¿Secuestrar a Dios?

Ya se acercan las fiestas de Navidad y me cuesta creer que el motivo fundamental de las mismas, que es admirar y adorar al Hijo de Dios que nace en Belén, se olvide. No es a las montañas nevadas o a los ciervos llevando un trineo ni a los motivos más ecológicos a quienes festejamos. La fiesta es para un Niño-Dios que nació hace más de 2000 años en Belén. Y me pregunto: ¿se quiere olvidar o secuestrar a Dios? La alegría más grande que ha recibido la humanidad, en toda su historia, ha sido la gran noticia de que en Belén nació el Hijo de Dios. Nadie, ningún personaje superará este acontecimiento. El universo, la tierra y todas las generaciones que puedan sucederse harán mención al punto central de la Historia: que Dios se nos ha manifestado en el Niño de Belén.

Ni las técnicas más avanzadas, ni las sociedades más progresistas, ni las ideologías más saturadas de aparente razón podrán desplazar y menos olvidar este evento único que convulsionó y sigue convulsionando al género humano. Pero cuando las razones de vivir y actuar se centran en el ser humano como único principio y fin, sucede que la experiencia de Dios permanece como algo fuera de él mismo, todo lo más como algo que sucedió en el pasado pero sin incidencia en el presente. Cuanto más intenta el hombre ponerse en el lugar de Dios, más cae en la absurda tentación de buscar la forma de secuestrarle y de olvidarle.

Hay una razón que motiva este modo de pensar y actuar: la desviación de la trayectoria a la que está llamado el ser humano. Si tuerce su vida lo único que le lleva a una falsa justificación es la de negar a Dios, marginar y olvidar su nombre. Si su modo de proceder es totalmente diferente a los mandamientos de Dios no queda otro modo de actuar que la humildad de aceptar la propia fragilidad o la soberbia de sentirse molesto de que Dios exista. Pero por mucho que se quiera secuestrar a Dios jamás se le podrá destruir porque todo depende de Él: «En Él somos, nos movemos y existimos». Y si alguien lo intentara se sentiría profundamente frustrado.

El tiempo de Navidad es un gran regalo para todos, puesto que festejamos la cercanía y el nacimiento de Dios. También entonces le quisieron secuestrar, pero se perdieron en el intento: pasó por el trance de la pasión en la Cruz pero venció con la Resurrección; pensaban que después ya no existiría más y su promesa de «permanecer para siempre entre nosotros» se sigue haciendo viva y eficaz. Así como nadie puede apagar el sol aunque se ponga una sombrilla delante de sus ojos, lo mismo sucede con Dios: nada ni nadie podrá interponerse a esta Luz, que brilla mucho más que el mismo sol.

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