Mi compromiso social desde la fe

Don Florencio Roselló presidió el Encuentro Anual de Cáritas, que tuvo lugar el pasado 26 de octubre, en el Seminario de Pamplona, y en el que ofreció una charla que tenía por título «Mi compromiso social desde la fe» y en la que recordó a los voluntarios de Cáritas que «nuestro compromiso social está llamado a ser experiencia de Dios».
1. ENVIADOS DESDE EL EVANGELIO
Muchos laicos, sacerdotes, religiosos/as están entregando su vida al servicio de los más pobres. Y es una entrega que hacen en nombre de Jesús. Como el Mesías también nosotros hemos proclamado en voz alta, “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. (Lc. 4, 18-22)
Mi fe me empuja, me lleva a escuchar el envío que el Señor, me hace en el templo de mi vida, en mi compromiso personal. Me ha elegido a mí, me ha entregado el libro, el rollo, y leyéndolo no puedo menos que salir, e ir a los cruces de caminos, al encuentro con mis hermanos pobres, vulnerables.
Nuestra sociedad necesita testigos coherentes que vivan su fe cerca de los pobres. Conviene analizar las motivaciones que me llevan a comprometerme, y si estas están alineadas con el evangelio. Reflexionar sobre este tema me ayudará a tener claro el por qué me implico con los vulnerables de la sociedad, a la vez que reforzará mi compromiso.
2.ACERCARSE A CRISTO, EN LOS VULNERABLES.
Acercarse a los pobres, hoy tendemos a llamarles vulnerables, porque además de pobres, son personas frágiles, y muy dependientes de muchas situaciones sociales, nos hace analizar nuestro acercamiento, para que este sea de verdad sanador y humanizador. Cuanto más pobre y débil es una persona, más necesaria se hace la humanización. Tanto mayor deberá ser nuestra delicadeza, respeto y cuidado. La persona es sagrada.
Nuestra fe, nuestra espiritualidad, nos lleva a acercarnos al pobre, al vulnerable, y nos hace ser tan sensible que hace bien a estas personas cuando nos acercamos a ellas. Este bien responde porque el pobre al que nos hemos acercado esté en una situación límite, como muchos de los que se acercan a caritas o a otros servicios sociales.
El acercamiento a estos hermanos que sufren, no me puede dejar indiferente. Ser profesional, o ser frío, no me debe de llevar a mantenerme indiferente ante el dolor, el límite, la exclusión, muchas veces sin respuesta. También nosotros somos cuestionados, interrogados o cuestionados. Este cuestionamiento a veces me pude llevar a crisis personales. Inclusive me puede cuestionar algunas situaciones personales. Hemos de manejar bien estas cuestiones, pues o nos pueden destruir porque son golpes duros, o nos pueden hacer más fuertes, más humanos, más auténticos en nuestra vida y en nuestra fe.
Vivir este compromiso social desde la fe puede ayudar que esta experiencia me ayude a crecer en humanidad y de maduración de nuestra entrega y de nuestra fe.
3. ACERCARSE A LOS VULNERABLES, “LIMPIOS DE CORAZÓN” (Mt. 5, 8)
Este acercamiento a los vulnerables nos pide hacerlo con unas determinadas actitudes: acogida, sin distinción, sin juicio.
Nuestro compromiso social está llamado a ser experiencia de Dios, experiencia de comunión con Él, y con nuestros hermanos. Es un encuentro con Dios que se hace vulnerable, ¿puedo juzgar a Dios? ¿Me atrevo a cuestionar a Dios? “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, 36estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. 37Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; 38¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; 39¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. 40Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. (Mt. 25, 35-41). Estas palabras del evangelio me facilitan el encuentro con Jesús, pobre, hambriento, extranjero, en la cárcel, desnudo. Pero es una acercamiento abierto, cercano y solidario, sin juicio, “limpios de corazón”.
En el texto de Mateo, en el juicio final, se nos habla de acogida, cercanía y acompañamiento, y en ningún caso se nos habla de juicio, ni de cuestionamientos. Nuestra sociedad, hoy cuestiona todo, justifica esa vulnerabilidad desde la peligrosidad (preso-delito) o la ilegalidad (extranjero- papeles). En el mundo de los pobres el acercamiento hay que purificarlo, hay que ponerle en evangelio y ser buena noticia para los pobres y vulnerables que se acercan a nuestros centros de acogida de caritas y queremos hacer viva la fraternidad, desde la fe, con nuestros hermanos pobres.
