Procesión del Domingo de Ramos

El buen tiempo y la mejora de la situación de la pandemia hizo que el pasado domingo, 10 de abril, cientos de fieles se congregaran en la plaza del Arzobispado para participar en la bendición de los ramos y las palmas y en la posterior procesión del Domingo de Ramos.
A las once y media de la mañana salía al balcón del Palacio Arzobispal Mons. Francisco Pérez, acompañado por el Deán de la Catedral, Carlos Ayerra, y el delegado de Liturgia, Jose Antonio Goñi. Tras una lectura, el Arzobispo bendijo las palmas y los ramos de las numerosas personas congregadas en la plaza, especialmente familias con niños pequeños.
Pocos minutos después daba comienzo la procesión hacia la Catedral, recorriendo las calles Merced, Compañía y Curia. Encabezaba la procesión el tradicional coro de niños hebreos, dirigido por Elena Leache. Tras ellos iba la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Pasión, con su nuevo capellán, Juan Luis Lorda, y el paso “Entrada en Jerusalén” portado por 22 hermanos. Le seguían, cerrando la comitiva, el Arzobispo don Francisco, acompañado por el Cabildo de la Catedral.
En el atrio de la seo pamplonesa esperaban cientos de fieles para recibir al paso de la “Entrada en Jerusalén”. Una vez en el interior del templo catedralicio se celebró la Misa Mayor, presidida por el Arzobispo don Francisco. Aurelio Sagaseta, maestro de Capilla, fue el encargado de dirigir los cantos, acompañado al órgano por Julián Ayesa.
Durante la homilía, don Francisco recordó el sufrimiento de los hombres, reflejado en el grito de Cristo. “Cristo ha asumido todos los dolores, todas muestras angustias y todos nuestros miedos y los ha sintetizado muy bien, recogiendo todos los gritos de la humanidad en su grito. Dios no ha venido a suprimir el dolor, ni siquiera a explicarlo. Ha venido a llenarlo con su presencia”, explicó.
“Cuando gritamos por la ausencia de paz, ante tantas vejaciones, cuando sufrimos por estar solos, por nuestras enfermedades, nuestras pérdidas, por nuestros problemas, nuestros dolores, etc., no debemos olvidar que también está ahí el dolor de Cristo. Cristo nos dijo que no nos dejaría huérfanos. “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Vamos a decirle sí a Cristo y vamos a sentirnos unidos a su pasión, a su muerte, pero sobre todo a su resurrección, con la que se nos promete una vida de amor, de felicidad, de paz”, afirmó nuestro Arzobispo.
Y pidió a la Virgen María, que estuvo al pie de la cruz, junto a su Hijo, que nos enseñe a escuchar el grito de su Hijo, cuando nosotros pronunciemos el nuestro. “La vida cristiana es como una moneda, que tiene su cara y su cruz, pero es una moneda de amor, que Dios ha puesto en muchos corazones para que la sepamos usarla cuando todo va bien, pero también cuando las cosas van mal. Es el amor activo y el amor oblativo”, señaló. Y terminó recordando que “ser cristiano es lo más hermoso que puede tener el género humano, porque Cristo se ha puesto en nuestro lugar”.
Antes de terminar la multitudinaria celebración, don Francisco Pérez animó a las familias presentes a tener en sus hogares un crucifijo y una imagen de la Virgen, para rezarles todos los días. De este modo terminó esta celebración con la que se dio comienzo a la Semana Santa.

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