Wheres the escape. a fearful young woman feeling trapped by the crowd

Ante las diversas y múltiples enfermedades que hoy se detectan, hay una que debe ser atajada de modo especial y es la ansiedad, que es una reacción humana que afecta a la mente y al cuerpo. Situaciones como las que vivimos actualmente hacen mella con mayor facilidad en las personas, dando paso a sentimientos como la soledad, el miedo, la incertidumbre y la tristeza. Muchos se preguntan si se logrará conseguir una terapia para curar dichas limitaciones y afecciones que entorpecen la vida en su día a día. Se paraliza la mente y los resortes afectivos disminuyen. No hay momentos de serenidad sino que todo está sujeto a estas limitaciones. Se puede pensar que hacer una descripción de esta manera tan clara contradice el sentido de la positividad y anula la mirada hacia la esperanza. ¡Todo lo contrario! Sabemos que para curar una enfermedad conviene, lo primero de todo, definir cuál es y cómo se define la misma. Posteriormente los expertos en cada materia sea sicológica o espiritual podrán ayudar.
Me refiero más a la salud espiritual, que se manifiesta como experiencia del creyente en Jesucristo y en la enseñanza de la Iglesia como camino de madurez, no sólo espiritual sino que también lo aporta como ayuda a lo corporal y a lo psicológico. Con la serenidad interior se sobrellevan mucho mejor las circunstancias que toca vivir, sean gozosas o sean dolorosas. Desde el punto de vista antropológico sabemos que siempre surge una pregunta que todos nos hacemos en muchos momentos de la vida: “¿De dónde vengo?” Y la respuesta, ya inscrita en lo más íntimo de nuestro ser, responde que nacemos del Amor y estamos llamados para amar. Nuestro ser persona está cualificado esencialmente por el amor.
El amor marca el origen y el fin de la existencia humana. Y eso lo sentimos en lo más profundo de nuestro corazón. Y la realización de este amor nos libera de muchas ataduras como el miedo y la ansiedad: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se acongoje” (Jn 14, 27). De ahí la importancia que tiene el relacionarnos con Dios a través de la plegaria y encontrarle en el silencio interior para fortalecernos en el amor a los demás. Para disipar el miedo, la angustia, la soledad, las deficiencias, las limitaciones y las llagas que produce el materialismo no se superan si no es a través de encontrar la plenitud en la entrega sincera de sí mismo a Dios y a los demás. Si se niega la condición del ser humano como criatura que tiene su origen en un Dios que es comunión de Personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) la visión del ser humano será totalmente inmanente que nunca le saciará. Por eso se necesita lo trascendente para abrirse a lo que nunca fenece. Y esto motiva la vida y la ayuda a ser positivamente esperanzado.
Esta terapia espiritual que sana y fortalece tiene su base en la confianza en Dios misericordioso y, por tanto, no se ha de olvidar que en la experiencia de fragilidad e incluso en muchos casos de enfermedad en sus distintos niveles tiene una explicación en el hecho del pecado. “Si se niega la realidad del pecado la visión que se tendrá de las patologías psicológicas caerá en el ámbito del relativismo ideológico donde el pecado parece algo del pasado. La experiencia espiritual del pecado tiene consecuencias en la integralidad y madurez del ser humano (cuerpo, mente y espíritu). Existencialmente el ser humano se siente roto, vacío y disgregado y viendo experiencias opuestas a la comunión de amor a la que está llamado a vivir. El pecado es fuerza de ruptura y de manera especial con Dios, quien es la fuente de la vida” (Héctor Salinas, Psicólogo, Universidad para la Familia). Sanado el pecado y con la experiencia del sacramento del perdón se recupera la salud psíquica y espiritual.
De ahí se sigue que hemos de apuntar hacia lo alto y no sólo a lo inmanente pues Jesucristo trajo a la tierra la vida del Cielo: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las realidades de arriba… aspirad a las cosas de arriba y no a las de la tierra” (Col 3, 1-2). No satisfacen los alimentos corruptibles y los placeres de este mundo. Quien opta por el Evangelio cambia totalmente su mentalidad, trastoca el orden y los objetivos que el mundo nos propone, nos libera de los condicionamientos baladís y absurdos y nos lleva a una transformación radical puesto que todo ha sido elevado y cambiado por la Encarnación de Jesucristo. ❏

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