“Limpios de corazón” a aceptar, acoger, no desconfiar. Limpios de corazón es dar oportunidad, es levantar, es no cortar la higuera, aunque no de fruto y esperar un año más. Es mirar cara a cara al pobre que se acerca a nuestras caritas y decirle, Dios te quiere.
4. ¿DÓNDE SE APOYA MI COMPROMISO SOCIAL?: CRISTO POBRE
Trabajar con los pobres, con los descartados de nuestra sociedad, no es trazar una línea recta donde todo se va a suceder con un sentido lógico. No puede serlo cuando vamos a compartir la suerte de aquellos que se han quedado en el camino golpeados por la vida. Las dificultades vendrán de fuera: inconstancia, desconfianza, debilidad, y afectarán a nuestro interior, dudas, cuestionamiento de planteamientos, cuestionamiento de actitudes y acciones, ¿sirve para algo lo que hago?
Esta es la lluvia y el viento que hace tambalear mi compromiso social, y que me plantee si vale la pena seguir. Por eso mi compromiso social desde la fe, quiere asentarse en una casa que “Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca”. (Mt. 7, 25). Esos cimientos son tanto más necesarios cuando que la casa está construida en un lugar abierto a vientos y tormentas, que son las dificultades de mi acción en un mundo nada lógico ni seguro. La roca sobre la que se asienta mi compromiso social, sostenido por la fe, es Cristo. Yo soy arena, que no puede sostener la casa. Una arena que se apoya en la novedad, en experiencias nuevas, muchas de ellas surgen desde el sentimiento, un tanto afectivas. Sobre todo, al comienzo de mi compromiso social.
Esta casa asentada sobre roca, me lleva a descubrir a Cristo pobre, Cristo vulnerable, Cristo descartado. Que a pesar de todo mantiene en pie mi casa, porque está asentada sobre roca.
4.1. Me apoyo en Cristo pobre
Al principio, cuando comenzamos nuestro compromiso social, estamos motivados por impulsos, por deslumbramientos, o por una necesidad de realización personal. También quizás, por dejarnos llevar por la situación ambiental.
Este proceso tendrá que evolucionar, y buscar que mi compromiso se asiente sobre una base más sólida, que no es otra que descubrir a Cristo pobre, que va calando y profundizando en mi vida. Descubrimos el amor de Cristo por los pobres y por su forma de acercarse a ellos, pues Él “que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre” (2Cor. 8, 9)
4.2. Cristo pobre “es mi amigo”.
Descubrir a Cristo pobre, crecer en el amor a Cristo pobre me lleva a descubrir a los pobres, no como meros usuarios o beneficiarios, sino como “sus amigos”, sus preferidos, casi sus hermanos. Amarlos con la misma delicadeza y sensibilidad que Jesús los amó. Al descubrirlos como nuestros amigos, se entabla una relación de amistad, pasan de ser unos extraños, a sujetos de desconfianza, a sumar la lista de mis amigos, los veo con ojos de fe y con ojos de esperanza.
4.3. En Cristo descubro la dignidad de los pobres
Al superar su condición de usuarios y sentir una relación de amistad con los pobres, voy profundizando en su vida, los voy conociendo y me lleva a conocer sus valores, sus raíces profundas de su vida, sus intentos de superar su situación de vulnerabilidad, y me doy cuenta de que su dignidad ha sido pisoteada, ha sido maltratada.
Por eso la dignidad de los pobres será para nosotros una exigencia y un compromiso de primer orden. No podemos ayudar a los pobres sin respetar su dignidad, sus valores, sus principios, su cultura y su religión. No hay Cristo pobre sin dignidad, no hay redención sin dignidad, no hay libertad sin dignidad.
4.4. Cristo pobre me lleva a la transformación personal
Descubrir a Cristo en el pobre, acercarme a su realidad, ponerlo en mi oración está provocando una transformación personal. Una actuación con los pobres, si no me afecta, si no me provoca un cambio a nivel personal, no he pasado de ver a Cristo pobre, como un usuario o un benefactor, pero nunca como alguien que ha pasado a ser mi hermano, y que me ha ido transformando interiormente.
Mi compromiso con los pobres, desde la fe, no me pude dejar indiferente. Me debe de llevar a plantearme por qué mi hermano, hijo de Dios, lo pasa mal. Por qué su situación no cambia.
Los pobres, conforme voy interviniendo, los voy conociendo, van entrando en mi corazón y afectando a nuestra manera de ser y de vivir. No son un expediente ni un número más. Van afectando a nuestra manera de pensar y actuar, a nuestro modo de ser persona y de ser cristianos, en mi caso también a mi modo de ser religioso y sacerdote, y me ha marcado como obispo.
Personalmente, después de muchos años como capellán de prisiones, mi vida cambió. Mi corazón se mojó con mis hermanos en prisión. Nunca salí de prisión de la misma forma que entré. La prisión, los presos, cambiaron, y han marcado mi vida, porque en ellos descubrí al Cristo pobre y preso.
5. MI COMPROMISO, UN DON, UN REGALO….UNA VOCACIÓN
El envío del Señor a trabajar por los pobres, a comprometerme en favor de los vulnerables, lo veo como un don de Dios. Un regalo que nos ha hecho el Señor. Siempre le doy gracias a Dios por haberme enviado a trabajar por los pobres, a la cárcel. Tengo mucho más que agradecer que me agradezcan. Poder descubrir el rostro del Cristo en el hermano pobre, es un regalo del Señor.
5.1. Riesgos
Existe el riesgo, el peligro de creernos “héroes”, superiores a los demás, porque hemos dado este paso solidario. No tenemos más mérito ni más sensibilidad que otras personas que no estén comprometidas. Creernos héroes, los mejores, los más sensibles, inclusive “ejemplares” para los demás, me lleva a convertirme en mediocre, pobre y superficial, porque no he integrado mi compromiso en mi vida de fe.
El riesgo es crear una dependencia afectiva de los pobres hacia nosotros, “¡con lo que yo he hecho por ellos!” “¡así me lo paga!”. Nos sentimos facultados para exigirles explicaciones, y justificaciones. Nos situamos por encima de su conciencia y de su voluntad si quieren o no quieren salir de su situación. Inconsciente o conscientemente entramos en chantajes emocionales cuando las cosas no salen como pensábamos.
Ocurre que lo que era prioritario, la ayuda al pobre, al vulnerable, lo que estaba en un primer lugar, pasa a un segundo plano, y ocupa el primer lugar mi situación afectiva respecto al pobre. He desplazado al pobre del centro de mi acción y he situado a mi “sentirme bien” a que “me agradezcan” en el centro de mi relación con los pobres.
Estoy comprometido porque he recibido una llamada, y el Señor me ha hecho el regalo de enviarme a los cruces de caminos a invitar al banquete. Es un regalo del Señor. Recibo mucho más que doy. Inclusive nos creemos que los pobres salen de esa situación gracias a nosotros, y no gracias a la intervención que Dios hace en sus vidas a través nuestro. Nosotros somos instrumentos, no actores ni protagonistas. El protagonista es Dios.
Estas actitudes generan consecuencias negativas, no solo en nosotros mismos, porque nos creemos superiores o los mejores, sino que a medio y largo plazo tiene repercusiones negativas en aquellas personas a las que decimos ayudar. Pues siempre las miraremos de arriba a abajo, con superioridad, dependientes de nosotros.
Y el pobre debe de ser protagonista de su situación. Debe ser el sujeto de la salida de la pobreza y marginación, nosotros somos meros instrumentos. Hacerles depender de nosotros supone negarles el protagonismo y la responsabilidad de luchar por su propia situación.
5.2. Vivir mi compromiso como un regalo, un don
Si nuestro compromiso con los pobres no lo vivimos como un don, como un regalo, rápidamente aflorarán estos sentimientos personales (reconocimiento, agradecimiento, dependencia) que se colocarán en el centro. Si, en cambio, lo vivo como un don, como un regalo, siempre estaré agradecido que Dios me haya permitido vivir la experiencia de descubrirlo en los pobres. Si este don lo interiorizo se convierte en uno de los mayores dones que nos puede dar Dios.
Descubrir mi vocación por el mundo de los pobres como un don, es una tarea de toda la vida. Habrá momentos en que mi servicio desde caritas a los pobres, desde otras realidades sociales, lo veré como un don, pero otras veces me rondará la tentación de “creerme el mejor” “de crear dependencia”, y me llevará a olvidarme de los pobres. Por eso vivir mi compromiso social desde la fe me lleva a renovar, a recordar que mi estar con los pobres es un don, un regalo de Dios que debo de cuidar cada día. Es necesario una profundización y una maduración de la fe personal y espiritual.
Para ver este compromiso como vocación hace falta tiempo, y un tiempo que se recorre a diferentes velocidades, unos necesitarán más tiempo otros menos. Pero es verdad que con el tiempo vamos madurando y entrando en la lógica del don y en la vocación que de los méritos personales o del heroísmo particular. Pero este proceso hay que vigilarlo constantemente, pues no dejamos de ser humanos, y de vez en cuando van aflorando esos sentimientos de heroísmo que hacen olvidar las razones profundas de nuestro compromiso.
6. EXPERIENCIA MÍSTICA, EL POBRE ENTRA EN MI VIDA
La contemplación del pobre, el descubrimiento en el pobre del mismo Cristo pobre, me va despojando de mis clichés, de mis ideas preconcebidas y de mis valores heroicos por mi compromiso. Hemos superado el cumplimiento de mi voluntariado, vamos más allá. Mi compromiso social transciende las motivaciones que un día me llevaron a hacer una opción por los pobres.
Este paso se da, muchas veces sin darnos cuenta, cuando el pobre entra en mi vida, entra en mi conciencia, entra en mi interior, de tal manera que nos desposee de nosotros mismos, nos libera de nosotros mismos, y ya no miramos con nuestros ojos, ni valoramos con nuestra lógica, ni amamos solo desde los afectos de nuestro corazón, sino que voy más allá. Los pobres han entrado en mi vida.
El pobre ha entrado a formar parte de mí, se ha hecho carne y sangre de nuestra sangre y carne, y eso me lleva a sentir y vivir con el pobre, me lleva e entender y acompañar al pobre, y me lleva a liberarme de juicios y prejuicios, de dudas y cuestionamientos. Sus sentimientos, son mis sentimientos. El don que el Señor me ha hecho de poder trabajar con y por los pobres, se ha hecho Eucaristía, porque me lleva a la entrega y sacrificio por ellos.
7. PARA BAJAR AL POBRE, CONTEMPLAR
En esta experiencia mística es importante una actitud contemplativa, máxime cuando estamos comprometidos en la acción social, pues en ellas nos encontramos personas frágiles, vulnerables, golpeadas por la vida. Ello me obliga a ser contemplativo, a tener una especial atención y delicadeza para ayudar a estas personas pobres y vulnerables, para ofrecerles aquello que realmente están necesitando.
Este espíritu contemplativo me ayuda a atravesar las apariencias y huye de la superficialidad de las primeras impresiones y juicios precipitados, que casi siempre serán negativos y críticos con los pobres. La desconfianza es la primera reacción ante la necesidad de los pobres.
Esta contemplación me lleva a escuchar, no las palabras, sino los gestos, las expresiones de su rostro, los silencios. Aceptando que muchas veces las palabras no logran expresar los sentimientos. Es ir al interior de la persona, que cuando fallan las palabras, o estas no convencen, surgen los gestos y expresiones cargadas de mensajes, que no siempre son bien acogidos o bien interpretados.
La calidad y profundidad de nuestra contemplación en nuestro compromiso social aseguran la verdad y transparencia de nuestro servicio. ¿Cómo responder o ayudar a otra persona que tiene necesidad sino dedicamos tiempo y no ponemos atención en captarla? Responder a la necesidad social del otro no es responder por responder, para demostrar nuestra capacidad de ayuda o respuesta, sino se hace necesaria una actitud contemplativa que me lleva a analizar las necesidades del otro, y responder verdaderamente a lo que necesita, no a lo que yo creo, sin profundizar, lo que necesita.
8. MIRAR A LOS POBRES DESDE ABAJO (Dejarse afectar por ellos)
Socialmente y eclesialmente estamos acostumbrados a mirar a los pobres desde arriba. Dependientes de uno. Por el hecho de acercarse a buscar una ayuda que nosotros tenemos y que les podemos conceder, nos hace situarnos por encima de ellos, sin haber hecho ningún mérito para ello. Pero el hecho de tener en nuestro poder lo que ellos quieren, me sitúo superior, y esta actitud me sitúa lejos de ellos y lejos del evangelio.
Si no nos “dejamos afectar”, si “los pobres no me cuestionan”, el amor y la opción por los pobres, acaba siendo una fórmula retórica, un tópico, un cliché acuñado en mi mente. Cuando el dolor de los pobres no nos duele, cuando no me rebelo cuando pierden su dignidad, cuando me quedo tranquilo cuando sus derechos son atropellados, entonces soy un elemento más de la destrucción de la esperanza del pobre.
Dejarse afectar por los pobres, es permitir que el mundo de los afectos, mi mundo interior sea trastocado, transformado, herido por los pobres y sus sufrimientos y angustias. En el evangelio se nos habla de “conmoverse las entrañas de Jesús”, al ver el sufrimiento de los más pequeños y pobres de su pueblo.
Dejarse afectar por lo pobres me lleva a una revolución interior, a remover mis entrañas, a sentir mal de estómago. Y para esta revolución interior tengo que mirar a los pobres desde abajo, desde su suelo, desde su realidad. Desde arriba, desde una posición de superioridad será difícil que capte sus sentimientos de frustración, de pobreza, de angustia. Es hacerse pobre, pequeño, niño, humilde. Es experimentar que hay gente que desde arriba pisa a los de abajo.
