Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 20 de agosto, en el Monasterio de Tulebras, con motivo de la fiesta de San Bernardo de Claraval

 

Queridas hermanas cistercienses, sacerdotes, autoridades, queridos hermanos todos.

Hoy San Bernardo de Claraval nos congrega, nos reúne. Lo hace, en el día de su fiesta, en este Monasterio de Tulebras, cuya dedicación es a “Santa María de la Caridad”, cuya imagen preside la Iglesia abacial de nuestro Monasterio, desde el año 1147. Esta fecha nos recuerda que fue el primer monasterio femenino del Císter en España. Está aquí, en Tulebras, en nuestra diócesis, en Navarra. Y lo hace también ante este pueblo que celebra la fiesta de su patrón. En una iglesia que el Obispo de Tarazona, en el momento de la donación decía “te hago donación de esta Iglesia integra y todas sus dependencias a ti y a tus sucesoras y a tus hermanas monjas para que las tengáis y poseáis al servicio de Dios”. Este Monasterio está al servicio de Dios gracias a las hermanas cistercienses.

Una vida que os empuja a estar en constante búsqueda de Dios. Queridas monjas cistercienses de Tulebras vuestra vocación es una respuesta al haber sido halladas por Dios y así dais sentido a vuestra vida. ¡Cuánta gente encontramos en la vida desorientadas! Hay gente sin rumbo y sin encontrar sentido a su vida. Haber sido encontradas por Dios nos hace dar sentido a nuestra vida, a nuestro trabajo y a nuestra oración. Nuestro mundo está vacío de sentido, de rumbo, y, hoy más que nunca se hace imprescindible encontrar sentido a nuestra vida. Noticias de suicidios, de abandonos, de soluciones violentas, de muertes, son consecuencias de no encontrar sentido a la vida. Necesitamos que vuestro Monasterio sea luz para las gentes de la zona que buscan razón y sentido a su vida.

San Bernardo Abad, nuestro patrono, nos ayude a todos, monjas del Monasterio y gentes del pueblo de Tulebras y de la zona, a buscar el encuentro personal con el Señor y así encontrar sentido a nuestra vida. Hay que estar atento a la palabra de Dios e impregnarse de ella. No podemos tener un encuentro personal con el Señor, sin la Palabra de Dios. El amor de Dios no es negociable con lo material y los placeres del mundo, y San Bernardo nos empuja a poner por delante el amor de Dios, a lo caduco y material de esta vida.

La primera lectura que hemos escuchado hace un elogio a la Sabiduría como la presencia de Dios en la vida del rey Salomón. Le dan a elegir, y en vez de elegir honores, riquezas, elige la sabiduría que procede de Dios para gobernar con justicia a su pueblo. Una decisión que debería plantearnos y nosotros ante esta oferta ¿qué elegiríamos? Veo a las monjas y la respuesta está clara, toda vocación religiosa, toda vocación monástica, como las de nuestras hermanas cistercienses es una elección por la sabiduría que procede de Dios, dejando de lado lo material, las riquezas y honores. Una sabiduría que procede de Dios. Cuántas veces deberíamos escuchar o leer este pasaje para darnos cuenta dónde está lo realmente importante, que no es en lo material sino en la sabiduría que procede de Dios, en aquello que nos ayuda a discernir lo realmente importante en nuestra vida.

El evangelio que hemos escuchado profundiza en el deseo de Jesús, que seamos sal y luz para el mundo. La sal y la luz no existen para sí mismas. La sal no tiene sentido para preservarse a sí misma, ni la luz existe para dar luz a ella misma, tienen sentido en función del otro. Por eso me pregunto, ¿Qué sentido tiene vuestra consagración? ¿Qué sentido tiene vuestro ser de religiosas cistercienses en este Monasterio de Tulebras?. Aunque seáis contemplativas no os encerráis olvidándoos del mundo, sino mirando al mundo. Vuestro Monasterio tiene su razón de ser en cuento que sois sal y luz para las gentes de la zona y para todos los visitantes y personas que se acercan a vuestro monasterio en búsqueda de sentido a su vida. Este Monasterio es sal y luz para mucha gente de Tulebras, de esta zona, de Navarra y de otros puntos de España. Vuestra consagración está llamada a ser sal y luz. Lo mismo la gente que estamos participando en esta eucaristía de fiesta, podemos preguntarnos ¿Para quién soy luz en mi vida? ¿a quien ayudo a ver claro en su vida?

Somos luz si nuestras obras iluminan, si nuestra vida ayuda al otro. No por mucha palabra, sino por obras y actos profundos. “Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 16).

Hermanas vuestro Monasterio está dedicado a la “Virgen de la Caridad”, la Iglesia, como Madre y Maestra, hace suyos los problemas que afectan al hombre, y en especial a los más pobres y abandonados, y trata de iluminarlos desde el Evangelio. Que vuestra vida, que vuestra oración sea de caridad, de amor, mire a los pobres de la tierra, a los inmigrantes, a los perseguidos, a los enfermos, a las mujeres maltratadas, a los presos, “todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 40), son los preferidos del Señor, que sean también los preferidos de las oraciones de este Monasterio y de todos los que se acerquen aquí.

Quien acoge a los pobres tiene el corazón abierto, por eso os pido que vuestra Monasterio sea una casa de puertas abiertas, donde pueda llegar gente en actitud de búsqueda, en actitud de encontrar respuesta a su vida y a su búsqueda. Puertas abiertas a todos, creyentes y no creyentes, porque este lugar es privilegiado para encontrarse con el Señor. Que seáis luz para orientar, para mostrar el camino, pero también que seáis sal, porque mucha gente no ha encontrado sentido a su vida.

Termino deseando que San Bernardo, cuya fiesta celebramos hoy, nos ayude a buscar y encontrar lo realmente importante en la vida, que es Dios. Nos ayude a descubrir en Santa María de la Caridad, que preside esta iglesia, el amor por los demás. Nos empuje a encontrarnos con el Señor a través de la oración, y nos ayude a ser sal y luz de la gente que nos rodea.

Felices fiestas a todos.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O. de M.

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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