Aurelio Sagaseta y José Luis Sales reciben la Cruz pro Ecclesia et Pontífice

Este viernes 16 de junio, a las once de la mañana, ha tenido lugar, en el Arzobispado de Pamplona, el acto de entrega del diploma y la Cruz pro Ecclesia et Pontífice que el Papa Francisco ha concedido a los sacerdotes navarros Aurelio Sagaseta y José Luis Sales por su excepcional servicio a la Iglesia en su largo ministerio sacerdotal.
Acompañados por familiares y compañeros, los dos sacerdotes se han mostrado muy emocionados y agradecidos por este reconocimiento.
Antes de la entrega de la medalla y del diploma que acredita este reconocimiento, Miguel Larrambebere, Vicario General de Pastoral, ha ofrecido unas pinceladas de las vidas de estos dos sacerdotes que han ofrecido sus vidas al servicio de la Iglesia, uno como Archivero Diocesano y otro como Maestro de Capilla de la Catedral.
Tras estas emotivas palabras de Miguel Larrambebere, el Arzobispo don Francisco Pérez ha impuesto, en nombre del Papa Francisco, la medalla a José Luis Sales. Seguidamente ha hecho lo propio con Aurelio Sagaseta y acto seguido, les ha entregado los diplomas.
Unas palabras de agradecimiento de Aurelio Sagaseta y la interpretación de una pieza de Miguel Navarro, entonada por 4 solistas y un fagot, ha puesto el punto y final a esta celebración que culminó con un ágape fraterno.

A continuación, ofrecemos las palabras de Miguel Larrambebere:

«Excmo. Sr. Arzobispo; D. José Luis, D. Aurelio; invitados y amigos todos de esta casa.

Buenos días. Egun on. Ongi etorri.

En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, hemos comenzado este acto con una oración en la capilla del arzobispado reconociendo a Dios Nuestro Señor como el protagonista de nuestros afanes y desvelos y agradeciendo sus dones, en particular los que ha concedido a D. Aurelio Sagaseta y a D. José Luis Sales a lo largo de sus vidas y de los que, de una u otra manera, todos nos consideramos beneficiarios. Y nuestra oración ha concluido con una pieza musical, Artzai ona, en la que con el trasfondo de Jesús el Buen Pastor, queremos hacer presentes a estos dos sacerdotes, a nuestra diócesis, con su pastor, su clero y pueblo todo, y al mismo papa Francisco, de cuya mano ha llegado esta condecoración que hoy va a ser impuesta por el Sr. Arzobispo. Se trata de la cruz Pro Ecclesia et Pontifice, instituida por León XIII en 1887 a fin de premiar la fidelidad y el servicio eminente a la Iglesia. Al materializarse la distinción no en una simple medalla, sino en el signo adorable de la cruz, su recepción implica, más que la asunción de un honor o un mero ornato, la conciencia de una responsabilidad de entrega al bien del pueblo cristiano y de la humanidad. Es la aristocracia del espíritu y del servicio y no la de la sangre la que hoy se hace aquí presente.

Conviene así poner ahora de relieve los méritos que concurren en estos dos hermanos nuestros para recibir tal reconocimiento. Pero, más que desgranar un tedioso balance de fechas, títulos y fríos datos, voy a permitirme destacar y entretejer esos rasgos más genuinos de la trayectoria de los homenajeados, esos rasgos que caldean el corazón con la huella de la humanidad y del Evangelio y nos ayudan precisamente a ser agradecidos y a valorar el paso de Dios por la vida de los hombres.

En primer lugar, nuestros dos amigos hunden sus raíces en la Navarra rural de hace prácticamente nueve décadas y no han perdido ocasión de rendir un homenaje de piedad filial a sus orígenes. José Luis Sales, hijo de Jerónimo y Eusebia, vio la luz un 21 de marzo de 1932 en la humilde aldea de Arlegui, en la Cendea de Galar, a los pies de la Sierra del Perdón. Y, a pesar de que bien joven, en aquellos años de la postguerra, cambió su hogar natal y la escuela infantil de Esparza por el Seminario de Pamplona, a pesar de que la vocación sacerdotal y la misión conferida por la Iglesia le llevaron por diversos caminos, nunca ha dejado de mirar con nostalgia a su querida Cuenca de Pamplona, a esa vida reposada alimentada por la cultura familiar, vecinal y parroquial de un paraíso hoy en peligro de extinción. Pero para no caer en la prisión del sentimentalismo y la ensoñación y poder hacer frente a las contradicciones del día a día, D. José Luis se ha revestido de la zorrería aldeana del cuenco, que para él constituye virtud cardinal y casi teologal.

