
Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio, el pasado 22 de diciembre, en la parroquia de San Nicolás de Pamplona, con motivo de la fiesta del Colegio de Abogados de Pamplona.
Queridos abogados, miembros de la justicia, hermanos todos.
Nos reunimos esta mañana en esta eucaristía, ante el Juez justo, Dios. Una celebración que quiere ser de fiesta, porque confiamos que este Juez justo nos anima e impulsa también a ser justos en el desempeño profesional de la abogacía y la justicia.
Y este juez justo tiene una madre, la Inmaculada Concepción, que en el colegio de abogados de Pamplona se la invoca como patrona. Que nos compromete a imitarla y en segundo lugar nos empuja a pedir su protección. La Inmaculada nos invita a vivir su profesión de abogados, y su vida cristiana, con un corazón puro y al servicio de la verdad y la justicia.
Como abogados, su profesión está íntimamente relacionada con la búsqueda de la justicia, la verdad y el bien común. En el ejercicio de la abogacía, están llamados a buscar siempre la verdad, la equidad y el bienestar de los demás, especialmente de los más necesitados. Al igual que María, debemos poner nuestra profesión en la imitación de la justicia divina, no solo buscando una justicia formal o técnica, sino una justicia que refleje el amor y la misericordia de Dios. María nos enseña que la verdadera justicia está siempre en armonía con el amor, la compasión y el respeto por la dignidad humana. No hay justicia divina sin amor. En el evangelio de hoy hemos visto cómo María va a visitar a su prima Isabel, embarazada como ella, pero de mucha más edad que María. Su prima le necesita y María lo deja todo. María es sensible, le apoya, y está cerca de los que la necesitan. La profesión de abogado es un servicio público, que también debe de llegar a los pobres y necesitados.
Nuestra sociedad española vive unos momentos convulsos, a veces inquietantes y preocupantes. Pero lo cierto es que toda nuestra vida está judicializada. Los políticos están todos denunciados por sus contrarios. El ciudadano de a pie, ante cualquier contrariedad, denuncia en los tribunales. En los últimos años he visitado varios palacios de justicia y todos me dicen que están desbordados de trabajo. Toda nuestra vida está en manos de la justicia, y todos ustedes dentro de esa vorágine. Una situación que en ocasiones nos puede generar dudas, oscuridades, también tentaciones. Hoy es un día para pedir luz en nuestra profesión.
Hoy más que nunca necesitamos acogernos a María, bajo el título de la Inmaculada Concepción, que es también la patrona de los abogados de Pamplona. Su confianza en la voluntad de Dios nos inspiran a ser abogados que defienden la verdad con integridad, que buscan siempre el bien común y que tratan a todas las personas con dignidad. La Inmaculada es un modelo de cómo vivir nuestra profesión, no solo con destreza técnica, sino también con un corazón limpio, justo y honrado, guiado por el amor a Dios y al prójimo.
En un mundo lleno de injusticias y desigualdades, la figura de la Inmaculada Concepción nos recuerda que debemos ser defensores incansables de la verdad y de la justicia. Los abogados, como servidores de la justicia, tienen una responsabilidad especial en la sociedad: ser testigos de la verdad y buscar que la justicia se haga realidad en todos los aspectos de la vida humana luchando por la verdad y la defensa los más vulnerables.
Junto al patronazgo de María, otro santo aparece en el horizonte de los abogados, San Ivo (1252-1303), que muchos colegios de abogados lo tienen como patrono. “Fue piadoso y compasivo, porque informaba gratuitamente por los pobres, los menores, las viudas, los huérfanos y todas las demás personas miserables; él sostenía sus causas, se ofrecía a defenderlos, incluso sin habérsele solicitado: también se le llamaba el abogado de los pobres y de los miserables… Les defendía gratuitamente, así es cierto, porque numerosos desgraciados me lo han contado, felicitándose calurosamente de la ayuda que les había prestado M. Ivo. Era conocido como el abogado de los pobres» (Juan de Kerhoz, amigo personal de S. Ivo).
La figura de San Ivo me ha impactado. Quizás porque en mi vida también han aparecido los pobres durante muchos años, en este caso los presos pobres. Sigue habiendo mucho pobre dependiendo de la justicia. Mucha gente que no entiende una resolución o una sentencia, no la saben interpretar, esa es otra pobreza. Muchos pobres a los que su misma pobreza les ha condenado. Me alegra que aparezcan figuras como la de S. Ivo, que defiendan a pobres y desvalidos. Ejercer la abogacía supone encontrarse con pobres, con personas con pocos recursos, ni económicos, ni sociales ni culturales. Y ahí entra nuestra sensibilidad y nuestro compromiso cristiano, además de nuestra conciencia inquebrantable. Existe el riesgo de acostumbrase a la pobreza, a la marginación, a la cárcel, y ante este riesgo quisiera traer a esta reflexión unas palabras que nos ha regalado el Papa Francisco en la Bula “Spes non confundit”, en la que nos invita al Jubileo de la Esperanza 2025 “Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse… Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar». No lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables”. (15).
Necesitamos humanizar la justicia, dotarla de rostro, nombre y apellidos. Queridos hermanos abogados, os pido que cuando defiendan a un preso, a un pobre, le miren a los ojos, se aprendan su nombre, y se lean y aprendan su expediente. Ellos ponen su vida en sus manos, y el destino de cada uno es lo más grande que tienen las personas. Hace dos años la universidad Francisco de Vitoria me entregó el premio “Alter Chritus” (el otro Cristo), y entre las declaraciones que hice, los medios destacaron una, donde pedía a los jueces “que humanizasen la justicia con sus sentencias”. No podemos quedarnos en el delito olvidándonos de las personas. Como decía Concepción Arenal (mitad siglo XIX), abogada gallega y defensora de los derechos de los presos “Odia el delito y compadece al delincuente”. ¡Qué gran verdad!, esta leyenda estaba en la entrada de las prisiones antiguas en España. Era una declaración de intenciones.
Y se lo dice alguien que, durante 35 años ha estado trabajando como capellán en diferentes prisiones de España, y eso le ha llevado a trabajar mucho con la justicia. Creo en la justicia, confío en la justicia, a la vez que con orgullo puedo decir que he hecho grandes amistades en la justicia: abogados, jueces, fiscales. Alguno de ellos me acompañó en Pamplona el 27 de enero pasado en mi ordenación episcopal. Y gracias a esta relación de amistad, en muchos casos hemos logrado sentencias humanas con presos pobres. Para mí, un preso, un pobre, es el mismo Cristo preso y pobre, y por lo tanto trataré de que la sentencia sea justa, pero humana.
Queridos abogados, al celebrar hoy nuestra fiesta pidamos a María Inmaculada que nos ayude a ser instrumentos de justicia y paz en el mundo, especialmente en nuestra ciudad de Pamplona y en Navarra, y que S. Ivo nos haga sensibles a los pobres y necesitados como lo fue el mismo Cristo, que se hizo pobre en cada uno de ellos.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela