Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 13 de septiembre, en el oratorio del Edificio Amigo de la Universidad de Navarra, con motivo de la apertura de curso de dicha universidad.

 

Querida rectora, profesores, alumnos/as.

“Abrid escuelas y se cerrarán prisiones”, frase que se atribuye a la gallega Concepción Arenal (1820-1893) en su lucha por la dignidad de las personas presas. Esta mujer estaba convencida de que la educación, la cultura, formaban personas libres y responsables. Lo contrario las llevaba al fracaso social y también humano, que era la cárcel. La universidad tiene como fin la transmisión de contenidos, pero si estos no forman a la persona, no la hacen más humana y solidaria, ¿qué sentido tiene nuestro centro formativo? ¿Conocimientos para qué, si nos olvidamos de la persona? Entiendo que si vienen a esta universidad será por algo, y ese algo es más que unos contenidos académicos. No somos meros transmisores de contenidos, sino formadores de personas. El futuro de nuestra sociedad se forja en estas aulas. Pero una formación, que va más allá de los contenidos, lleva a plantear un nuevo estilo de vida, un nuevo modelo de sociedad.

“Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza”. (Benedicto XVI. 19 agosto 2011. Encuentro jóvenes profesores universitarios).

La primera lectura de Isaías, que solemos leer siempre en tiempo de adviento, nos habla de novedad. Nos dice que Jesús vendrá con espíritu de sabiduría, entendimiento, consejo y fortaleza, de ciencia y temor del Señor. Esa novedad, también en su comportamiento, pondrá por delante a los pobres y a los sencillos de la tierra. Esa es la novedad que esta mañana me gustaría transmitir. Que estas clases formen a personas sensibles a los pobres, personas cercanas a los sencillos. Fuera hay mucha gente que espera nuestra novedad, que espera nuestro compromiso..

Miremos a la sociedad. La universidad del año 2024 no debería ser igual que la universidad del año 2000. Los tiempos han cambiado, las necesidades son otras, y, por lo tanto, se esperan otro tipo de respuestas. Estamos en el comienzo del curso de la Universidad de Navarra. Imagino a todos los profesores con programaciones, con objetivos, con metas. Pero, ¿nos hemos preguntado qué necesita hoy nuestra sociedad? ¿Qué demandas nos hace en la actualidad? No podemos vivir de espaldas a la sociedad, no podemos caminar al margen de la calle. Somos formadores de los gobernantes del futuro. De nosotros también depende nuestra sociedad. Así formemos a nuestros alumnos así será la sociedad del futuro.

El precioso evangelio que hemos escuchado de las bienaventuranzas nos presenta el horizonte formativo. Y este horizonte no pone como meta el dinero, el prestigio, el poder, ni el tener. Seguramente es un horizonte muy distinto del que la mayoría de los alumnos de nuestras universidades en España tiene en estas fechas. Hoy su horizonte será la excelencia, y debe de ser así, pero sin olvidar lo que nos ha dicho hoy la Palabra de Dios. El horizonte, la excelencia del evangelio es trabajar por la paz, en un mundo de guerra y división. Excelencia es luchar por un mundo más justo y equitativo, en el que siempre pierden los pobres. Que con nosotros los pobres tengan un espacio y un reconocimiento. El horizonte de un cristiano coherente es ser testigo de su fe, aunque eso suponga insultos, calumnias y persecuciones. Excelencia es ser misericordioso, ser amor generoso y solidario, en un mundo insolidario e individualista. Las bienaventuranzas nos prometen la felicidad. Vivir estos valores en coherencia con nuestra fe supone vivir lo que nos dice el evangelio: “alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. La recompensa no es terrenal, no es cuantitativa, es sobrenatural, está por encima del dinero, de lo material, de lo mundano.

Queridos profesores, os imagino, en vuestro fuero interno, diciendo: “yo enseño con autoridad”. Pero ¿qué es enseñar con autoridad? “Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».(Mc. 1, 27). Enseñar con autoridad es vivir lo que uno enseña. Es poner en práctica todo lo que yo he dicho antes. Como nos decía Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: “La gente sigue más a los testigos que a los maestros, pero si sigue a los maestros es porque antes son testigos” (E.N. 41) Profesores, docentes, si vuestra vida, vuestras obras, merecen la pena, tendréis autoridad. Porque vuestras palabras van acompañadas por las obras.

Todo ello nos lleva a plantear el humanismo cristiano en nuestra institución, que tiene como centro a la persona, y todo lo demás se supedita a ella. Como nos decía Emmanuel Mounier: “¿A quién corresponde la educación? Esta pregunta depende de otra: ¿Cuál es la meta/objetivo de la educación? No es hacer sino despertar personas”. Los contenidos son importantes, pero están al servicio de la formación de la persona, que está en el centro de nuestra acción y de nuestra reflexión. Configurada a imagen y semejanza de la persona de Jesús. Despertar personas es acercarlas a la sociedad, ayudarles a mirar la sociedad con ojos de misericordia, con ojos de amor, porque estos son el valor principal para hacer un mundo más humano.

En esta misma línea el Papa Francisco expresó a jóvenes profesores universitarios en la JMJ del pasado año 2023 en Portugal: “una generación de maestros: maestros en humanidad, maestros en compasión, maestros en nuevas oportunidades para el planeta y sus habitantes, maestros en esperanza”. Y en ese mismo discurso les recordó: “ser una universidad católica quiere decir sobre todo esto: que cada elemento está en relación con el todo y el todo se encuentra en las partes. De este modo, mientras se adquieren las competencias científicas, se madura como persona, en el conocimiento de sí mismos y en el discernimiento del propio camino”.

Las Bienaventuranzas que hemos escuchado en el evangelio debieran estar grabadas en lugar visible de esta universidad, como meta y objetivo de una educación que busca la excelencia. Queremos ser bienaventurados, dichosos y felices trabajando por la paz, por la justicia, por el amor, siendo misericordiosos con nuestros hermanos, y comprometiéndonos a ser testigos de nuestra fe, a pesar de ser perseguidos, criticados u odiados por vivir públicamente nuestra fe. Si conseguimos que nuestros alumnos interioricen las bienaventuranzas en su vida, habremos logrado el primer y principal objetivo de su formación, que es formar personas al estilo de Jesús.

En este comienzo de curso pido que el Espíritu Santo se derrame sobre todas las personas que conformáis esta gran familia universitaria. Que, como María, digamos: “Hágase en mí según tu Palabra” y nos abramos a la voluntad de Dios en nuestras vidas.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O. de M.

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

Comparte este texto en las redes sociales
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad