Young woman giving money to homeless beggar man sitting in city.

A young woman giving money to homeless beggar man sitting outdoors in city.

Este domingo 17 de noviembre, el Papa Francisco nos invita a celebrar la VIII Jornada Mundial de los Pobres con el lema “La oración del pobre sube hasta Dios” (Sirácida 21, 5). Me alegra que por lo menos la oración del pobre suba, llegue hasta Dios, porque realmente el pobre está acostumbrado a perder, a fracasar, a que nada le salga como ha pensado o soñado. Que Dios acoja su oración ya es un triunfo para el pobre porque Dios no olvida a nadie.

Estando de sacerdote en una prisión recuerdo con gozo que muchas veces el preso me decía: “Padre, todo el mundo me ha dejado, solo me queda Dios”, y comenzaba un proceso de acercamiento a Dios a través de oraciones sencillas, imágenes de estampas que le repartía, participación humilde en la eucaristía de la cárcel. Me llenaba de gozo y alegría, porque sentía que el preso era escuchado por Dios, se sentía acogido, aceptado. Estaba convencido de que, como nos ha dicho el Papa, la oración del preso subía hasta Dios. El preso se sentía escuchado cuando todo era silencio a su alrededor.

En esta Jornada de los Pobres me surge siempre una duda: ¿cuándo hablamos de los pobres, en quién pensamos? A veces veo que son gente dependiente de mi “limosna”, gente dependiente de mi actitud, gente que está por debajo de mí, que me mira hacia arriba, y yo le miro hacia abajo. Me siento superior a él, y eso me molesta. Siempre he querido tratar a los pobres de igual a igual, mirarle a los ojos, porque estoy a su misma altura, no de arriba abajo, como si yo fuese el bueno y él…piense usted lo que quiera.

Socialmente y eclesialmente estamos acostumbrados a mirar a los pobres desde arriba. Dependientes de uno. El hecho de acercarse a buscar una ayuda que nosotros tenemos y que les podemos conceder nos hace situarnos por encima de ellos, sin haber hecho ningún mérito para ello. El hecho de tener en nuestro poder lo que ellos quieren me hace sentir superior, y esta actitud me sitúa lejos de ellos y lejos del evangelio.

Si no nos “dejamos afectar”, si “los pobres no me cuestionan”, el amor y la opción por los pobres acaba siendo una fórmula retórica, un tópico, un cliché acuñado en mi mente. Cuando el dolor de los pobres no nos duele, cuando no me rebelo cuando pierden su dignidad, cuando me quedo tranquilo cuando sus derechos son atropellados, entonces soy un elemento más de la destrucción de la esperanza del pobre.

Si los pobres me afectan me lleva a una revolución interior, a remover mis entrañas, a sentir mal de estómago. Y para esta revolución interior tengo que mirar a los pobres desde abajo, desde su suelo, desde su realidad. Desde arriba, desde una posición de superioridad será difícil que capte sus sentimientos de frustración, de pobreza, de angustia. Es hacerse pobre, pequeño, niño, humilde. Es experimentar que hay gente que desde arriba pisa a los de abajo.

Cuando miro a los pobres desde abajo, mi intervención, mi ayuda hacia ellos será más práctica, más efectiva y más humana que si lo hago desde arriba, desde posiciones de superioridad. Simplemente me limitaré a cumplir un expediente, y quedará en una acción burocrática. Al final será un dato más en las frías estadísticas de nuestra asociación o grupo. Dejarme afectar es dejar que el pobre entre en nuestra vida. Y cuando los pobres entran en nuestra vida es para revolucionarla. Lo digo por propia experiencia. Los pobres, los presos han entrado en mi vida y la han revolucionado.

Esta revolución que provocan los pobres en nuestra vida puede llevar inclusive a cuestionar hábitos adquiridos de muchos años, gestos consolidados, relaciones de amistades cuestionadas, ritmo de vida cuestionado. Muchas cosas de nuestra vida cambian cuando los pobres han entrado en la esfera íntima de nuestra vida. Incluso miramos a Dios de otra manera, rezamos diferente, ponemos los acentos en otras necesidades. Eso sí, seguimos estando convencidos de que es Dios quien me ha regalado el don de mi compromiso en la acción social.

Que esta Jornada me lleve a ver a los pobres como mis hermanos, como mis semejantes, y nunca como gente sospechosa, gente dudosa, porque “todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos, por mi lo hicisteis” (Mt. 25, 40). Dejarme afectar por los pobres es dejarme afectar por Jesús.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

Comparte este texto en las redes sociales
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad