HOMILÍA MISA CRISMAL 31-03-2010

Queridos sacerdotes: ¡Bienvenidos a la Misa Crismal! Hoy  en esta celebración renováis las promesas que disteis ante el Obispo el día de la Ordenación sacerdotal  y también ante el pueblo de Dios como servidores del Evangelio y de los Sacramentos. (Apez maiteok: Ongi etorri Krisma-Mezara. Gaur, ospakizun honetan, Apezpikuaren eta Jainko-Herri Santuaren aurrean emandako hitza berrituko dugu).

1.- La santidad es la razón de ser de nuestra vida sacerdotal. Para conseguirlo se requiere una permanente elección a Cristo y un amor incondicional a su Iglesia. (Gure apez bizitzaren arrazoi bakarra, santutasuna da. Hori lortzeko, Kristorenganako aukera iraunkorra, eta bere Elizaren baldintzarik gabeko maitasuna,  beharrezkoak dira).

El Señor nos ha ungido y nos ha enviado. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva” (Lc 4,18). Este es el rostro de Cristo en el que deben fijarse los ojos de la fe y del amor de los creyentes. Nuestra labor ministerial como sacerdotes es la de fijar nuestra mirada, cada vez más exigente, al mandato de Jesucristo que nos envía para evangelizar y los primeros somos nosotros que tenemos el deber de asimilar y ejercitar, con el testimonio, los misterios amorosos de Dios para superar ciertas dificultades que encontramos en el camino pastoral. Y así lo describe PDV:

 Todavía está muy difundido el racionalismo que en nombre de una concepción reductiva de la ‘ciencia’, hace insensible la razón humana al encuentro con la Revelación y con la trascendencia divina.

          Hay que constatar también una defensa exacerbada de la subjetividad de la persona, que tiende a encerrarla en el individualismo incapaz de relaciones humanas auténticas.

           Además, se extiende por todo el mundo –incluso después de la caída de las ideologías que habían hecho del materialismo un dogma y del rechazo de la religión un programa- una especie de ateismo práctico y existencial que coincide con una visión secularizada de la vida y del destino del hombre. Este hombre “enteramente lleno de sí, este hombre que no sólo se pone como centro de todo su interés, sino que se atreve a llamarse principio y razón de toda realidad” (Pablo VI), se encuentra cada vez más empobrecido de aquel “suplemento de alma” que le es tanto más necesario cuanto más una gran disponibilidad de bienes materiales y de recursos lo hace creer falsamente autosuficiente. Ya no hay necesidad de combatir a Dios; se piensa que basta simplemente con prescindir de Él. De ahí que a nosotros nos toca poner, en el centro de nuestra pastoral, el sentido de la adoración, de la oración y de la contemplación. Hay sed de Dios. Como sacerdotes debemos llevar el agua pura de la gracia de Dios.

             En este contexto hay que destacar en particular la degradación de la realidad familiar y el oscurecimiento o tergiversación del verdadero significado de la sexualidad humana. Son fenómenos que influyen, de modo muy negativo, en la educación de los jóvenes y en su disponibilidad para toda vocación religiosa. Sabemos lo que se sufre y los frutos amargos que a veces nos toca probar nos duelen. No obstante todo esto que nos hace sufrir, más hemos de tener esperanza y vivir, nuestra experiencia creyente, desde nuestra vocación con ilusión y alegría. A pesar de la debilidad humana la fuerza de Dios es más fuerte. Nunca se debe justificar el pecado y tanto la ley humana debe ser firme como justa la ley divina.

             A estos factores, y en relación íntima con el crecimiento del individualismo, hay que añadir el fenómeno de la concepción subjetiva de la fe. Por parte de un número creciente de cristianos se da una menor sensibilidad al conjunto global y objetivo de la doctrina de la fe en favor de una adhesión subjetiva a lo que agrada, que corresponde a la propia experiencia y que no afecta a las propias costumbres. Incluso apelar a la inviolabilidad de la conciencia individual, cosa legítima en sí misma, no deja de ser, en este contexto, peligrosamente ambiguo. La formación y el conocimiento del Catecismo de la Iglesia Católica se hacen más urgentes en estos momentos y en este tiempo. Para creer hay que conocer y para conocer hay que formarse. La fe es un don que conviene cultivar.

          2.-  La santidad es una semilla que hace crecer el Reino de Dios. (Santutasuna, Jainkoaren Erreinua haunditzen duen hazia da). El Espíritu Santo riega tal semilla con sus  dones y su gracia. No tengamos miedo pues él siempre nos acompaña, basta abrirse a su gracia. Si de algo Dios nos pedirá cuentas es de la responsabilidad de haber cumplido nuestro ministerio sacerdotal, tal y como hoy nos exigen las circunstancias que nos rodean. (Jainkoak zerbaitetaz kontuak eskatzen ba dizkigu,Honetaz izanga da ea nola bete dugun, gure apez ministerioan  dugun ardura, gaurko egoerak eskatzen digun arabera). Como sacerdotes lavemos las heridas que hoy afectan a nuestra sociedad. La crisis provoca heridas muy hondas y ahí debemos estar nosotros como lo hacemos con Cáritas, Manos Unidas, Obras Misionales…Pero también hay heridas del alma, de lo más íntimo del corazón humano, que requieren nuestra presencia y la mano que perdona en nombre de Jesucristo. El drama que pasa mucha gente en lo más íntimo de su ser requiere nuestro “officium amoris” para sanar las heridas del alma y recuperar la salud interior.

Pido a la Virgen María que nos ayude a caminar y nos sostenga de su mano para no caer en la desilusión y la falta de esperanza. Tenemos unos momentos de auténtico reto evangelizador, es un tiempo admirable para mostrar que sólo en Jesucristo encontraremos la auténtica realización de nuestra vida. Que los santos nos impulsen a vivir con su mismo empuje.

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