Homilía en la Eucaristía de la Apertura de Curso 2009-2010 del CSET e ISCR

Este curso se enmarca dentro del Año Sacerdotal que el Santo Padre ha convocado en la Iglesia universal. Podemos decir que iniciamos el curso académico del Año sacerdotal; por eso me gustaría hacerme eco de las directrices que el Papa nos marca, especialmente a los sacerdotes.

Comencemos por la palabra de Dios que acabamos de escuchar: «Todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo» (Flp3,8). Con la fogosidad que caracterizaba al Apóstol abre su corazón a los fieles de Filipos y les confiesa que su vida cambió desde su encuentro con Jesucristo, desde que comenzó a conocerle. ¡Conocer!, mejor, ¡conocer a Jesucristo! Este es el objetivo de la más importante de las ciencias.

1.- No voy a entrar aquí en el debate apasionante, y nunca resuelto del todo, sobre si la teología es una ciencia, pero sí quiero recordar la definición ya clásica de San Anselmo: fides quaerens intellectum. Desde la fe buscamos la comprensión de los misterios; el intelecto, decía el mismo santo doctor, debe ir a la búsqueda de lo que ama, y cuanto más ama más desea conocer: Ad te videndum factus sum, etsi nondum feci propter quod factus sum (Prosologio, 1). Y si queréis un consejo, repetiré el elogio que Pablo VI hacía de Santo Tomás cundo decía que poseía «audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y honradez intelectual propia de quien no tolerando el error, no rechazó a priori ninguna hipótesis razonable» (En el séptimo centenario de la muerte de Sto. Tomás).

La teología sólo cabe en quien tiene afán por aprender. Dios ha puesto en el hombre una sed de conocimiento que no se sacia con lo ya adquirido en el ámbito de las ciencias, de la técnica, de la filosofía o de las humanidades, en general. Nosotros, los creyentes y los sacerdotes, también estamos profundamente interesados por todo ello. Siempre queremos saber más. Pero no es suficiente. Ya Platón hablaba de que no basta una mera acumulación de conocimientos y habilidades; que es necesaria una paideia, una formación humana en las riquezas de la tradición intelectual. La teología son conocimientos, pero, sobre todo, es sabiduría y amor. San Pablo lo formula admirablemente: «Aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia, si no tengo amor, no soy nada» (1 Co 13,2). A los Filipenses, como hemos escuchado, les dice más: «por Él perdí todas los cosas y las considero basura con tal de ganar a Cristo»(Flp 3,8). Para el Apóstol, y para nosotros, todas las ciencias humanas son «basura» en comparación con el conocimiento –la gnosis– de Cristo Jesús, que implica conocerle y amarle. Por todo ello, aunque estudiéis muchas materias, tened en cuenta que hemos sido llamados a superar la sabiduría del mundo con la «ciencia del Amor» que se aprende de «corazón a corazón» con Cristo. En Él se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria de Evangelio, el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios.

2.- Sólo desde la atalaya del conocimiento de Cristo, que brota del amor, se puede conocer rectamente y se puede iluminar la realidad cambiante de la sociedad. «Vosotros sois la luz de mundo» ha dicho Jesús a sus discípulos y nos dice a nosotros. Es evidente que el logion que recoge San Mateo en el contexto del sermón de la montaña, ilustra el quehacer científico y ministerial de todos nosotros. Las realidades humanas, sus necesidades, sus diferencias sociales y tensiones internas no son «lugar teológico» para interpretar la revelación. Es al contrario, la Palabra de Dios y el conocimiento de Cristo son el único foco para iluminar e interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor. Ni los cristianos ni la Iglesia tenemos soluciones técnicas que ofrecer, pero tenemos la misión de transmitir la verdad para construir una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. «La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad que es la única garantía de libertad y de desarrollo humano integral» (Veritas in caritate, n. 9).

Para ser sal y luz del mundo sólo hay un camino: identificarse con Cristo. El Santo Padre nos propone como ejemplo también en esta tarea al Santo Cura de Ars que emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado (Carta para la convocación de un año sacerdotal, 16 junio de 2009). Todo sacerdote debe aspirar a esta identificación. «El santo cura de Ars no tenía ciertamente el genio natural de un Segneri o de un Bossuet, pero la convicción viva, clara, profunda de que estaba animado, vibraba, brillaba en sus ojos, sugería a su fantasía y a su sensibilidad ideas, imágenes, comparaciones justas, apropiadas, deliciosas, que habrían cautivado a un San Francisco de Sales. Tales predicadores conquistan verdaderamente a su auditorio. Quien está lleno de Cristo, no encontrará difícil ganar a los demás para Cristo» (Pío XII).

Quisiéramos hacer de nuestros dos Centros Superiores de teología un ámbito sereno de estudio y profundización en las ciencias sagradas. Deberemos esforzarnos para alcanzar el conocimiento de Cristo en un trato continuo con Él en la Palabra, en la Eucaristía y en la oración. Así llegaremos a ser mensajeros de Cristo en el mundo a ejemplo de San Francisco Javier que cumplió a la perfección el lema del Domund de este año, La Palabra, luz de los pueblos. En este empeño lleva la iniciativa el mismo Jesús; por eso, quiero terminar con el consejo del Papa para este Año sacerdotal: «A ejemplo del santo Cura de Ars, «dejaos conquistar por Él, y seréis también vosotros en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz» (Carta 16 junio de 2009).

La Virgen, madre de Jesús y madre de los sacerdotes, nos alcanzará la bendición divina para esta tarea que hoy ponemos a sus pies.

 

+Mons. Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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