Homilía del Cardenal Omella en la Misa de ordenación episcopal de don Florencio Roselló

Queridos hermanos en el episcopado (Sr. Nuncio, cardenales, arzobispos y obispos),

Hermanos sacerdotes y diáconos,

Hermanos y hermanas que formáis parte de la Vida Consagrada,

Queridas Autoridades civiles, Universitarias, Judiciales; Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado,

Queridos familiares y amigos de Florencio Roselló,

I Ungido por el Señor

Queridos Hermanos de esta Iglesia que peregrina en Pamplona y Tudela. Digo bien hermanos porque he pertenecido a esta provincia eclesiástica durante 12 años, es decir mientras fui Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño. Tuve la oportunidad de relacionarme con dos buenos arzobispos con quienes trabajé muy a gusto: Don Fernando Sebastián y Don Francisco Pérez, a quien saludo con especial afecto.

Hermano Florencio, realmente Dios nos sorprende siempre y, como dice el Evangelio, elige a los que quiere y te ha elegido a ti y podemos decir que te ha cogido por los pelos, como al profeta Amós, y hoy te unge y te envía a pastorear en esta bendita tierra de Navarra.

Me expresabas, hace unos días, que no sabías quién había propuesto tu nombre al santo Padre para que fueses elegido Obispo de esta Diócesis y me decías: “precisamente a mí que no he hecho otra cosa que trabajar en la cárcel, tal como me han enseñado mis hermanos Mercedarios”.

Y me comentabas lo que te habían dicho los presos de la cárcel de Castellón: “así que ahora te sacan de estar entre rejas” y eso me hizo gracia, porque pensé: “en la catedral de Pamplona tendrás que celebrar entre rejas”. Y así es. Ya ves, no te puedes librar de las rejas. Y esas rejas te harán recordar de qué ámbito pastoral vienes y eso mismo te lo recordará también el lema episcopal que has elegido: “Si charitatem non habuero, nihil sum” (Si no tengo amor, no soy nada).

Sí, hermano Florencio, nuestro pastoreo, con rejas o sin rejas, es el “Amoris officium” (el pastoreo del amor), que san Agustín nos recuerda bellamente al comentar el evangelio de san Juan; en que Jesucristo le dice a san Pedro: “¿Me amas?… apacienta mis ovejas” (Jn 21,16).

Hace poco un Obispo francés me compartió la conversación que mantuvo con un pastor de 300 ovejas en la que le preguntó sobre las cualidades que ha tener un buen pastor. Le habló de cinco cualidades, que me han dado mucha luz y que te las regalo por si te sirven también para tu futuro ministerio pastoral.

  • Primera cualidad: Tener una visión global del rebaño.

Conocer bien a las ovejas. Las hay revoltosas, las hay alegres, las hay rebeldes, mansas, enfermas, cansadas…

Es necesario conocerlas bien y saber qué les preocupa, qué les motiva, qué les hace sufrir. No debemos olvidar que cada oveja es única. Aplicado a la Diócesis, a la parroquia o la comunidad, eso nos permite vivir la comunión y nos ayuda a tener los ojos bien abiertos y buscar a la oveja perdida o dispersa.

Y para tener esa visión amplia y profunda es necesario escuchar y observar. Eso es lo que dice san Benito en su Regla: “Escucha… y lo conseguirás”. No dejes de escuchar a tus diocesanos con oído atento y corazón abierto.

  • La segunda cualidad: Cuidar las ovejas.

Es decir, tomar la determinación de ayudar a resolver las dificultades, los problemas, las enfermedades que se presenten. No basta con quererlas, es preciso actuar, comprometerse a ayudar a resolver las dificultades. Igual que hizo el buen samaritano: “y se acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó” (Lc 10, 34). Pero hay que distinguir entre cuidado y cuidados. No basta con aplicar cuidados técnicamente buenos, es necesaria la empatía, la cercanía humana y espiritual hacia las personas.

Es importante que las personas se sientan valoradas y amadas por lo que son, incluso cuando son débiles o pecadoras; cuando están destrozadas y hundidas. De eso sabes tú mucho, querido Florencio, por tu experiencia de años siendo capellán de hombres y mujeres que viven un tiempo de sus vidas en la cárcel. Quiere mucho a tu gente, a esta porción del pueblo de Dios que el Señor te confía. Son gente recia, noble y bondadosa.

  • Tercera cualidad: Cultivar la paciencia.

Los pastores de ovejas saben bien que el rebaño tarda muchas horas en saciar su hambre. A veces tardan más de cuatro horas. Y hay que saber esperar a que dócilmente decidan volver al corral. El pastor, mientras comen, tiene tiempo para meditar, escuchar un podcast y hasta para descansar un rato, pero siempre estando atento, cuidando las ovejas. Y así se muestra Dios, nuestro Señor: “la paciencia de Dios es vuestra salvación”, dice san Pedro (2P 3,15). Y así nos enseñan también los agricultores. Después de la siembra es preciso esperar un tiempo para recoger el fruto. No se recoge inmediatamente después de la siembra. Es preciso saber esperar, tener paciencia, y saber que no siempre se recoge el cien por cien. Es impresionante contemplar la gran paciencia que Dios tiene con cada uno de nosotros. Necesitamos recuperar esa gran virtud, precisamente en este mundo en el que todo lo queremos al instante. Necesitamos recuperar la paciencia activa, imaginativa y creativa para que nuestras vidas, nuestras parroquias, nuestras diócesis se renueven en el anuncio explícito del evangelio. Un anuncio sin proselitismos, pero con valentía y osadía, con generosidad y sin desesperar, con mucha paciencia.

  • Cuarta cualidad: Identificarse mutuamente.

El pastor, si se entrega de verdad y con amor, acaba pareciéndose al rebaño y el rebaño acaba también pareciéndose al pastor. El pastor tranquilo y sereno no tiene miedo a una inspección de su corral. Las ovejas continúan pacíficamente haciendo su actividad. El miedo no se apodera de ellas. Se parecen a su pastor sereno y pacífico.

A través de tu entrega humilde y generosa llegarás a hacerte navarrico con los navarricos, pamplonica con los pamplonicas, “todo para todos”, (1Co 9,22) en palabras de san Pablo.

  • Quinta cualidad: Entregar la vida por las ovejas.

El verdadero pastor protege a sus ovejas frente al lobo. Como bien dice la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II: “Los obispos ejercen su función sagrada sobre todo en el culto o en la comunidad eucarística. En ella, actúan en la persona de Cristo, y proclamando su Misterio, unen su ofrenda al sacrificio de su Cabeza, Cristo, hasta la venida del Señor […] Creen lo que han leído al meditar la ley del Señor, enseñan lo que han creído y practican lo que han enseñado”. (Lumen Gentium, 28)

Los Obispos estamos llamados a ofrecer nuestras vidas a Dios en el ejercicio del ministerio pastoral que nos ha confiado. Un ministerio que debemos ejercer en estrecha comunión con los presbíteros, que son nuestros más directos colaboradores . Los Obispos unidos a ellos hemos sido llamados a entregar la vida impulsando la evangelización en comunión con los diáconos, los hermanos y hermanas de la vida consagrada, con los agentes de pastoral.

Esa comunión de vida y de acción es la que hace fructífera la misión evangelizadora. Por ello, querido Hermano Florencio, “tu dar la vida por las ovejas”, pasa por dejarte habitar por el Espíritu Santo, vivir atento a sus inspiraciones, ya que es Él quien edifica la comunión y guía la misión.

Procura vivir todo esto con serenidad y alegría, confiando mucho en el Señor que es el verdadero Pastor del rebaño que se te confía (Lumen Gentium, 6). Recuérdalo siempre, Jesús es el buen pastor. Él es tu único modelo. La Iglesia no es tuya, pertenece al Señor. Qué bien lo decía el papa Benedicto XVI: “soy un humilde trabajador en la viña del Señor”.

 

II Alegre en el Señor

Y no dejes de mirar a ese gran apóstol misionero que salió de estas nobles tierras de Navarra, san Francisco Javier. Que tu corazón arda de amor por este pueblo y sus gentes. Que se haga realidad ese bello lema que has escogido para tu ministerio: “Si no tengo amor, no soy nada” (Cf. 1Cor 13).

Y para acabar, permíteme, querido Florencio, darte dos pequeños consejos. He aquí el primero: comprueba periódicamente que los momentos más importantes de tu ministerio sean los que pasas a los pies del Señor presente en el Sagrario y los que pasas con tu pueblo. ¡Tu oficina debería ser una escala entre ambos!

He aquí el segundo: no olvides que eres arzobispo de todos los habitantes de esta Archidiócesis de Pamplona y Tudela, no solo de los católicos. No te dejes encerrar en las preocupaciones internas de la Iglesia, sino escucha atentamente los anhelos de nuestra sociedad, en particular, el clamor de los más pobres. Siguiendo el ejemplo del Maestro y poniéndote al servicio de los más necesitados, experimentarás dónde está la fuente de la alegría. Nos lo recuerdan aquellas hermosas palabras de san Pablo cuando dice que “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza.” (cf. 2 Cor 8,9). Si lo vives así, si así lo vivimos todos los cristianos, podrás y podremos todos, saborear verdaderamente el gozo que Cristo nos promete: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15,11).

Que la Virgen María, aquí muy querida en advocaciones como Orreaga, del Puy, Muskilda, del Yugo, Irache, del Camino, te ayude en tu ministerio episcopal junto a tu Virgen de la Merced, san Pedro Nolasco, y todos los santos. Y estoy seguro de que, en un día como hoy, podrías muy bien hacer tuyas las palabras que el Papa Francisco repite siempre: “No dejen de rezar por mí”. Cuenta con nuestra oración por tu persona y por tu ministerio.

+ Card. Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona

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