Jueves Santo

28.03.2024 Catedral de Pamplona. Jueves Santo. Misa in Coena Domini. Preside D Florencio Roselló. Foto: M.A. Bretos

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló el pasado 28 de marzo, en la Catedral de Pamplona, en Jueves Santo

 

Esta mañana he estado en la prisión de Pamplona celebrando la Cena del Señor, y lavando los pies a varios hombres y mujeres presos. Es personalizar el servicio, del que nos habla Jesús, en los pobres, en los presos y necesitados.  He lavado los pies a varios hombres y mujeres presos, que con cierto temblor me entregaban su pie para lavarlo. Les preguntaba el nombre, de dónde eran. En algunos rostros he visto emoción, en otros, sorpresa, en otros, agradecimiento, en mi rostro, gozo y alegría por el privilegio que me ha concedido el Señor. Unos acariciaban mi mano cuando les lavaba, otros me sonreían, y de algunos se escapaba una lágrima rebelde. Lavar los pies a Jesús, encarnado en hombres y mujeres presos me emociona. Por otro lado, es algo que llevo haciendo treinta años.

Esta tarde estoy celebrando la Última Cena en la Catedral de Pamplona, bonita y preparada para la ocasión. También voy a lavar a hombres y mujeres que con fe, e imagino que con algo de nervios y emoción, me entregarán sus pies para lavarlos. La celebración de esta mañana no sería completa sin la celebración de esta tarde.

Todos nos sentamos en la misma mesa. Este día tengo el gozo de vivir la auténtica Iglesia, es la mesa de la eucaristía, en la que todos tenemos un sitio. Esta es la Iglesia que sueño y por la que llevo luchando muchos años, una Iglesia de ricos y pobres, de hombres y mujeres, de presos y libres, personas de Navarra y de fuera. En la mesa de la Última Cena todos los comensales se sientan a la misma altura, y comen los mismos alimentos. Una cena de la eucaristía que Jesús ya la lleva viviendo en muchas de sus comidas que hacía en su ministerio y predicación.

Los grandes momentos de Jesús se escenificaban en comidas, con todo tipo de personajes, muchos de ellos mal visto por la sociedad: recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mc. 2, 14-17); con Zaqueo en su casa (Lc. 19, 1-10); el banquete que rechazan los invitados y manda invitar a ciegos, cojos, lisiados, indigentes (Lc. 14); come con publicanos y pecadores (Mc. 2, 16). Por eso la Última Cena para los discípulos tiene un sabor especial. Cabe recordar que, para los judíos, comer con alguien era algo especial, era un signo de fuerte amistad, una manera de convertirlo casi en familia.

También la Última Cena era un momento especial para los discípulos, Pero además guardaba una sorpresa a todos los comensales. Y es la propuesta que les hace Jesús, el lavatorio de los pies, que Jesús llama, servicio. “Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc. 9, 35). De repente “se levanta de la mesa, se quita el manto, y tomando una toalla se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn. 13, 4—6). Esta actitud era impensable en aquel tiempo, que el señor se pusiese a lavar los pies, estaba reservado a los esclavos. Este era el servicio que les proponía Jesús “Os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn. 13, 14), el servicio. El lavatorio, no servir la mesa, sino el servicio de los esclavos.

Lavar los pies tiene la misma fuerza que el partirse, que el entregarse, cuando el sacerdote dice en la consagración “haced esto en memoria mía” (Lc. 22, 21), y que también hemos escuchado en la segunda lectura.

El hacer vosotros lo mismo que dice Jesús a sus discípulos. Esta indicación de Jesús es la que da sentido a nuestra celebración de esta tarde. Al final de la cena, y después del lavatorio de los pies, nos dice Jesús que nosotros hagamos lo que él ha hecho. Porque de lo contrario nos convertiríamos en meros espectadores, en testigos pasivos de una bonita historia. Nuestra vida tiene sentido cuando servimos, cuando nos inclinamos. Cuando somos testimonio de compromiso.  Cuando somos protagonistas, actores de esta bella historia de amor. Porque eso es la última cena, una bella historia de amor. Y, ¡cuidado está la tentación en convertirnos en espectadores! Jesús nos pide que nos levantemos de la mesa, que salgamos de nosotros para ir a servir, a lavar.

La Última Cena, a través del lavatorio de los pies, marca a la Iglesia y la empuja a salir, a ser servidora, a lavar los pies. En el lavatorio la Iglesia se hace servidora, porque “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”, leí hace tiempo un libro que llevaba este título, y estoy convencido de ello. La Iglesia nace en la Última Cena, en el servicio, solo habrá Iglesia si hay servicio, lo demás será “otra cosa”, una ONG, una Fundación, pero no Iglesia.

La Iglesia en la que creo es la de la Ultima Cena, la de la institución de la Eucaristía, la del lavatorio de los pies, la que se quita el manto, el lujo, para servir al pobre, la que renuncia a prebendas, la que se descalza, la que toca el pie sucio del pobre, la que mira a los ojos, echa el agua y le dice “te quiero”. Hay Iglesia donde hay servicio.

Hoy Jueves Santo, día del amor fraterno, de la institución de la Eucaristía, pero no nos engañemos, no puede haber Eucaristía sino se vive en la caridad, en el amor, en el servicio… Así nos lo dice el Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica sobre “Sacramentum Caritatis” (Sacramento de la Caridad) “Cristo por el memorial de su sacrificio, refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. “La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración”. “En efecto quien participa en la Eucaristía ha de empeñarse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual” (Sacramentun Caritatis. 89). En el retiro que he compartido con los sacerdotes esta cuaresma les comentaba que la Eucaristía se completa fuera. Cuando Jesús nos dice “haced esto en memoria mía”, nos está diciendo que salgamos fuera y que lo hagamos como él lo ha hecho. Y eso se hace efectivo en la calle, en la sociedad. Y sino hacemos esto, nuestra Eucaristía no esta completada. Se vive tanto dentro como fuera de los templos.

Eso significa, que esta tarde, al salir de esta Catedral tengo que hacer real el partirme por el hermano, el lavar los pies al que se cruce en mi camino. Lavo los pies cuando,

  • Como decía Benedicto XVI, cuando me reconcilio con mi hermano que estoy enfrentado.
  • lavo los pies cuando no juzgo actitudes que no comparto pero que no conozco las motivaciones.
  • lavo los pies cuando voy a visitar a un enfermo que nadie visita.
  • lavo los pies cuando acepto al diferente a mí.
  • lavo los pies cuando apoyo campañas solidarias con los que menos tienen.
  • Lavamos los pies cuando defendemos la vida.
  • Lavo los pies cuando no condeno al inmigrante que viene en busca de una oportunidad.
  • Lavo los pies cuando no rechazo al transeúnte y maloliente de nuestra calles.
  • Lavo los pies cuando no juzgo al que está en la cárcel.
  • Lavo los pies cuando mis actitudes no provocan división, sino comunión.

Lo sé, es complicado, pero nadie dijo que fuese fácil ni agradable lavar los pies a personas ajenas a nuestra vida, ni aún a las cercanas. Lavar los pies en estas situaciones me ayuda a dar sentido y plenitud a mi Eucaristía del Jueves Santo.

No he venido a ser servido sino a servir. Que este sea nuestro lema, nuestras palabras en este día de Jueves Santo, día del amor fraterno. El testimonio de vida convence y arrastra, es la Iglesia que sirve y se entrega, la Iglesia samaritana. Feliz Jueves Santo, feliz día del Amor Fraterno.

+ Florencio Roselló

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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