Si abandonamos Arlegui y la Cuenca y tiramos unos sesenta kilómetros hacia el Norte, casi en línea recta, podremos llegar a la comarca euskaldun de Malerreka, donde se encuentra la villa de Ituren. Bañada por el río Ezkurra, principal afluente del Bidasoa, y situada a los pies del imponente Mendaur, con su ermita de la Trinidad, esta localidad vio nacer a D. Aurelio el 27 de julio de 1935 en el caserío Palazikoborda, en el hogar alumbrado por Serapio y María.

También Aurelio Sagaseta ha tenido muy presentes sus raíces familiares y sociales y ha recordado en más de una ocasión la percusión acompasada de los cencerros de los ioaldunak, el sonido del txistu o la huella dejada por los organistas de las parroquias en la educación musical. No en vano se adentró en los rudimentos de la música de la mano del sacerdote D. José Urrestarazu, discípulo del gran Felipe Gorriti, que además le financió los estudios del Seminario. En el trabajo de Sagaseta se pueden rastrear numerosos tributos a las raíces patrias: entre otros, el recurso a bellas melodías tradicionales de los pueblos y su armonización, la musicalización de la liturgia en lengua vasca -con la afortunada versión del Gure Aita-, o la contribución a la oficialización actual del Himno de Navarra, a partir de la antigua Marcha para la entrada del Reino. Si en el caso de D. José Luis destacábamos la zorrería del cuenco, de manera similar D. Aurelio tuvo que armarse de un instrumento de supervivencia como es la seriedad y la socarronería montañesas.

El arraigo familiar y local de nuestros amigos se abrió a otras inquietudes de la mano de la vocación sacerdotal, auténtico eje vertebrador de la vida de ambos, con el paso por el Seminario Conciliar de San Miguel de Pamplona, durante muchos años la principal institución educativa de la diócesis y de la sociedad navarra. Les cupo en suerte formar parte de las primeras generaciones que desde el principio del itinerario formativo conocieron el edificio nuevo diseñado por Víctor Eúsa. Doce años austeros, pero enjundiosos, plenos de oración y estudio, de disciplina y deporte (la pelota, el fútbol), de música y convivencia amistosa, que dejarían impronta indeleble en sus corazones.

José Luis ingresó en el Seminario en 1943 y aquí, siguiendo lo que por entonces era habitual, realizó los cinco años de Gramática, tres de Filosofía y cuatro de Teología. De los 72 muchachos que entraron juntos para conformar el curso que se autodenominó con el singular apodo de “La Avalancha”, fueron 39 los que concluyeron la carrera eclesiástica y recibieron las sagradas órdenes el 26 de junio de 1955. D. José Luis es actualmente, a sus 91 años de edad, el último representante de aquella promoción sacerdotal.

D. Aurelio, por su parte, accedió al Seminario unos años más tarde, en 1947, y fue ordenado sacerdote con sus compañeros del “Aurrera” la víspera de Santiago de 1960. Hace un par de años, superados los rigores de la pandemia, pudo celebrar con cinco de ellos las bodas de diamante de su ordenación.

Concluido el crucial período del Seminario y saboreadas con fruición las mieles de la anhelada ordenación y la Primera Misa solemne, se abría el horizonte del ejercicio del ministerio sacerdotal con las encomiendas pertinentes.

En el caso de D. José Luis Sales éstas han sido múltiples y variadas: la formación de los seminaristas como prefecto de disciplina del Seminario Menor (1961-1963), la atención de las parroquias rurales -a las que siempre se ha sentido tan entrañablemente unido-: en diversos momentos, Erroz y Atondo (1955-1961), Arlegui y Esparza (1969-1971), Sada (1971-1973), Villafranca (1973-1974), Subiza y Olaz (1974-1984), Lizoáin y Redín (1992-2002); también el servicio como canónigo en la Colegiata de Roncesvalles (1984-1992) y la Catedral de Pamplona (1992-2002), además de la atención como capellán de la comunidad de Carmelitas Descalzas de Pamplona (Salsipuedes) (2002-2005).

Y, más allá de las mugas del Viejo Reino, los seis años de servicio misionero a los pies del Chimborazo, en las estribaciones de los Andes. En el ambiente de fervor misionero que se vivía por entonces en nuestra diócesis, cultivado con esmero en la Academia de Misiones del Seminario, la Iglesia de Pamplona había firmado un primer convenio con la diócesis ecuatoriana de Guaranda y a ella había partido una primera expedición en agosto de 1960. D. José Luis formó parte de la quinta expedición y permaneció en aquellas tierras entre 1963 y 1969.

De retorno a la diócesis, tuvo oportunidad de dedicar un bienio (1969-1971) al estudio de la Historia eclesiástica. Obtuvo la licenciatura en dicha materia, siendo integrante de la segunda promoción formada en el Instituto de Historia de la Iglesia de la naciente Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. En este tiempo pudo gozar del magisterio de figuras de primer orden, como D. José Orlandis (1918-2010), primer director del Instituto, D. Ángel Martín Duque (1926-2019) o D. José Goñi Gaztambide (1914-2002), canónigo archivero-bibliotecario de la Seo pamplonesa, al que ya había conocido como profesor en el Seminario. El acervo académico cosechado en el Seminario y la Universidad tendría su continuidad en una auténtica formación permanente gracias a la voraz pasión lectora de D. José Luis, a su granada biblioteca, y a su privilegiada memoria felizmente conservada hasta el día de hoy.

Pero, además de todo esto, el nombre de D. José Luis Sales está inseparablemente unido a un trabajo cultural de primera magnitud. Y es que él ha sido archivero diocesano por espacio de casi cuatro décadas (1974-2012), período en el que se dedicó a esta tarea con entrega infatigable y paciencia monástica.

Lo primero que tuvo que acometer cuando se le confió esta misión fue el acondicionamiento de unos locales dignos para contener la ingente masa documental del Archivo Diocesano de Pamplona. Así, en los años 1974-75 fue trasladando la documentación a su sede actual, un corredor de dos plantas que comunica el palacio episcopal con la catedral. En dicho espacio D. José Luis Sales, con la inestimable ayuda de D. Isidoro Ursúa (1929-2021), montó con sus propias manos 2.800 metros de estantería, que soportan los legajos con los procesos del Tribunal episcopal, así como la documentación relativa al Gobierno de la diócesis.

A fin de poner semejante mina de información al servicio de los historiadores y de la sociedad, nuestro hombre examinó minuciosamente todos y cada uno de estos procesos (unos 90.000 expedientes de los siglos XVI al XIX, en total cinco millones de folios) y elaboró unas acertadísimas reseñas de los mismos. El resultado ha quedado plasmado en los 46 volúmenes del Catálogo del Archivo Diocesano de Pamplona, obra de extraordinaria calidad, prácticamente única en su género. En 1988 vio la luz el primer volumen y en 2022 ha aparecido el 43: se espera que en breve pueda completarse la serie con los tres restantes. Además del imprescindible Isidoro Ursúa, en estos años han colaborado con el autor Antonio Prada y Teresa Alzugaray.

Al tiempo que realizaba este titánico esfuerzo, D. José Luis atendía personalmente por las mañanas a todos los investigadores y estudiantes que se acercaban al Archivo en busca de fuentes para reconstruir la vida de la Iglesia y de la sociedad de Navarra en los siglos modernos. Entre todos ellos ha dejado la impronta de un sacerdote atento y diligente. Y es que para él la sala de consulta del Archivo ha constituido un auténtico campo de labor pastoral y evangelización en las fronteras de la Iglesia con las instituciones culturales y académicas de la sociedad civil.

Por si fuera poco, en cumplimiento de la normativa archivística de la Iglesia, dirigió la labor de recogida, clasificación y depósito de los libros de más de cien años de antigüedad contenidos en los archivos parroquiales (nuestra diócesis cuenta con 736 parroquias). A fin de dar a conocer tan rico patrimonio, publicó en 2007, a una con Mª Juncal Campo, el inventario de estos fondos.

En 2012 recibió la medalla de plata de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España.

Vayamos ahora con el otro homenajeado, a quien habíamos dejado celebrando en Ituren la Primera Misa y a la espera de la misión encomendada por el prelado diocesano. Llama la atención cómo desde el primer momento y en una continuidad sin fisuras, la trayectoria ministerial de D. Aurelio ha estado esencialmente marcada por la que algunos consideran la reina de las artes o cuando menos la más espiritual y sugerente de éstas: la música. Ha dedicado sus afanes a la interpretación, la composición, la docencia y la investigación musical. De fondo, siempre ha estado presente el recurso a la llamada via pulchritudinis, el acceso a Dios a través de la belleza como camino de evangelización, así como la dignificación del culto -la unión del culto con lo culto- y la inculturación de la fe.

Precisamente su estreno en el ejercicio del ministerio sacerdotal fue como coadjutor-organista de la parroquia de San Martín de Unx (1961-1962). Pero muy pronto ganó por oposición el cargo de Canónigo-Maestro de Capilla de la Catedral de Pamplona (1962), que se convirtió en su hábitat natural. Concluidos los estudios de Composición con el músico Fernando Remacha y becado por la Diputación Foral de Navarra, a partir de 1967 amplió estudios musicales en Roma, y se licenció en Música Sacra, Gregoriano y Musicología (1970), todo ello en el Pontificio Instituto de Música Sacra.

De regreso a Pamplona obtuvo primero la plaza de profesor de Armonía en el Conservatorio Superior de Música Pablo Sarasate (1971), después la cátedra (1985), llegando finalmente a ser director del mismo centro (1986-1988). A nivel diocesano se le nombró Vocal en la Comisión de Música Sacra (1977) y las autoridades civiles le dieron igual función en el Consejo Navarro de Cultura (1988). Por la misma época fue nombrado académico correspondiente de la de Bellas Artes de San Fernando de Madrid (1985), así como presidente de la Asociación Española de Musicólogos Eclesiásticos (1992), cargo al que renunció en 2021. Es socio fundador del Ateneo Navarro y fundador y expresidente de la Asociación Navarra de Amigos del Órgano.

Como brillante Maestro de la Capilla catedralicia de Música -a la que ha dirigido, en múltiples ocasiones también con el Orfeón Pamplonés y la Orquesta Sinfónica de Navarra-, Aurelio Sagaseta se ha esforzado por mantener viva esta multisecular institución y dotarla de gran nivel, exhumando repertorio inédito de compositores navarros y programándolo para ser interpretado junto a las grandes obras religiosas de toda la historia. Por las gradas de la cantoría de la Catedral han pasado en estas décadas un total de 280 voces distintas, algunas de las cuales han derivado en solistas de prestigio internacional y otras han engrosado las filas de diversas agrupaciones corales. Con la Capilla ha podido grabar su director una veintena de discos y más de treinta videos alojados en los medios digitales. Ha tenido la oportunidad de ganarse el reconocimiento del público en auditorios y catedrales de Francia, Italia, Malta, Inglaterra, Alemania, Israel, Estados Unidos, Japón… Su catálogo de composiciones consta de 115 partituras.

Aurelio ha hecho gala en su labor de un profundo conocimiento de las diversas etapas de la historia de la música, pero además se ha inspirado en las directrices del Concilio Vaticano II, que -subraya- “es uno de los que mejor ha hablado de la música sacra, aunque luego los resultados han sido discutibles en algunos países”.

Ha buscado la funcionalidad, encaminada sobre todo al uso litúrgico y ha defendido una música que pudiera ser entendida por todo tipo de públicos, contando siempre con la presencia de la tradición -gregoriano, melodías religiosas de diferentes lugares del mundo, etc.-, pero sin renunciar a armonías más modernas. El equilibrio entre lo reconocido y lo inexplorado, entre lo local y lo universal, es uno de sus grandes legados.

Su tarea como musicólogo e investigador incluye hitos como la catalogación de los órganos de Navarra y el análisis de su estado de conservación, y en años más recientes la digitalización y catalogación del Archivo de Música de la Catedral de Pamplona (en libro impreso y en internet), además de la publicación de algunas de las partituras más significativas de la Seo pamplonesa, como la recuperada copia del adaptado Requiem de Mozart que pudo escucharse de nuevo en 2019 en la misma Catedral. En su calidad de director de la colección Música en la Catedral de Pamplona, ha impulsado la edición de diversos estudios sobre los aspectos musicales de la Seo pamplonesa y él mismo ha sido autor de algunos títulos de la citada colección.

 Entre los galardones recibidos por la Capilla de Música y su director destacan la Medalla de Oro de Pamplona (2006), la Medalla de Oro de la Federación de Coros de Navarra (2012), la Cruz de Carlos III el Noble del Gobierno de Navarra (2019), y el Premio Orfeón Donostiarra y Universidad del País Vasco (2022).

El 24 de enero de 2023, arropado por el Sr. Arzobispo y los miembros del cabildo, y rodeado de familiares, amigos y representantes del sector de la música en Navarra, ha tenido lugar su despedida como director de la Capilla de Música de la Catedral después de más de sesenta años de dedicación. El maestro de capilla más veterano de España.

El 3 de abril la Federación de Coros de Navarra puso el broche de oro con un gran concierto en el auditorio Baluarte de Pamplona, en el que se incluyeron obras del propio D. Aurelio y de otros compositores navarros bajo el título Música religiosa desde el corazón.

Concluyamos ya esta laudatio. Decía la mitología clásica que las nueve hijas de Zeus y Mnemósine, las musas, fueron las inspiradoras de las artes y el conocimiento. Clío era la musa de la historia y Euterpe la de la música. Las dos han revoloteado esta mañana por el arzobispado, pero no para afirmarse a sí mismas, sino para rendir homenaje al Corazón misericordioso de Cristo y a su Evangelio, a quien D. José Luis y D. Aurelio han reconocido presente en la historia menuda de los pueblos y parroquias y en la música.

¡Enhorabuena! ¡Zorionak!»

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