Nuevos sacerdotes: testigos del Amor de Dios

En lenguaje familiar decimos que el amor es la chispa de la vida. Con palabras más cuidadas y más ajustadas podemos decir que el amor es la forma perfecta de la vida, lo más alto y lo más profundo del ser y del vivir.

Y si la vida es amor, esto es así porque Dios, el Autor de la vida, es Amor. Dios ha hecho el mundo por amor y para el amor. Vivir es convivir, relacionarse, comunicarse, confluir, sumarse y fundirse en el círculo del conocimiento y del amor que son como las vertientes de la cumbre que es el vivir. Así es en Dios, así es en Jesús y así es en nosotros. Junto a El.

A los hombres nos cuesta toda una vida darnos cuenta de algo tan elemental y comenzar a entender lo que de verdad es el amor. No es amor lo que no se parece al amor de Dios. Y no se puede vivir sin este amor verdadero que está en Dios, que nos viene de Dios y no se puede alcanzar sin invocar a Dios.

Se dice que en nuestro mundo se está ocultando la gloria de Dios. Yo creo que lo que ocurre es más bien que caminamos por el mundo con los ojos cada vez menos abiertos, más a ciegas. En todo caso este ocultamiento de de Dios en nuestra mente, está produciendo un debilitamiento del amor como elemento fundamental y decisivo de nuestra vida. Se habla mucho del amor, pero lo que se vende por amor es otra cosa, pasión, instinto, posesión, dominio, interés, o cosas parecidas.

Las innovaciones en nuestra sociedad, el aborto, la anticoncepción, el divorcio, la homosexualidad, la eutanasia, se hacen siempre en nombre de la libertad, de la ampliación de derechos. En realidad son afirmaciones del egoísmo, de una manifestación deformada del bienestar de los fuertes a costa de los débiles. Nuestra sociedad ya no se apoya en el amor como ideal de vida. El verdadero ideal de vida es el bienestar y por debajo de él la exaltación de uno mismo, Una afirmación ilimitada de la libertad y del propio bien que termina en la desesperanza y en el nihilismo. La verdad profunda y cabal es que sólo el amor que viene de Dios es verdadero amor, un amor universal y generoso que busca el bien de los demás, especialmente de los más débiles. Y sólo este amor ayuda a vivir y trae felicidad, una felicidad compartida, multiplicada, duradera.

Si queremos ayudar al prójimo podemos hacer muchas cosas, La gente necesita trabajo, salud, instrucción, diversiones, muchas cosas. Pero nada de eso por si solo trae felicidad. Si no hay verdadero amor no hay felicidad. Lo mejor que podemos hacer a nuestro prójimo es ayudarle a aprender a amar de verdad, con ese amor universal y generoso que sólo se aprende en la escuela de Jesucristo.

Por eso dedicar la vida a anunciar el amor de Dios, decir a la gente, como hacía Jesús, “No tengas miedo, vive tranquilo, Dios te ama, puedes contar con El” es una profesión muy necesaria, muy útil, una profesión que llena el corazón. Hoy, el ministerio de los sacerdotes no es necesario sólo para la Iglesia, sino que lo es para la sociedad entera. Alguien nos tiene que recordar que los hombres podemos vivir tranquilos porque contamos con el amor de Dios, en la vida y en la muerte. Si un joven quiere emplear su vida en este hermoso quehacer que entre a fondo en esta experiencia de sentirse querido por Dios para poder ayudar a los demás a descubrir y vivir esta experiencia fundante que nos sostiene en la vida y nos permite vivir con una tranquilidad firme y segura, con una libertad clarificada y realista, con una actitud verdaderamente justa y constructiva.

El primer testigo del amor de Dios en el mundo es Jesús. El curaba, consolaba, perdonaba porque quería dar a conocer el amor que recibía de su Padre, porque quería que el mundo se enterase de que hay un Dios Creador de todo y de todos que además nos ama como un Padre misericordioso, un Padre vigilante que cuida de nosotros, que nos sostiene, que nos guía para que aprendamos a vivir como personas, queriéndonos los unos a otros, en una familia universal que recuerde la familia de las personas divinas, la relación de cariño y de ternura que Dios tiene con nosotros. Este es el camino que nos lleva hasta Dios, el camino que nos salva de verdad.

La religión de Jesús es el amor, el amor con el que amaba a su Padre y el amor con que nos quería y nos quiere a todos. Por eso fue condenado y por eso mismo se dejó matar. El no podía dejar de hablar de Dios como un Padre universal que quiere igual a todos los hombres y a todos los pueblos, que perdona los pecados y se alegra por la conversión de los pecadores.

Desde entonces los cristianos, y de forma especial los sacerdotes, dedicamos la vida a anunciar a unos y otros que Dios es Amor, que Dios nos quiere y que la religión verdadera, fuente de la vida y de la felicidad es el amor que Dios nos da cuando de verdad acudimos a El con humildad y confianza.

En esta sociedad nuestra tan dura, tan egoísta, tan desesperada, hacen falta jóvenes que quieran dedicar la vida a trasmitir esta verdad que es el único cimiento sólido de nuestra vida siendo discípulos y ministros de Jesucristo. Lo tendremos que anunciar con las palabras y con la vida, siendo de verdad hermanos y padres de los hombres, viviendo el amor en la Iglesia y dando nuestra vida gratuitamente para enseñar a quien nos quiera escuchar que la vida verdadera es el amor y que Jesucristo es el Maestro definitivo de este amor, manifestado plenamente en la cruz. La debilidad del Crucificado es la manifestación plena del amor de Dios a los hombres. En Jesucristo y por Jesucristo, este Dios de la vida y de la salvación, en vez de rechazarnos por nuestros pecados, nos amó hasta la muerte para que lleguemos a convencernos de que El es Amor y que el amor que El nos da es la vida verdadera. Esto es lo que tenemos que anunciar en todas partes y en todos los tonos, éste es nuestro testimonio, éste es nuestro oficio. ¿Por qué no vienes tú también?

 

+ Fernando Sebastián Aguilar,

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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