos y que no pongan su esperanza en las riquezas perecederas, sino en Dios, que nos provee de todo con abundancia para que lo disfrutemos: que hagan el bien, que se enriquezcan con buenas obras, que sean generosos al dar y hacer a otros partícipes de sus bienes, que atesoren para el futuro unos sólidos fondos con los que ganar la vida verdadera” (1Tm 6, 17-19). La felicidad no la puede dar la prepotencia de poseer para sí; la felicidad viene regalada por la generosa sonrisa que se hace solidaria con los más necesitados.
Concluyo con otro texto de Santa Teresa de Calcuta: “El sufrimiento compartido y soportado juntos se convierte en alegría. No olvidemos que la pasión de Cristo desemboca siempre en la alegría de la resurrección. Cuando sientas los sufrimientos de Cristo en tu propio corazón, recuerda que la resurrección está cercana, que la alegría de la Pascua empieza a amanecer. Nunca permitas que la amargura se apodere de tu corazón, hasta el punto de que llegues a olvidarte de Cristo resucitado”. Es el momento para expresar, con una gran sonrisa, que bien merece la pena dejar que habite Dios en nosotros y que siempre nos mira con ternura; su sonrisa nos colma de gozo y alegría. La auténtica sonrisa está colmada de amor y cuando se ama de verdad la felicidad es segura. ❏

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