Cuando miro a los pobres desde abajo, mi intervención, mi ayuda hacia ellos será más práctica, más efectiva y más humana que si lo hago desde arriba, desde posiciones de superioridad, que simplemente me limitaré a cumplir un expediente, y quedará en una acción burocrática y que al final será un dato más en las frías estadísticas de nuestra asociación o grupo.
En la medida en que “me sienta afectado”, me ayudará a comprender el dolor y la angustia de los vulnerables, y eso me llevará a permanecer en el compromiso social adquirido. Vivir la comunión de sentimientos con el pobre me ayuda a comprender la angustia y necesidad y por lo tanto me llevará a permanecer junto a él, pues entenderé su necesidad, su angustia y a veces su desesperación.
Dejarse afectar, es dejar que el pobre entre en nuestra vida. Y cuando los pobres entran en nuestra vida es para revolucionarla. Lo digo por propia experiencia. Los pobres, los presos han entrado en mi vida y la han revolucionado. Y han derivado a que hoy, según palabras del Nuncio, esté de Arzobispo en esta diócesis de Pamplona y Tudela.
Esta revolución que provocan los pobres en nuestra vida, puede llevar inclusive a cuestionar hábitos adquiridos de muchos años, gastos consolidados, relaciones de amistades cuestionadas, ritmo de vida cuestionado, muchas cosas de nuestra vida cambian, cuando los pobres han entrado en la esfera íntima de nuestra vida. Incluso miramos a Dios de otra manera, rezamos diferente, ponemos los acentos en otras necesidades, pero eso sí, seguimos estando convencidos que es Dios quien me ha regalado el don de mi compromiso en la acción social.
9. ACERCAMIENTO A LOS POBRES A TRAVÉS DEL DISCERNIMIENTO
La acción social tiene el riesgo de dispersarse. No hay una acción social que se resuelva con una fórmula igual en cada caso. Cada persona es distinta, cada persona presenta una necesidad, y por lo tanto no hay dos respuestas iguales ni dos pobres iguales.
Nuestra acción social, vivida desde la fe, hace necesario el discernimiento de nuestras decisiones. Este discernimiento en la acción social lo expresaba muy bien el documento que publicó la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEE en 1994:
- La oración. La vivencia del compromiso social desde la fe hace necesaria la oración y no una simple deliberación.
- El análisis de la realidad. Es lo que busca el discernimiento para incidir realmente en la realidad, en el problema.
- El diálogo. Sobre todo, con el pobre, el vulnerable. Es una mediación eclesial que ayuda a evitar los peligros de autoengaño.
- El análisis o diagnóstico, sobre lo que está sucediendo: sufrimiento de los pobres y las causas y soluciones posibles.
- Discernimiento sobre lo qué podemos y debemos hacer. Equilibrar las necesidades y posibilidades que podemos ofrecer. Muchas veces se produce una tensión. Se nos pide generosidad para poner en juego todo aquello que tenemos, pero también dónde lo ponemos (Jn. 6, 7). Cuanto menos podemos llegar, más necesario se hace discernir.
- Discernimiento sobre el modo de hacer las cosas. Hay que cuidar las formas. El evangelio nos habla de amor, se sensibilidad, solidaridad. Hay que cuidar un modo evangélico de acercarme al débil y al encuentro respetuoso: dignidad, autonomía, respeto, gratuidad, libertad.
- Rectitud de intención. En el mundo de la acción social pueden existir actuaciones interesadas, manipulaciones, incluso gente que haga negocio. Estar vigilantes si lo que nos mueve, siempre, es el evangelio.
- Discernir los medios a poner en juego. Qué recursos buscar y obtener y por lo tanto poner en la resolución del problema. Con qué personas o precio a pagar queremos colaborar.
- Discernir en el conflicto. En nuestra acción social se nos plantearán conflictos e intereses de valores, de personas e instituciones.
Es importante no perder nunca la capacidad de discernimiento, porque las soluciones ni vienen siempre dadas de antemano ni son siempre fáciles. El buen discernimiento nos proporciona la confianza y la paz de sabernos guiados.
10. TODO UN EJERCICIO DE GRATUIDAD
La característica más destacada de una acción social realizada desde el evangelio es la gratuidad. “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc. 7, 50), esta frase de Jesús tiene dos momentos que vienen a responder al gesto de gratuidad. Por un lado, Jesús no exige ninguna condición a cambio del perdón de sus pecados, y por otro lado este gesto de perdón devuelve la dignidad de persona. La gratuidad dignifica y da la categoría de humanidad.
