Homilía del homenaje a los Reyes de Navarra

«Varios motivos nos han convocado hoy aquí en este Monasterio de San Salvador de Leyre. Ante todo recordar a los Reyes de Navarra cuyos restos descansan en este templo y también reconocer a un ciudadano, como es el premiado, que ha contribuido al progreso y cultura de Navarra»

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Varios motivos nos han convocado hoy aquí en este Monasterio de San Salvador de Leyre. Ante todo recordar a los Reyes de Navarra cuyos restos descansan en este templo y también reconocer a un ciudadano, como es el premiado, que ha contribuido al progreso y cultura de Navarra. En estos momentos lo hacemos reunidos en la Eucaristía, que es el sacramento de la fe con el cual manifestamos nuestra acción de gracias a Dios Padre, dador de todos los bienes, por medio de su Hijo Jesucristo y movidos por el alma de la Iglesia que es, el amor, vida del Espíritu Santo.

Nos deja un buen mensaje en primer lugar este monasterio emblemático que nos acoge, el Monasterio de San Salvador de Leyre. Sus paredes no son sólo piedras frías. Todo es verdaderamente espectacular. La sobriedad de unos lugares, el arte catequístico de otros en sus imágenes, la solidez y consistencia del bosque de pilares de los cimientos nos impresionan y producen unas emociones contrapuestas de seguridad y energía y al mismo tiempo de finura y delicadeza. Rezuma este ambiente, desde siglos lejanos: arte, historia, vida espiritual y acontecimientos políticos. Pero sobre todo oración, alabanza a Dios, trabajo y sacrificio de muchos monjes que a lo largo de los siglos entregaron su vida a Dios y a los hermanos. Para el Reyno de Navarra es un punto de ineludible referencia histórica. Es faro de cultura, de promoción humana y de evangelización. Este lugar ya nos pone en situación de captar el significado de lo que representa y da belleza a lo que estamos realizando.

Es el ambiente adecuado para recordar y rezar por los Reyes de Navarra cuyos restos se encuentran aquí y por los que descansan en otros lugares. Una larga historia, rica en avatares diversos nos trasladan a nuestros orígenes y raíces. Un pueblo que recuerda y celebra su historia está vivo y tiene porvenir. Aquí se forjaron reyes en las ciencias, en el buen gobierno del pueblo y en la conducta que se fundamenta en la fe. Las crisis, los tiempos oscuros y los luminosos vistos con la proyección de los siglos cobran su sentido y significado auténtico. Nunca lograremos entender del todo los acontecimientos, ni mucho menos podremos juzgarlos con equidad, aunque intentemos adentrarnos en la situación social, cultural y en la mentalidad de cada época. Hoy estamos aquí para reconocer todo lo positivo que realizaron y poner las deficiencias humanas en la misericordia del Señor con nuestra oración. En definitiva nos sentimos muy unidos a nuestras raíces y nuestra historia.

También este ámbito físico es adecuado para reconocer el mérito y arte de un ciudadano, D. Antonio López, que se ha distinguido por su destreza y talento, que nos ha regalado con obras primorosas en la pintura y a quien hoy ha premiado la Comunidad Foral de Navarra con el premio del Príncipe de Viana. Los monasterios y la iglesia en general han sido y son mecenas del arte, de la cultura, de las ciencias y el progreso de los pueblos.

Ha recibido este reconocimiento de manos de D. Felipe, Príncipe de Asturias y de Viana. Saludamos a SAR cordialmente y agradecemos un año más su presencia en ésta efemérides. Sabemos que tanto SAR como su esposa SAR Dña. Letizia tienen un gran aprecio por esta tierra de Navarra y por sus gentes.

Entre la literatura quiero resaltar unas expresiones de un poema, que se encuentra en el Códice de Roda que se compuso en un monasterio y cuyo motivo fue la celebración del matrimonio del príncipe pamplonés y rey de los navarros García Iñiguez (851-882). “La oración de los humildes a favor de los reyes generosos es recibida siempre en las alturas”. “Sea, pues, para el Rey de Reyes (Cristo) el primer acorde de liras y de címbalos y el primer himno del coro que en este cenáculo se escuche…” “Canten así: ¡Vive feliz y en amistad de Cristo; gobierna en paz el heredado reino; jamás triunfen de ti tus enemigos!…” Y a su esposa le cantan también: “Que Dios te guarde siempre, y que tras dilatados días en compañía de los santos reines también en Cristo. Amén”.

Esta celebración tiene su motivo central en la acción de gracias a Dios por medio de la Eucaristía. Es una celebración gozosa en la que la Palabra de Dios que se ha proclamado nos invita a mirar con esperanza: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31). Ante las circunstancias que nos rodean estamos tentados de caer en la desesperanza o en el miedo. Pero no hemos de tener «miedo al miedo» porque la esperanza es mucho más fuerte que el miedo en sí mismo. El ser humano tiene resortes para salir de los momentos difíciles siempre que luche por el bien y trabaje por la justicia. El ser humano se humaniza siempre que mira hacer el bien y bien hecho. El egoísmo, las arrogancias, las manipulaciones y las ambiciones nunca forjan humanismo y mucho menos humanizan. Lo humano es trabajar por la justicia y por la fraternidad. Es el resumen del amor. Un humanismo acompañado de una fuerte experiencia de amor a Dios y al hermano, es un humanismo humano. “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción? ¿la angustia?,¿la persecución?,¿el hambre?,¿la desnudez?,¿el peligro?,¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rom 8,37).

Demos siempre gracias sinceras a Dios de todo corazón. Escuchemos hoy el consejo de Moisés al pueblo de Israel cuando después de las penurias del desierto comenzaron a saciarse y a tener prosperidad y riquezas: “Ten cuidado: no olvides al Señor, tu Dios, ni dejes de observar sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, que yo te prescribo hoy. No te vuelvas arrogante, ni olvides al Señor, tu Dios… No pienses entonces: «Mi propia fuerza y el poder de mi brazo me han alcanzado esta prosperidad». Acuérdate del Señor, tu Dios, porque él te da la fuerza necesaria para que alcances esa prosperidad”. (Dt 8, 10-18)

Unamos nuestras plegarias por la paz, la concordia y el progreso. Reconozcamos los beneficios del amor de Dios para con nosotros. Que Él nos dé ánimo para realizar cada uno su trabajo con responsabilidad y amor haciendo el bien a todos. Así se lo ponemos en el regazo de la Virgen de Leyre, para que como buena Madre nos ayude en estos momentos.

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