Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 28 de agosto, en el Convento de las Agustinas Recoletas de Pamplona, con motivo de la fiesta de San Agustín.

 

Queridas hermanas agustinas, queridos hermanos y hermanas que asistís a esta celebración.

Esta tarde nos convoca San Agustín, pero como siempre digo nos congrega todo él en todas sus dimensiones: nos congrega el joven libertino que vivió la vida alegremente; nos congrega el hijo de santa Mónica; nos congrega el joven profesor; nos congrega el que busca a Dios; nos congrega el joven converso; nos congrega el que se bautiza; nos congrega el obispo; nos congrega el escritor, nos congrega el teólogo. Agustín, alguien que vivió la vida con pasión, casi con frenesí. Y hoy para nosotros es motivo de fiesta, reflexión y seguimiento.

En San Agustín siempre me ha llamado la atención el afán de saber y conocer. Y en ese proceso se encuentra con San Ambrosio, obispo de Milán, que tenía fama de orador y al que San Agustín iba a escuchar. Las palabras de Ambrosio van resquebrajando esa fortaleza que parecía inexpugnable. La búsqueda de la verdad le va acechando. Pronto se encuentra con otras personas (Simpliciano y Ponticiano) que han dejado todo por seguir a Dios. Escuchará las palabras de San Pablo que dice “No en comilonas ni en borracheras… sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo” (Rom 13, 13), las que le hagan plantearse la vida. A partir de aquí su vida cambia, se convierte al cristianismo, convirtiéndose en un hombre nuevo. Escribirá en sus Confesiones “Brilló en mí como una luz de serenidad”. Tenía 32 años cuando se convirtió. Su ideal será conocer a Dios para amarle.

A partir de ese momento comienza a vivir con sus amigos, y le preparan para recibir el bautismo. Hacen realidad la primera lectura que hemos escuchado, donde se nos ha presentado la vida de la primera comunidad cristiana. San Agustín vive en comunidad con sus amigos como si fuesen una sola persona, y está orientado a seguir sus pasos hacia Dios. En el año 387, en la Pascua de ese mismo año Agustín recibe el bautismo de manos de San Ambrosio, obispo.

San Agustín nos recuerda que nunca es tarde para volver a Dios. Como el hijo pródigo, Agustín vuelve a la casa del Padre. Nunca hay nada ni nadie perdido. San Agustín es el modelo de aquellas almas, personas, perdidas, que parecen no tener solución, pero que para Dios nada hay imposible. Si uno busca a Dios lo encuentra, y ese encuentro no nos deja indiferentes, como ocurrió con San Agustín, como ocurrió con Zaqueo, como ocurrió con la mujer cananea, Dios no deja indiferente a nadie. Con Dios, todos tenemos una oportunidad.

La figura de Santa Mónica, su madre, es clave en la vida de San Agustín. Mujer de oración, mujer de fe, mujer de esperanza. Nunca se dio por vencida, siempre confió en la oración y en que Dios a través de ella lo iba a rescatar. Y así fue. Y como si de una película se tratase, una vez Agustín se convierte, santa Mónica fallece. Había visto cumplido su deseo, había logrado la conversión de su hijo. Como el anciano Simeón en el templo en la presentación de Jesús, Santa Mónica también cantó “ahora Señor según tu promesa, pues dejar a tu sierva irse en paz, porque mis ojos han visto que mi hijo Agustí se ha convertido. Estoy convencido que Santa Mónica cantaría, en agradecimiento a Dios, una oración parecida.

Esta conversión le lleva al desprendimiento, al desapropio, y una vez muerta su madre Santa Mónica, llega a Tagaste nuevamente. Lo primero que hace es repartir su herencia entre los necesitados y funda un monasterio donde va a convivir con los amigos que le han acompañado. Ahora su único plan de vida es la oración y la convivencia con los monjes, como nos habla la primera lectura vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hch. 2, 45-46)

Como nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura San Agustín también proclamó He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe “. (2Tim. 4, 7) La vida de San Agustín es una carrera de fondo buscando a Dios, ha peleado con su vida de lujo y placer para buscar la vida de Dios, que es vida de oración, entrega y compromiso. Y San Agustín ha llegado al meta triunfador. Con Dios todo es posible. Agustín vivía de espaldas a Dios, se encontró con él y su vida cambió. Dios es más fuerte que todo lo que nos acecha, nos amenaza, más que todo lo que este mundo valora como importante.

Posteriormente Agustín fue nombrado, primero obispo auxiliar y luego obispo titular de Hipona. Fue el Buen Pastor del que nos ha hablado el evangelio, el que da la vida por las ovejas, el que las conoce. Decían que era un gran consejero para su pueblo. Su vida pasa a la casa del Padre el 28 de agosto del año 430.

Quisiera terminar mis palabras con tres reflexiones que me ha transmitido la figura de San Agustín, la figura global como he dicho al principio de mis palabras:

  1. Nunca es tarde para volver a Dios. Nunca es tarde para la conversión. Cada uno tenemos nuestro tiempo, nuestros momentos. Agustín se convierte a los 32 años. Nunca hay que cerrar la puerta a nadie que busque a Dios, y nadie hay imposible.
  2. La misericordia de Dios es grande. Dios perdona. Pareciera que la primera parte de la vida de San Agustín no merecía el perdón, pues estaba llena de excesos y trasgresiones. Y vemos que Dios perdona, abraza y acoge. San Agustín se sintió amado, querido y perdonado y se convirtió al Señor.
  3. La fuerza de la oración se ve en San Agustín. Su madre Santa Mónica, fue toda una vida dedicada a la oración por su hijo Agustín. Nunca perdió la fe ni la confianza en la oración. Pareciera que una vez se convierte S. Agustín, su madre Santa Mónica no es necesaria y fallece.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O. de M.

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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