«Jesús de Nazaret fue sencillo, humilde y pobre. Si hubiera vivido hoy en nuestra sociedad, ¿cree Ud. que hubiera usado las vestimentas y abalorios (mitras, solideos, báculos, palios arzobispales, pectorales) que la jerarquía eclesiástica viste y usa hoy en las misas y en recepciones multitudinarias ante los grandes de este mundo?»
Las vestimentas, las mitras, los palios, los solideos y pectorales, no son abalorios, es decir, elementos ornamentales, como pueden serlo unos pendientes o una diadema o un clip de corbata. Son signos. Signos que identifican o ponen de relieve una misión y una función de la persona que los porta, sea el Santo Padre, cualquiera de los arzobispos, obispos y con otros signos los llevan los sacerdotes o religiosas y religiosos.

Esta pregunta me evoca a aquella escena evangélica donde la mujer pecadora a los pies de Jesús, los unge con un caro perfume de nardo. Judas, interpelaba al Señor, por el derroche, y Jesús responde denunciando su mirada materialista e insincera. Por encima de la valoración económica del gesto de aquella mujer está el amor y el profundo significado que anticipa la propia muerte de Jesús.

Es verdad que, como no lo hizo en el momento histórico de su encarnación, Jesús no llevó elementos distintivos de su condición divina, así lo recoge san Pablo: no hizo alarde de su categoría de Dios. Por lo tanto, si el Verbo de Dios se hubiera encarnado en nuestros días, tampoco hubiera utilizado ningún elemento significativo, ningún signo. Y la razón fundamental de esto, es que Él es el signo. Estando Él presente, como ocurrió hace más de 2000 años, no es necesaria ninguna mediación, ni ningún signo. Los discípulos de Juan ayunan, ¿por qué los tuyos no? Los amigos del novio no ayunan cuando está presente, ayunarán cuando no esté. Estas palabras nos sirven para entender que no es lo mismo la presencia histórica de Jesús, que su presencia resucitada y espiritual, ya que ésta se realiza a través de signos eficaces (la Iglesia, los sacramentos) de su presencia.

Desde nuestra fe descubrimos que necesitamos signos para manifestar esas realidades espirituales que nuestros sentidos no son capaces de ver. Los distintos elementos que forman parte de la indumentaria que llevamos el papa, los obispos o arzobispos son signos visibles y que identifican la misión que, por voluntad de Dios y en virtud del sacramento del orden, se nos ha conferido. No son signos de una mayor dignidad, no son signos de riqueza, no son elementos decorativos que mostrar ni a los grandes ni a los pequeños de este mundo. Son signos del servicio que Dios nos pide realizar en medio de su pueblo. Del mismo modo que los esposos portan en sus dedos anulares una alianza, los obispos llevamos el anillo, como signo de alianza, es decir, del compromiso de amor y entrega que Dios nos ha pedido que hagamos con la Iglesia y, en particular, con la Diócesis que se nos ha confiado. El solideo, como la misma palabra lo dice: «solo Dios». El obispo es relevante ya que por el orden sagrado es un signo eficaz (un sacramento) de la presencia de Jesús. Los obispos somos los vicarios de Cristo en la Iglesia particular. Él es el protagonista, no la persona que lo porta.

El báculo representa sencillamente el cayado del Buen Pastor, que conduce a sus fieles a la Vida Eterna. La mitra es como la birreta de los profesores y doctores que en las universidades se dedican a formar a las nuevas generaciones. Los obispos hemos sido elegidos y ordenados por la Iglesia para enseñar, guiar y santificar a los fieles cristianos en nombre de Jesucristo. El Concilio Vaticano II lo explica muy bien cuando habla de este tema.

No son extraños estos signos al sentir de la sociedad o del mundo. ¿Qué asociación, partido político, empresa o grupo social no porta sus propios signos o elementos significativos que manifiestan su ser y su función? ¿Cuánto más la Iglesia, cuya referencia no es a realidades pactadas por el hombre o meramente inmanentes, sino que se refieren a lo espiritual, a lo trascendente y a lo divino? Hay que tener en cuenta y preguntarnos, desde dónde miramos las cosas, para poder juzgarlas correctamente. El tiempo de Adviento nos prepara para recibir a Cristo. Que estos signos nos ayuden a entender que hemos de preparar la Venida del Señor en el último día.

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