Dios, amigo para siempre
Hoy celebramos el ‘día de todos los difuntos’ y llevamos, como expresión de cariño, flores a las tumbas de nuestros difuntos en el Cementerio. No es puramente un recuerdo, ni simplemente un acto nostálgico de memoria temporal o de alguien que pasó por aquí y nada más.
La fe nos hace ver que Dios nos ha creado por amor y al amor eterno nos llama. Las promesas de Cristo son tan reales que se harán plenitud de eternidad y por ello se cumplirán con total certeza. Los difuntos brillan en la Luz aun en medio de las tinieblas de la muerte. La vida vence a la muerte y esta es nuestra mejor suerte. San Agustín decía que ‘las flores se marchitan, las lágrimas se secan pero la oración (que nos hace palpar ya la vida que no acaba) permanece’.
En este día tengo presente -en la Eucaristía- a todos aquellos que han fallecido, a todos los navarros que vivieron en esta tierra y ya participan de la eterna compañía de Dios, amigo para siempre. El Cielo es una casa que construimos en la tierra y habitamos en la eternidad. Vivamos este día con la mirada puesta hacia arriba, donde los nuestros nos contemplan con amor y a ellos les mostramos nuestro cariño.