Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 24 de marzo, en al Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo del Domingo de Ramos

 

Hemos llegado a esta catedral en procesión, peregrinando, pero cantando. Contentos, felices, acompañando a Jesús que entra en Jerusalén, triunfante. Nuestra procesión ha sido solemne, reflejando el ánimo de todo un pueblo que aclama al Mesías, al enviado, al libertador.

La entrada de Jesús en Jerusalén tiene matices que nos sitúan ante una entrada diferente, donde se nos presenta la esencia de su mesianismo. No es una entrada militar, ni triunfalista, ni de carácter político. Es una entrada como nos anuncia Zacarías (Zac. 9, 9): humilde, pacífica, sencilla. No hace la entrada sobre un caballo elegante de los vencedores, de los nobles. Lo hace en un pollino, que además no es de él, es prestado. Él no tenía posesiones, era pobre. Jesús es recibido con ramos de olivo, cortados en ese momento en el campo. Todo improvisado y espontáneo A pesar del ruido, del jolgorio del pueblo, nos va presentando el sentido de la entrada en Jerusalén. Pues él no es el rey todopoderoso que esperaba el pueblo de Israel, sino un rey pobre. No es el libertador de los opresores, los romanos.

Todos nosotros hemos entrado siguiendo a Jerusalén, pero esto no es un espectáculo, no es una obra de teatro, no debiera serlo, aunque tiene el peligro de quedarse en imágenes. Sobre todo es un camino de vida. Una forma de vivir la fe, de ser iglesia. Seguir a Jesús hasta Jerusalén, representado por esta Iglesia Catedral de Pamplona, es entrar en la Pasión como entró él. Estar dispuesto a vivir lo que vivió Él, y a morir por la causa que murió Él, como era la causa de los pobres y oprimidos. El Domingo de Ramos nos invita a pasar de espectadores a protagonistas. A asumir nuestra responsabilidad de cristianos, a hacer nuestra la causa de Jesús, y asumir la Pasión de Jesús en nuestra vida

La Pasión de Jesús, que hemos leído hace un momento, es una invitación solemne de Jesús a entrar, a decir sí de nuevo, a confiar plenamente, a pesar de escuchar de cerca ¡crucifícale!. Entrar hoy en esta Catedral es renovar nuestro compromiso de seguir a Jesús, aunque ello implique dolor, sacrificio, incomprensión. Nos llama a formar parte de la historia de Jesús. Nos llama a manifestar nuestra fe en la calle, como lo hemos hecho en esta procesión, pero aquí íbamos protegidos, el grupo nos respaldaba, hoy es un compromiso a estar en la calle, como lo hemos hecho hoy.

El relato de la Pasión de San Marcos, es un relato sobrio, sencillo y austero. Donde presenta a un Jesús humano y débil, con dudas y dificultades, y esa visión la hace más cercana a nosotros, pues socializa con nuestra pequeñez y debilidad. Humaniza la figura de Jesús y la vemos como más real. Pasa de la entrada triunfal y alegre en Jerusalén para convertirla en un camino de dificultades, de trampas y asechanzas a Jesús. Ahora está Él solo, la gente que le aclama y bendice el domingo de Ramos ha desaparecido. Queda la crudeza de la Pasión, un juicio falso, condena injusta, azotes, prefieren antes a un delincuente, Barrabás, que a Jesús. Es el pueblo quien decide, no hay justicia. Este relato nos introduce en los misterios de la Pasión de Jesús.

Jesús, en el huerto de Getsemaní experimenta la soledad y abandono. Pero es aquí, ante la duda, da un sí definitivo al Padre cuando le dice “Padre, si quieres haz que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22, 42). Jesús vence miedos y dificultades gracias a una confianza ciega en el Padre, y desde ahí renueva sus fuerzas para asumir el camino de la cruz.

Y ante ese abandono, soledad y traición, Jesús se manifiesta por la no violencia. En el Huerto de los Olivos Jesús es prendido por gente que iba con espadas y palos, violenta. Por el contrario, Jesús responde con la palabra, con la paz, el diálogo. Todo era constante provocación a Jesús, hoy se respondería con violencia, incluso uno de los que lo acompañaban reaccionó cortándole la oreja a uno de los que fueron a prender a Jesús. En un mundo marcado por la guerra de en Ucrania y Rusia, o en Gaza, se necesitan actitudes como la de Jesús, diálogo, paz, no violencia. En una sociedad que asiste a la matanza de esta semana en Rusia, donde han muerto 133 personas, algunos de ellos niños, necesitamos más compromisos por la paz, por el respeto a los Derechos Humanos, especialmente a la vida. Ojalá la Pasión de Jesús, desde la no guerra, desde la no violencia haga que estas situaciones de guerra, de violencia y de crisis, lleguen a un entendimiento, de respeto de paz…y sobre todo de vida ante la ausencia de muerte.

Un dolor profundo en Jesús es tener que ver y experimentar el abandono de sus discípulos. Están confundidos y desorientados. No saben qué actitud tomar. Tienen miedo a morir, les puede la incertidumbre. Al final lo abandonan, lo dejan solo, salvo Juan, en la cruz y lo abandonan. Pedro inclusive lo niega por tres veces. Es una experiencia dura que gente que ha compartido la vida con Jesús le abandone, le falle. La Pasión es abandono, soledad, traición, nada que ver con la procesión que hemos celebrado hace un rato.

Todos lo abandonan, pero las mujeres no.  Al pie de la cruz, en el texto que hemos leído hoy, aparecen tres mujeres. Además, identificadas por el nombre, como los discípulos, cuando fueron llamados por Jesús. El evangelista ha querido destacarlas por este hecho, decir sus nombres es darles importancia, pero sobre todo destaca su fidelidad en la cruz. Las mujeres on testigos de los grandes momentos de fe, en la misma cruz cuando el centurión dice “verdaderamente era el Hijo de Dios” (Mc. 15, 39). Ellas serán las primeras que verán el sepulcro vacío, las que anuncian la Resurrección de Jesús. Las mujeres entendieron que el seguimiento de Jesús es seguimiento hasta la cruz. Las mujeres entraron el pórtico de la pasión, asumieron que recibir a Jesús con ramos de olivo es asumir la Pasión en sus vidas. En este proceso sinodal que ha emprendido la Iglesia, a iniciativa del Papa Francisco, el papel de la mujer en la Iglesia se está revalorizando, y está ocupando un lugar importante, aunque es un camino, todavía largo por recorrer, no exento de dudas y dificultades, dentro de la propia Iglesia. Confío que la experiencia de fidelidad de las mujeres en la cruz y en la Resurrección les ayude a que las valoremos y reconozcamos en nuestra Iglesia. Yo trabajaré por ello en nuestra Iglesia que peregrina en Navarra.

Guardemos nuestras palmas y nuestros ramos durante este año, ¡no los tiremos! Ellos nos recuerdan que hemos procesionado, que hemos cantado ¡Hosanna! que hemos acompañado a Jesús hasta Jerusalén, pero no es un acompañamiento cualquiera, sino para hacer nuestra la vida de Jesús, para experimentar lo que Él vivió, y eso supone pasar por la Pasión. Tirar la palma o el ramo de Olivo es no querer entrar en la Pasión de Jesús. Todos que estamos en esta Catedral de Pamplona hemos procesionado junto a Jesús. Que nuestro camino sea fructífero, no sea en balde. Que nuestra palma y ramo sea un aceptar vivir la Pasión y Resurrección de Jesús.

 

Con mi bendición.

+ Florencio Roselló

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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