Cuando hablamos de gratuidad no solo nos referimos a la parte económica, no pensamos cobrar por nuestra actuación, si además es consecuencia de nuestra vivencia de la fe a través de la acción social. Hablamos de otras dependencias, especialmente de tipo afectivo:
- Cuando las cosas salen bien exigimos fidelidades, adhesiones, silencios, agradecimientos.
- Y cuando las cosas salen mal surgen los reproches, descalificaciones, rencores, recordatorios de lo que uno/a ha hecho por el otro…
Gratuidad es que nuestra acción no está condicionada por la respuesta que recibimos, sino por la necesidad que detectamos y entonces actuamos, entonces nos implicamos, sin tener seguro cuál va a ser el resultado final. Mi fe me lleva a implicarme e intentar que salga bien, pero aun no resultando bien, seguiré actuando.
Gratuidad supone no cobrar ni afectiva ni efectivamente. Consiste en no buscar beneficios ni rendimientos personales de mi acción social en forma de prestigio, de imagen, de méritos, reconocimientos.
Gratuidad es no tener sentimiento posesivo de los pobres. Desterrar de nuestro lenguaje “mis pobres”, “mis abuelos”, “mis presos” “mis inmigrantes”, “mis transeúntes”. Son los anawin, los pobres de Yavé, patrimonio de Dios, no nuestra propiedad, y es el Señor quien nos ha enviado a sanar los corazones desagarrados. Gratuidad conlleva potenciar la dignidad humana de la persona que recibe la ayuda.
Gratuidad es ver lo bueno de las personas ayudada, concediéndoles la posibilidad que ellos mismos colaboran en la solución de sus propios problemas y dificultades. Es hacer que no dependan solo de mi acción, también de su contribución. Cuando les concedo la posibilidad de colaboración estoy diciendo que ya no dependen solamente de mí.
Gratuidad es dar libertad a que las personas acepten mi ayuda o no. Esa libertad les permite rechazar mi ayuda, cuestionar mi forma de hacerlo (cuando no les respeto ni valoro)
Sin gratuidad no hay acción social, sin gratuidad no hay redención, sin gratuidad no hay libertad y no hay salvación. Sin gratuidad no hay evangelio.
11. LA ESPERANZA NO CONFUNDE, TAMPOCO A LOS POBRES
El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia al Jubileo de la esperanza para el año 2025. Nuestro mundo de pobres, vulnerables, descartados, está huérfano de esperanza, o esperanza defraudada. ¡Cuántas promesas de ayudas! ¡cuántos proyectos salvadores! ¡cuántos sueños disipados!
En un mundo tan revuelto en todos los órdenes, donde todo el mundo parece sacar lo peor de sí y traducirlo en guerras, terrorismo, violencia de todo tipo, desplazamientos forzosos, donde concurren catástrofes naturales y desgracias de todo tipo… el hecho mismo de hablar de esperanza resulta inevitablemente provocador. El añadido a la esperanza que además “no defraude” … eso añade un plus en el que tendremos que detenernos, porque da la impresión de que la esperanza no existe, o que no se puede conseguir lo que esperamos, o que “la esperanza sí defrauda” o en otras palabras, decepciona y no se puede conseguir.
“Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos, ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones. Dejémonos conducir por lo que el apóstol Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma”. (S no C.1)
La esperanza se contrapone contra la desesperanza, el optimismo contra la frustración, la ilusión contra la desilusión. El futuro es incierto e inseguro, y de eso nos avisa el papa Francisco. No es fácil transmitir esperanza. Ahora nos situamos en los pobres, en los vulnerables, donde anida la frustración, el fracaso, las caídas y decepciones. Muchas y de todos los colores. Muchos pobres han perdido toda esperanza. Les hemos hecho promesas, les hemos ofrecido proyectos, pero su situación sigue. Hay mucha desconfianza, mucha desesperanza en los pobres. Hay mucha decepción.
Viene al caso recordar a Charles Peguy, poeta y pensador católico francés a caballo del XIX y del XX, quien en su poema sobre la esperanza escribía:
“La fe es una esposa fiel.
La caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.[…]
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un inmenso cementerio”[1].
Seguramente muchos de los que estamos aquí conocemos a muchas personas, pobres, que su vida es un inmenso cementerio.
