Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 20 de agosto, en el Monasterio de Santa María de la Oliva, con motivo de la fiesta de San Bernardo de Claraval

 

Querido P. Abad, monjes, sacerdotes, hermanos y hermanas.

Hoy San Bernardo Abad nos reúne a todos. Nos ha traído a todos esta tarde a la eucaristía. Lo hace, en el día de su fiesta, en esta iglesia abacial del Monasterio de la Oliva, que luce esplendorosa y cuya bendición hicimos el pasado 23 de mayo. Es un día de fiesta, de profunda fe, en el que acudimos a celebrar la fiesta de un santo que ha marcado la vida del Císter y la vida de muchos monjes que han abrazado en la regla de San Benito, su consagración religiosa. Mucha gente ha encontrado luz en su vida de fe. Un día en que nos congregamos en esta iglesia que es “casa de oración” y casa de encuentro con el Señor para todos que visiten este Monasterio. Esta iglesia abacial ha dado sentido a mucha gente que ha llegado hasta aquí en actitud de búsqueda, en actitud de encontrar sentido a su existencia. Aquí han encontrado respuestas.

En la bendición de esta iglesia, ese día, 23 de mayo, celebrábamos Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, decíamos que “Cristo es ciertamente sacerdote, pero lo es para nosotros, no para sí mismo, ya que él, en nombre de todo el género humano presenta al Padre eterno todas las aspiraciones y sentimientos religiosos de todos los hombres”. Cristo es sacerdote para todos nosotros, para los demás. Lo mismo nos ha dicho el evangelio que hemos proclamado.  La sal y la luz no existen para sí mismas. La sal no tiene sentido para preservarse a sí misma, ni la luz existe para dar luz a ella misma, es para el otro. Por eso me pregunto, ¿qué sentido tiene vuestra consagración? ¿Qué sentido tiene vuestro ser de religiosos cistercienses en este Monasterio de la Oliva? ¿qué sentido tiene nuestra fe sino es para compartirla y transmitirla? Aunque seáis contemplativos no os encerráis olvidándoos del mundo, sino mirando al mundo.

Vuestro Monasterio tiene su razón de ser en cuanto que sois sal y luz para vosotros mismos, para vuestro Monasterio de la Oliva y para todos los visitantes y personas que se acercan a vuestro Monasterio en búsqueda de sentido a su vida. Este Monasterio es sal y luz para mucha gente de esta zona, de Navarra y de otros puntos de España. Vuestra consagración está llamada a ser sal y luz. Lo mismo la gente que estamos participando en esta eucaristía de fiesta, podemos preguntarnos ¿Para quién soy luz en mi vida? ¿a quién ayudo a ver claro en su vida? Nuestra fe tiene sentido en el momento en que la hago vida para los demás.

Esta propuesta de ser sal y luz de la tierra se completa con la segunda lectura de San Pablo a los Filipenses. La lectura nos presenta dos caminos de actuación. En el primero de ellos Pablo invita a los judíos a “sed imitadores míos”, es decir a abrazar la cruz de Cristo, ante los que aspiran solo a cosas terrenas”, y el segundo camino los enemigos de la cruz. San Bernardo, en su voluntad de reformar la Iglesia, tuvo duras críticas para criticar a los clérigos y prelados que sucumbían a las riquezas materiales y al lujo. Nos hace la propuesta de la purificación, y hoy en día, esta propuesta sigue vigente, pues lo material del mundo nos acecha, se convierte en tentación y debemos de plantearnos dónde está lo realmente importante. San Bernardo decía que, el hombre, debido a su libre albedrío, tiene la posibilidad de elegir, sin coacción, tal como nos ha dicho San Pablo. El hombre puede pecar o seguir el camino hacia Dios.  Difícilmente podré ser sal y luz del mundo si tengo puesto el corazón, en lo material, en lo terreno, mi luz se apagará y mi sal no ayudará a conservar.

Esta fiesta de San Bernardo nos empuja a renovar nuestra espiritualidad cisterciense. Nos anima a buscar el encuentro personal con el Señor. Y hacerlo en el Monasterio de la Oliva, bajo el título de Nuestra Señora de la Oliva y nos transporta a un nuevo Tabor. Venir a encontrarse con el Señor en este Monasterio es como la experiencia que vivieron los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan, con Jesús en el monte Tabor. San Bernardo nos empuja al encuentro con el Señor a través de la palabra de Dios. Llegar a este Monasterio es tener la certeza del encuentro con el Señor, o por lo menos encontrar la paz que el mundo no da. Como Iglesia estamos y debemos estar abiertos a todos.

Querido abad, queridos monjes de este Monasterio, estad abiertos, sed comunidad acogedora, para creyentes y para gente en actitud de búsqueda. Hay personas que desorientadas en la vida buscan encontrarse con el Señor, y un Monasterio como el de la Oliva, es un espacio de reflexión, de discernimiento, que puede llegar a ser un encuentro fecundo con el Señor. Un espacio de encuentro personal con monjes de la comunidad en acompañamiento espiritual. Que vuestra comunidad ayude a encontrarse con él Señor. Y que este Monasterio sea acogida para todos, sin distinciones, todos, todos.

Y este encuentro personal lo hacemos a los pies de la Virgen Nuestra Señora de la Oliva. Ella es la madre que, como en el cántico del Magníficat (Cfr. Lc. 1, 46-56), que leíamos el pasado 15 de agosto, recibe a todo el mundo, especialmente a los pobres, a los vulnerables. María de la Oliva sueña con un mundo diferente, nuevo, donde los pobres tengan un espacio privilegiado. María es la madre de todos, la Virgen de la Oliva es la Madre de todos los que acuden a este Monasterio, quiere ser oliva de paz, en un mundo de guerra y conflicto, en un mundo necesitado de paz y reconciliación. A los pies de la Virgen recordemos a los países que están en conflicto y que muere tanta gente sin razón y sin sentido.

Feliz día de San Bernardo

 

+ Florencio Roselló Avellanas O. de M.

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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