Celebramos esta fiesta tan apreciada y querida por todos puesto que Santo Tomás de Aquino ha marcado, en la vida de la Iglesia, un modo de reflexionar y de vivir al calor de la Palabra de Dios y de la Enseñanza de la Iglesia. Los tiempos cambian pero lo esencial permanece y es aquí donde debemos sustentar el saber teológico. Lo pasajero queda difuso en poco tiempo, lo permanente salta hasta la eternidad. Me impresionaba, en una ocasión hablando con Urs Von Balthasar, la sencillez con la que me dijo: “La teología si no está sustanciada en la mística, se convierte en pura teoría racionalista”. Sabemos que Santo Tomás oraba de rodillas y después reflexionaba. La teología o se hace de rodillas o no es teología. Al mismo tiempo sabemos que toda experiencia y reflexión teológica se debe tamizar con el Credo de nuestra fe. La enseñanza de la Iglesia asegurada por el magisterio de la misma recrea la vida de fe, esperanza y caridad. Nunca será fructífera una teología personalista y fuera de la comunión.

Así lo han entendido los santos. Es importante que podamos vivir la fe como un “depósito” que hemos recibido para darlo. El depósito, en términos económicos, es aquello que se entrega a una persona, a un Banco con la obligación de custodiarlo para restituirlo cuando el depositante lo requiera. “¿Qué es el ‘depósito’? Es aquello que se ha confiado, no lo que tu has descubierto; lo que recibiste, no lo que tu pensaste; lo que es propio de la doctrina, no del ingenio; lo que procede de la tradición pública, no de la rapiña privada. Algo que ha llegado hasta ti, pero que tu no has producido; algo de lo que no eras autor, sino custodio; no fundador, sino seguidor; no conductor, sino conducido (…). Conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica. Lo que has creído, en tu poder permanezca y por ti sea entregado a otro” (San Vicente de Lerins, Commonitorium 22, 4). Estudiamos teología para ir proclamando con la reflexión, los gestos y la predicación el depósito de la fe.

1.- Hemos escuchado a San Pablo que nos habla de la sabiduría de la cruz “porque el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios… ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el investigador de este mundo? ¿No hizo Dios necia la sabiduría de este mundo? Porque, como en la sabiduría de Dios el mundo no conoció a Dios por medio de la sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes, por medio de la necedad de la predicación” (1Cor 1, 18-21). Nos cuesta comprender este modo de pensar y de sentir que era también difícil de comprender a los corintios. Y sin embargo afirma que la cruz es “fuerza de Dios”, porque en ella el pecado ha sido vencido.

El mismo Santo Tomás de Aquino es quien afirma que la predicación de la cruz contiene algo que según la sabiduría humana parece imposible, como que Dios muera, o que el omnipotente se someta a las manos de los violentos. También contiene cosas que parecen contrarias a la prudencia de este mundo, como que uno, pudiendo, no huya de las contrariedades (Cfr Super 1 Corinthios, ad loc.). La sabiduría del mundo es la que se pierde en discusiones y pierde su propio fin y no alcanza a conocer a Dios, bien porque busca sólo señales externas y sensibles, bien porque únicamente acepta argumentos racionales. Si queremos llevar a nuestro tiempo y al hombre de hoy un mensaje que salva, fijemos la mirada en la cruz de Cristo. Un gran siquiatra dice que “la angustia del hombre contemporáneo es una angustia existencial. El progreso le hace sentirse responsable ante la historia, pero se niega a sentirse responsable ante Dios. Es un gran drama pues se niega a dialogar con Dios que transforma la frustración en humildad y la angustia en gracia” (Cfr. J. J López Ibor, De la noche oscura a la angustia, Edic. Rialp S.A., Madrid 1973, pag 32). Cuando se pierde el vestigio de Dios sólo hay un punto de encuentro con él: la cruz.

2.- Desde esta cruz gloriosa comprendemos aquello que nos ha expresado Jesucristo en el evangelio: “Vosotros sois la sal…vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14). El Señor manifiesta que sus discípulos son la sal de la tierra, es decir, los que dan sabor divino a todo lo humano, y los que preservan al mundo de la corrupción, manteniendo viva la Alianza con Dios. “Lo que es el alma en el cuerpo eso son los cristianos en el mundo” (Carta a Diogneto 6, 1). El quehacer teológico ha de debatirse con este estilo de pensar y vivir puesto que la gran batalla a la que se enfrenta la nueva evangelización es la de dar testimonio vivo los seguidores de Jesucristo. Miremos a los cristianos de Medio Oriente que sufren las consecuencias martiriales simplemente porque son “sal y luz” en medio de las tinieblas.

Nosotros también hemos emprendido un camino de reflexión, oración y testimonio con motivo del Plan de Pastoral de la Diócesis y una de las razones fundamentales es la de impulsar el apostolado de la evangelización y santificación. Todo servirá para seguir las directrices del Concilio Vaticano II que afirma que el testimonio de la vida cristiana y las obras hechas con sentido sobrenatural tienen eficacia para atraer a la humanidad hacia la fe y hacia Dios (Cfr. Apostolicam actuositatem, n 6). “Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Es importante que nos animemos y alentemos para llevar esta luz que Jesucristo nos ha confiado llevar no sólo a los de casa sino también a los que yacen en las tinieblas. No olvidemos que el Señor no nos da la luz para tenerla apagada sino bien encendida.

Roguemos a nuestra Madre la Virgen María, que ella cuide de todos y de modo especial del Claustro de profesores, de los Rectores y Formadores, de los alumnos y de todos los que cooperan en cualquier servicio y labor por el bien de la formación de aquellos que se están preparando para ejercer el ministerio sacerdotal o aquellos que como seglares se comprometen a anunciar el reino de Dios.

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