No hay Cuaresma sin la voluntad de volver al Primer Amor, que es Dios
Homilía pronunciada el pasado 14 de febrero, en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo de la Misa del Miércoles de Ceniza.
Hoy comienza un nuevo tiempo, la Cuaresma. Es el tiempo de volver a Dios, de volver a la casa del Padre. Y volviendo al Padre volvemos a la libertad. Como nos dice el Papa Francisco en su mensaje de la Cuaresma, “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”. Dios rompe toda atadura que nos esclaviza y nos hace libres, porque Él ya llena todas nuestras expectativas. El Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma, partiendo de la experiencia de cautividad del pueblo de Israel en Egipto, hace una llamada a la libertad. Pero antes nos cuestiona y nos invita a ver la realidad y preguntarnos ¿dónde está tu hermano? ¿dónde estás?. Porque el Papa Francisco nos dice “También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos”.
No hay Cuaresma en silencio, no hay Cuaresma mirando a otro lado, no hay Cuaresma sin la voluntad de romper con el pasado que me ahoga, atenaza y que me aleja de Dios. Cuaresma es volver al primer amor porque Dios nos dice “tengo contra ti que has abandonado el amor primero” (Ap. 2, 4). Abandonar el amor primero es abandonar todas las certezas y verdades que me hicieron abrazar la fe, que me acercaron a Dios. Abandonar el primer amor es dejarme atrapar por los ídolos que me alejan de Dios, y también de los hermanos.
La Iglesia nos regala un tiempo privilegiado que nos ayuda plantearnos la vida. El Papa Francisco nos cuestiona en este tiempo y nos dice ¿deseo un mundo nuevo? ¿estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? Es un tiempo de silencio interior, de reflexión, de silencio, para adentrarnos en un mundo nuevo, en un mundo que nos hace libres, superando toda atadura que nos esclaviza. Pero no es un tiempo de silencio que nos lleva a olvidarnos de nuestros hermanos que sufren. Y esto solo se supera volviendo al primer amor.
Olvidar el amor primero es olvidar las razones que me acercaron a Dios, que me ayudaron a vivir la fe con coherencia y encarnada en la vida. Sería bueno recordar, de vez en cuando, todo lo que me acercaba a Dios, oraciones, reuniones en la parroquia, gestos de compromiso con nuestros hermanos que piden auxilio y ayuda.
Olvidar el amor primero es no reconocer que Jesús es el motor de mi vida, el que me lava los pies. Por eso cuando olvidamos el amor primero reaccionamos como Pedro en la última cena, en el momento del lavatorio de los pies «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jamás permitiré que me laves los pies» (Jn. 13, 8). Ahí Pedro está diciendo que no quiere volver al primer amor, porque él se considera autosuficiente. Es el mismo Pedro quien pregunta dónde tengo que echar la red (Cf. Lc. 5, 5), es el enfermo que no tiene a nadie que le empuje a la piscina, después de 38 años, hasta que se encuentra con Jesús.(Cf. Jn. 5, 7) Todos son excusas cuando me he ido de Dios, “tenía que ir a ver un campo que he comprado”, “tengo que enterrar a mis padres” (Cf. Lc. 9, 59-62)…Olvidar el amor primero es querer ser autosuficiente, es querer caminar por libre y no reconocer la fuerza y presencia de Jesús en mi vida.
Este tiempo de Cuaresma que comenzamos hoy, nos da la oportunidad de volver al primer amor. El evangelio que hemos escuchado nos da tres caminos para volver a Dios, para recuperar y volver al primer amor: limosna, oración y ayuno. Pero cuidado, que podemos vivir estos tres momentos interiormente, justificar nuestra conciencia y en cambio olvidarnos de lo realmente importante, que son nuestros hermanos que sufren. No hay ayuno, ni limosna ni oración sin compromiso, “El ayuno que yo quiero es este: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne” (Is. 58, 6-8). Existe el riesgo de vivir la cuaresma en la intimidad y el recogimiento, pero no habrá experiencia de fe, si a mi lado hay un hermano que sufre, o pasa necesidad. Volver al primer amor, es acercarme al necesitado, socorrer al caído.
La Cuaresma nos pide ser los nuevos samaritanos, que se acercan al herido, lo tocan, lo curan y le dan cobijo. La Cuaresma nos lleva a salir de nosotros mismos para traducir la limosna, el ayuno y la oración en un proceso de encarnación en la vida, en el pobre, en el otro.
Volver al primer amor supone iniciar un tiempo de conversión, de cambio. Como nos dirá el Papa Francisco en su mensaje, es un tiempo de conversión, es un tiempo de libertad. Jesús mismo, en su tiempo en el desierto fue probado en su libertad. Fue tentado y podía haber caído a la tentación, podía haber optado por el camino fácil, pero esa libertad de la que nos habla el libro del Éxodo en su salida de Egipto es utilizada por Jesús para superar la tentación y no caer en la propuesta que le hacía el maligno.
Ser libres, como nos propone la Cuaresma ante la tentación supone alejarnos de los falsos dioses, es ir recuperando nuestra vida natural cuando estábamos en presencia de Dios. La tentación nos hace humanos, pero también la libertad que tenemos para superar esa tentación humaniza nuestras decisiones.
Esta libertad, que nos hace libres cuando superamos la tentación, nos hace superar una cara de tristeza con la que siempre revestimos la Cuaresma. La Cuaresma tiene mala imagen y no tiene por qué. Inclusive el Papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium denuncia esta mala imagen: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”, dando a entender que los cristianos tristes ofrecen una pésima imagen de la fe. Parece que para vivir la Cuaresma hay que estar tristes, hay que llorar, hay que humillarse. La Cuaresma es el tiempo de volver a la casa del Padre (Hijo pródigo), es el momento de superar la tentación, es el momento de volver al primer amor, y eso nos cambia el rostro. Volver al primer amor, superar la tentación, nos transforma en un rostro amable, en un rostro alegra, en un rostro positivo. Desterremos la tristeza, las caras compungidas, a veces con complejos. Parece que, si no tengo un rostro triste, preocupado, no vivo la Cuaresma.
¿Hay mayor alegría que volver al primer amor?, ¿hay mayor alegría que recuperar las certezas primeras de mi fe que me hicieron feliz?, ¿hay mayor alegría que volver a la casa del Padre?, ¿no hemos experimentado nunca la alegría que supone la reconciliación con un familiar, con un amigo?
La Cuaresma es un tiempo de conversión, de cambio, de superación, pero nunca debe de ser un tiempo triste, oscuro, negro. Una cosa es la liturgia que tiene sus colores, su ritmo, pero otra es la vivencia personal de nuestro camino cuaresmal. Cuando vuelvo a ver a mis padres, cuando me reconcilio con un amigo, cuando una persona me perdona y me abrazo, eso es la Cuaresma, porque he vuelto a la casa del Padre. Y esto me llena de alegría. He vuelto a Dios. He recuperado la libertad de la que nos habla el Papa Francisco en su mensaje. Y esto me hace feliz.