12. NO CONFUNDIR LA ESPERANZA
12.1. Una esperanza que no se confunde con el optimismo.
La esperanza cristiana no se confunde con un mal sucedáneo: el optimismo. Éste último se asienta en señales, indicadores y datos objetivos. Por el contrario, la esperanza es capaz de soportar el invierno más duro en ausencia de signos, sin nada que aparentemente la aliente y sin dato alguno que la sostenga[2].
12.2. No confundir esperanza con sueños. Realismo
Es fácil confundir esperanza con sueños, y eso es peligroso, porque los sueños nos llevan a adoptar una actitud pasiva, pensando que un día esos sueños se pueden cumplir. En muchos casos los sueños son irrealizables, y generan ansiedad y frustración. La esperanza es una virtud teologal que me pone en movimiento, y no me aparta de la tierra. Los sueños me alejan de la realidad y se me presentan por encima de mis posibilidades.
Importante presentar una esperanza realista, una esperanza que podemos conseguir, una esperanza “que pise tierra”. El problema que muchas veces ocurre en el mundo de los pobres, es que más que esperanza, posible y realizable, presentamos sueños, lejanos y muy difíciles de conseguir. Lo que estamos haciendo es cometiendo pecado, porque estamos engañando al pobre, al desesperado, al que quiere salir de prisión, y le estamos diciendo que cualquier forma, camino o alternativa, es posible.
12.3. La paciencia, camino hacia la esperanza
“La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene”. (S. no C. 4b)
La esperanza necesita paciencia», así como uno necesita tener paciencia para ver crecer el grano de mostaza. Es «paciencia para saber que sembramos, pero es Dios quien da el crecimiento» (Homilía de Santa Marta, 29 de octubre de 2019). La esperanza no es un optimismo pasivo sino, por el contrario, «es combativa, con la tenacidad de quienes van hacia un destino seguro» (Angelus, 6 de septiembre de 2015).
12.4. Vivir la esperanza en ausencia de señales
Creemos en un “Dios de las cosas chiquitas”, en un Dios que se revela en la historia y en la vida y que se cuela entre los muros de las prisiones para adentrarse incluso en el módulo de aislamiento.
La esperanza reclama de la espera. Pero no toda espera se convierte en esperanza. Solo una mirada confiada de tejas arriba ayuda a dar ese salto. Solo así, las “pequeñas esperanzas” se tornan en señales de la “gran esperanza”. Esta tiene la cualidad de que incluso, cuando se frustran las “pequeñas esperanzas”, asentada en la serena confianza en Dios que habita nuestra vida en toda circunstancia, no hace perder ni la fe, ni la esperanza ni la caridad.
13. GRAN ESPERANZA Y PEQUEÑAS ESPERANZAS
La encíclica Spe salvi de Benedicto XVI invita a no confundir la “gran esperanza”, que es Dios, y las “pequeñas esperanzas”, que constituyen señales, a veces confusas, a veces poco persistentes, otras creadas por nosotros, pero siempre estimulantes en la subida a Jerusalén. Una comunidad cristiana (o un creyente) sólo podrá dar razón de su esperanza (1Pe3, 15) y avivarla en su entorno (en la sociedad) cae en la cuenta de que no es esperanza “todo lo que reluce como tal”. Por eso, hoy más que nunca nos urge recuperar la más escondida: la esperanza teologal.
Tenemos que acostumbrarnos a vivir evangélicamente, al raso de certezas, a la intemperie. Esa es la gracia de lo teologal: hay que creer a pesar de lo que se ve, esperar sin señales y amar sin buscar ni esperar reciprocidad.
Así, fiados solo de la “gran esperanza” seremos capaces de escrutar con más facilidad las “pequeñas esperanzas” y no desesperar del todo cuando pudieran resultar vanas.
14. DIOS ES LA ESPERANZA DE LOS POBRES
No es que Dios sea la esperanza que no defrauda, “tampoco para los pobres”. Es más bien, porque Dios es la esperanza de los pobres, por eso es la esperanza que no defrauda.
Si, como dice el Papa Francisco, Dios es la esperanza de los pobres, tendremos acercarnos mucho a ellos para que podamos experimentar a Dios como nuestra esperanza. Así, en la mejor tradición bíblica los lugares aparentemente para el desespero (el éxodo, el exilio, la deportación, la persecución, incluso el martirio) se convierten en las mayores oportunidades para experimentar la esperanza. No es ninguna casualidad que las páginas más preñadas de esperanza, rubricada por la voz de los profetas, son las que se han escrito en medio de la desgracia para precisamente invitar a la gracia de la esperanza que solo Dios podía regalar.
