Siempre me ha llamado poderosamente la atención la figura de san José. Unas veces su silencio, otras su saber estar en un segundo plano, otras sus sueños y otras su fidelidad al plan de Dios. Pero reconozco que José tiene algo que cautiva. Imposible construir la historia de Jesús, sin la figura de san José. No conocemos una palabra suya, ninguna reflexión, tampoco ninguna queja, sí algunas dudas manifestada en sus sueños. En José todo es vida, gestos, cercanía con Jesús, compromiso, también interrogantes y sufrimiento. Dios habla por cuatro veces en sueños a José. Escucha, reflexiona y actúa. Después del sueño no hay réplica, no hay duda. Es Dios quien siempre toma la iniciativa, y con José lo hace a través de sueños.
El próximo 19 de marzo celebramos la fiesta de San José. Por los derroteros que ha tomado nuestra sociedad, en la mayoría de diócesis o provincias de España, no es fiesta, es día laborable. Desgraciadamente en muchos lugares esta fiesta pasará desapercibida. Hasta en esto “tiene mala suerte San José”, que una fiesta, que en tiempos no lejanos paralizaba España, ahora puede pasar de puntillas o quizás en silencio, como fue toda su vida.
No me resisto a decir una palabra de san José. Fue el hombre fiel, el hombre discreto, el educador modelo, y el elegido de Dios para ser el padre de Jesús. Y José, como humano, también experimentó la tentación, “decidió repudiarla (a María) en secreto” (Lc. 1, 19). No entendía muchas de las situaciones de María, cada gesto de ella era una prueba para José. Cada situación era un nuevo desconcierto. Pero por encima de todo, José era un hombre de fe, nunca dudo de Dios, siempre se fío, “no temas acoger a María tu mujer” (Lc. 1, 20). Y sobre todo José se muestra como el hombre que acepta la voluntad de Dios en su vida, “cuando José se despertó. Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer” (Lc. 1, 24). José, hombre de dudas, de cuestionamientos, se fío de Dios y aceptó acoger a María y ser el padre, educador y formador de Jesús.
Con motivo del 150º aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia universal, por parte del Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1870, el Papa Francisco nos regaló la carta apostólica “Patris corde”, publicada el 8 de diciembre de 2020. En ella destaca la figura de San José como padre, educador, pero sobre todo como creyente silencioso, abierto a la voluntad de Dios en su vida.
En dicha carta apostólica el Papa Francisco nos indica, “San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en segunda línea tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y gratitud”.
El silencio de José es la Palabra de Dios. Este silencio deja espacio a su Palabra, a través de la cual llega la voluntad de Dios a José. En silencio, José escucha “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 21). Ante la duda de José, Dios le indica el camino a seguir. Es Dios quien habla en medio del silencio, pero José actúa. Y algo tan importante en la cultura judía como poner el nombre, Dios se lo reserva para José. Entre Dios y san José hay un diálogo silencioso de la aceptación de ser el padre del Redentor. Un diálogo que en el momento de asumir José la paternidad del Redentor, supone el grito de la responsabilidad en la educación y acompañamiento de Jesús.
El Papa en su carta Patris Corde nos presenta a José como hombre de fe, “José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad”. Y nos enseña que, “en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo en ceder a Dios el timón de nuestra barca”, y a veces lo que hacemos es quejarnos y echar la culpa a Dios. Hoy, José se nos presenta como el modelo de fe, de dejar su vida en manos de Dios.
Que san José, cuya celebramos el próximo 19 de marzo, no pase de largo en nuestras vidas, sino que soñemos, como él soñó, en un mundo más justo y más humano, donde Dios actúa a través de nuestras vidas, aunque solo percibamos el silencio.

Con mi afecto y bendición,

+Florencio Roselló Avellanas

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela.

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