Homilía pronunciada el 28 de enero de 2022, con motivo de la fiesta de Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudios teológicos, en el Seminario Conciliar de Pamplona

 

Hoy celebramos esta fiesta tan entrañable que es la de Santo Tomás de Aquino que vivió la teología con la fuerza que transmite el verdadero regalo de la sabiduría. Tal vez hemos pensado que la sabiduría se sustenta en la fuerza de la razón como único medio para conseguir el sabor del sentido vital y existencial. ¡Lo es! pero se ha de añadir que el ser humano por sí mismo no consigue lo absoluto aunque pueda ser victorioso en algunas realidades que son manifiestas y palpables desde lo racional y experimental.

Hay un sabor que procede del misterio más profundo que viene revelado por el Hijo de Dios hecho hombre: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé la prudencia de los prudentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto?¿Dónde el investigador de este mundo?¿No hizo Dios necia la sabiduría de este mundo? Porque, como en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de la sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes, por medio de la necedad de la predicación…”(1Cor 1, 20-21). Bien lo expresaba Santo Tomás cuando afirmaba que todo ha de ser juzgado desde la sabiduría que “considera las causas altísimas…por eso le compete juzgar y ordenar todas las cosas, a partir de las causas primeras” (Suma Teológica, I-II, q. 57, a.2). Al mirar más allá de lo sensible e inmediato, que tarde o temprano pasa, se puede descubrir lo profundo y estable, que en definitiva es el ser y el sentido de todo, que es Dios y su Amor manifestado en la Cruz. “Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes” (Santo Tomás de Aquino, Conferencia 6, sobre el Credo). La sabiduría tiene una cátedra y esta es la Cruz.

Ante las circunstancias que nos toca vivir en estos momentos de vulnerabilidad y limitaciones de salud que el Covid19 proporciona, más se requiere estar atentos para no caer en el nihilismo de que la vida se trunca ante tales males. Todo lo contrario más ha de aumentar la auténtica sabiduría que tiene su base en la Cruz: “El mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios” (1Cor 1, 18). Los mismos santos nos recuerdan que aquella suprema sabiduría que floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante estupidez de la sabiduría mundana. No cabe duda que la sabiduría auténtica tiene como fiabilidad lo transcendente, algo de lo que adolece hoy nuestra sociedad ante el endiosamiento de ideologías que siendo infumables no tienen consistencia. Sin embargo emplear la fe y la razón con armonía nos conducen a conocer la verdadera realidad. Por eso Santo Tomás afirmaba que con nuestra inteligencia podemos saber y profundizar en la ciencia, pero la realidad es mucho más amplia y no se agota ahí, la fe abre un ámbito mayor de conocimiento, que completa lo anterior y se basa en lo que Dios mismo revela de sí mismo y de su creación. Por eso “además de las materias filosóficas-científicas, resultado de la razón, hubiera una doctrina sagrada, resultado de la revelación” (Suma Teológica, I, q. 1, a. 1). Como se puede deducir la inteligencia y la sabiduría no son propiedad humana sino servidoras de una Inteligencia y Sabiduría superior. Ante el mundo la predicación como dice San Pablo “es necedad”. De ahí que prediquemos a Cristo Crucificado “escándalo para los judíos y necedad para los gentiles… porque lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor 1, 23-25). La fuerza de estas palabras son significativas para lo que debemos seguir conquistando en este Centro de Estudios: la sabiduría auténtica.

La cruz es preludio de una luz que es la resurrección de Jesucristo y una luz que nunca se apagará. Esta luz viene sustentada por la fuerza y sabiduría de Dios. A ella nos debemos no sólo adaptar sino fusionar con todas nuestras fuerzas. “¡Que yo nunca me gloríe más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6, 14). En medio de las tinieblas del pecado y la desolación la cruz muestra una esperanza. Santa Edih Stein decía: “El alma fue creada para la unión con Dios mediante la cruz, redimida en la cruz, consumada y santificada en la cruz, para quedar marcada con el sello de la cruz por toda la eternidad” (Ciencia de la Cruz 337). Quien busca caminos de santidad ha de saber que no se llegaría a ella por propio voluntarismo sino por identificación con Cristo: “Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 19-20). Esta es la fuerza que lleva consigo la asimilación con Cristo y, sobre todo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo.

Concluyo con una oración de Santo Tomás de Aquino: Concédeme, Dios misericordioso, el poder desear con fervor aquello que tú apruebas /buscarlo con prudencia, reconocerlo con verdad/cumplirlo con perfección, para alabanza de tu nombre. / Pon orden en mi vida y concédeme cumplir con lo que Tú quieras que yo haga, como se deba hacer y de la manera más útil para mi alma. /Déjame ir hacia ti, Señor, por un camino seguro, recto, agradable y que me lleve hasta la meta, un camino que no se pierda entre las prosperidades y las adversidades/ para que yo te agradezca en la prosperidad y que en la adversidad tenga paciencia, no dejando que las primeras me exalten, ni las segundas me venzan. /Que nada me alegre, ni me entristezca, más allá de lo que me lleve hacia ti, allá donde quiero llegar. /Que no desee ni tema no agradarle a nadie que no seas Tú./ Que todo lo perecedero se vuelva vil ante mis ojos por ti, Señor, y que todo aquello que te toque sea amado por mí, pero Tú, mi Dios, lo serás más que todo… /Que yo no desee nada más que no seas Tú…/ Concédeme, Señor Dios, una inteligencia que te conozca, una complacencia que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te complazca, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que, al final, te posea. / Concédeme estar afligido de tus penas por la penitencia, usar el camino de tus favores para la gracia, regocijarme de tus alegrías, sobre todo en la patria para la gloria. Amén.

Que Santa María Virgen y Sede de la Sabiduría, como buena Maestra nos lleve de su mano y así mostremos y proclamemos las Grandezas del Señor en nuestras vidas con nuestro trabajo y con la entrega generosa a la sociedad que servimos y amamos por medio de la Iglesia.

 

 

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