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Hay una pregunta que muchas veces nos hacemos: “¿Dónde reside y habita Dios?” Tiene una respuesta muy clara y expuesta por Jesucristo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Esta afirmación tiene un significado especial puesto que muchas veces tenemos la tentación de creer que Dios está “allá lejos en lo infinito” y sin embargo Jesucristo nos dice que está en lo más íntimo de nuestro ser o de nuestro corazón cuando amamos como Él nos ama y cuando amamos a los demás. Muchas veces nos dejamos llevar por nuestro racionalismo y damos vueltas y vueltas a nuestra mente para demostrar que Dios existe y vemos que a Dios se le muestra y después se le demuestra. No hace falta demostrar a Dios porque Él se muestra con su Amor y Misericordia. A la luz no se la demuestra sino que ella misma se muestra.
Aún recuerdo cuando era sacerdote, en mis primeros años, que un día estaba con un grupo de jóvenes y en el tiempo de reflexión sobre el evangelio, un joven airado me señala y me dice: “Tú me estás engañando porque me hablas de Dios pero estoy seguro que Dios no existe porque no le veo con mis ojos ni con mis sentidos. La Iglesia nos engañáis hablando de alguien que no existe…” Estaba a punto de marcharse airado y enfadado, entonces le dije: “Quédate y te explico cómo yo veo a Dios y te lo muestro”. Le dije que hay muchas cosas que no se ven pero se sienten y le puse el ejemplo del oxígeno que entra por nuestra nariz y sale por nuestra boca. Tú no lo ves pero lo sientes puesto que si no existiera no podrías respirar. Seguí explicándole: “Si tú vas a casa, pegas un portazo, vas a la cocina y te enfadas con tu madre que está preparando la comida y sales de ella al comedor y esperas que llegue la comida y maldices lo que ha hecho tu madre… Estás impidiendo que Dios esté ahí y en tu corazón. Por el contrario si vas abres la puerta, saludas a tu madre, le das las gracias y te ofreces a ayudarla… ¡Ahí está Dios! “Porque Dios es AMOR y donde hay caridad y amor ahí está Dios” como nos dice Jesucristo.
La palabra de Dios constantemente nos va educando en este ejercicio de descubrimiento de Dios: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y yo mismo me manifestaré a él” (Jn 14,21). Los santos lo comparan con el paraíso y así lo expresaba la Beata Isabel de la Trinidad afirmando que la “conciencia de esta habitación de Dios en mi vida (inhabitación) ha sido el hermoso sueño que ha iluminado toda mi vida, convirtiéndola en un paraíso anticipado” (Epistula 1906). En toda circunstancia gozosa o dolorosa que pueda suceder en nuestra vida lo único que eleva y da esplendor humano auténtico es la caridad. Cuando no hay comprensión o crítica que duele se ejercita lo que dice San Pedro: “Pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal” (1P 3, 17). Esta experiencia da aires de fiesta y de gozo porque el corazón exulta de alegría.
Habita Dios dentro de nosotros y, al mismo tiempo, habla y se expresa como es él. ¡Ésta es la morada de Dios y en ella nos habla!. “El centro más profundo del alma, es Dios” (San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 1,3). Se suele decir que un “gesto vale más que mil palabras”. Los gestos de Dios, manifestados en Jesucristo, han sido el mejor lenguaje que se pueda pronunciar y entender. La oración es el momento en el que Dios nos habla en silencio como esa madre que en silencio atiende al hijo mientras duerme. Es el lenguaje del amor que supera a cualquier palabra expresa o escrita. Es el único lenguaje que Dios entiende y nos comunica. ❏

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