Por eso, si en verdad Dios es la esperanza de los pobres, surge un desafío para los voluntarios, profesionales de caritas y de otras organizaciones católicas y de aquellos cuyas vidas pivotan, de uno u otro modo, en torno a esta querida acción social:
- Por una parte dejarnos contagiar por esa “esperanza enlutada” de las personas pobres que se acercan a nuestras caritas.
- Ayudémosles con el testimonio de nuestra pobre vida a que descubran la fuente última de nuestra esperanza,
La más firme esperanza de las personas pobres es que “El Señor no olvida el grito de los pobres” (Sal 9,13). Nosotros no somos la esperanza, ni nuestros afanes apostólicos, ni nuestro empeño en dignificar, humanizar y evangelizar el medio penitenciario. Nosotros solamente apuntamos con el dedo dirigido hacia lo alto hacia ella. “A veces nos venimos arriba” y nos autoproclamamos esperanza divina. Y no, Dios es la esperanza.
15. PERSONAS DE ESPERANZA
En este año jubilar se hace necesario purificar nuestra esperanza y acercarla más al evangelio. Como ya he dicho la esperanza no son sueños, no son falsas expectativas, no son palabras bonitas. Eso sería cinismo, sería engaño.
La esperanza tampoco podemos apoyarla en nuestros éxitos, como si nosotros fuésemos los constructores de la esperanza, como tampoco la frustración de la esperanza puede sostenerse en las debilidades y fallos de nuestras intervenciones. La esperanza se manifiesta en diferentes formas de actuación:
- Creo en la esperanza “teologal”. No solo porque estoy seguro que Dios vendrá, sino porque estoy convencido que Dios está “viniendo ya”. Está viniendo a través de signos, de gestos. Dios está hablando. Esa es la esperanza que me sostiene.
- Recuperar la esperanza “teologal” nos permite vivir la esperanza de modo activo. Porque si Dios está viniendo ya, se trata de buscarlo de modo activo, en medio de las dificultades y contrariedades de la vida.
Como hombres y mujeres de fe estamos llamados a ser esperanza para los pobres, luz en el camino y sostén en la dificultad. Como Iglesia, como hombres y mujeres de fe, además de toda intervención que podamos tener con los pobres que acuden a nuestras realidades eclesiales en busca de ayuda y solución, hemos de ser capaces de transmitir esperanza, esa esperanza teologal que es capaz de vivirla aquí, hoy y ahora. Que se traduce en que el pobre puede salir de su situación, que Dios quiere que salga y que Dios le mira con ojos de amor y misericordia.
Dios espera siempre, especialmente al hijo que se ha equivocado. Espera siempre nuestro regreso. No existe tregua ni reposo para Dios hasta que no ha encontrado a la oveja descarriada. Por lo tanto, si Dios espera, la esperanza no se la puede quitar a nadie, porque es la fuerza para seguir adelante, la tensión hacia el futuro para transformar la vida, el estímulo para el mañana. La esperanza es la prueba interior que nos pide mirar hacia adelante y vencer la atracción hacia el mal[3]. ¡Cuánto tenemos que trabajar esto con los pobres? No hay nada más triste que ver a un pobre derrotado, abatido, sin ilusión, sin expectativas en la vida. Si no logramos transmitir la esperanza de Dios, algo estamos haciendo mal.
16. Y PARA TERMINAR, UNA CONFESIÓN
Después de esta reflexión estoy convencido y hago mía la frase que dice “los pobres nos evangelizan”. Yo he sido evangelizado muchos años por los presos. Por medio de los pobres, en mi caso, de los presos, he recibido la Buena noticia de Dios, esa noticia me ha cambiado y los pobres me han transformado. No soy el mismo que entró hace muchos años en prisión, a la persona que está delante de vosotros/as. Los pobres no solo no me han dejado indiferente, sino que han cambiado mi vida, mi espiritualidad, mi oración, mi esperanza.
Esta vivencia del compromiso social desde la fe, desde mi vocación religiosa y sacerdotal, en la Merced, han completado mi vocación y mi consagración. He experimentado en mi vida que Dios es amor, primero conmigo, porque he experimentado que Dios me quiere, a pesar de mis circunstancias, y que Dios se encarna en el pobre, al que le regala un amor sin condiciones. Muestra el amor a los pobres, no dándoselo, ni regañándoselo, sino encarnándose en su realidad.
Dios se hace enfermo, se hace inmigrante, se hace preso, se hace hambriento, y lo hace por amor, no por denuncia social, no por reivindicar derechos. El primer y único motivo de la encarnación de Jesús entre nosotros es amor. Y a mí, eso me basta. Porque si yo estuviese preso, hambriento o inmigrante, me gustaría que Dios también estuviese en mí, y sintiese su amor.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela