Bright heaven scene, Resurrected Jesus Christ concept. Generative Ai.

Hemos vivido durante los días precedentes (la Navidad) el gran acontecimiento histórico de la venida de Jesucristo que ha transformado el mal en bien, el pecado en gracia, la muerte en vida, el odio en amor, la violencia en paz y la división en unidad. La presencia del Dios humanado nos lleva a afirmar que el humanismo auténtico tiene como raíz fundamental la presencia de Dios en el corazón de todo el género humano. Si esto no sucede entonces el ser humano pierde su auténtica identidad y se convierte en un sonámbulo de ideologías deshumanizantes. Tal es así que perece lo más sagrado que hay en lo más íntimo del ser humano.

El encuentro con Dios humaniza, el desencuentro con él deshumaniza. Humanizar implica mejorar la calidad de vida, desde lo anímico, lo laboral, lo social, la dimensión orante y trascendente de la vida y el cuidado de toda persona. La posibilidad de humanizar nuestra vida, en el encuentro con Jesucristo vivo, nace de la riqueza de la confluencia de dos realidades, aparentemente distantes, y que en Cristo se hacen uno: Dios y el ser humano.

En las reflexiones de la tradición de la Iglesia y en estos momentos que estamos viviendo -en la humanidad- bien merece la pena pararse  y contemplar que la vida en Cristo nos transforma en lo más íntimo de nosotros mismos, revelándonos la verdadera identidad de hijos de Dios. El encuentro con Jesucristo nos permite tener esta perspectiva de la dimensión de quiénes somos. Y cuando entramos en esta perspectiva de trascendencia es cuando la vida misma más en profundidad se humaniza.

Como decía un teólogo: “Un auténtico humanismo es aquel que renueva las relaciones humanas donde crece la solidaridad y la fraternidad, en la lógica del amor. Tener fe en Jesucristo no es un hecho que interesa sólo a nuestra inteligencia, el área del saber intelectual, sino que es un cambio que involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas… Con la fe cambia verdaderamente todo en nosotros y para nosotros, y se revela con claridad nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el sentido de la vida y el gusto de ser peregrinos hacia la patria celestial”. Sólo en el amor consiste la plenitud del ser humano.

Los clásicos -maestros de vida espiritual- afirman con sagacidad y sabiduría: “Se empieza a ser cristiano no por abrazar una ideología o unas doctrinas éticas sino por encontrarse con una persona”. Y se la encuentra más que como un símbolo ético o una metáfora ideológica, en un hecho concreto y contundente en su Pasión, Muerte y Resurrección. Quien ha definido lo que es el auténtico humanismo ha sido Jesucristo y en él se puede decir está el marco para ponderar cuánto verdaderamente humano es algo o no lo es. Un humanismo arropado por el confort del hedonismo egoísta, no es humanismo. Un humanismo centrado en ideologías progresistas que no respetan lo más sagrado que es la vida, es un anti-humanismo. Un humanismo al socaire de la idolatría del poder, no es humanismo.

Con hondo pensamiento y gran sabiduría decía Benedicto XVI: “La fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa…El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de forma de vida social y civil… protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento”. La cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo humano. Por tanto el encuentro con Dios humaniza.

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