Dove of Serenity: Child's Graceful Release

Iniciamos un año nuevo 2024, y la gracia más grande que podríamos vivir es la PAZ. Sabemos que los conflictos han aumentado en estos años y es una vergüenza que en pleno siglo XXI, donde tanto se habla y se promueven los “derechos humanos”, haya tanta inhumanidad. Estamos abocados a una destrucción del humanismo auténtico a causa de justificar por bondad el aborto, la eutanasia, las violencias tipificadas en el desprecio al diferente, las luchas fratricidas por conseguir el mejor puesto… Todo esto se admite como progresismo del ser humano. Pero lo peor es que se admite como experiencia de humanismo verdadero.
La paz no es un concepto ideológico sino una vocación interior del ser humano y que muy bien la definió Jesucristo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14, 27). La paz que nos da Jesucristo transciende por completo la del mundo, que puede ser superficial y aparente, compatible con la injusticia. Por otra parte, la paz de Cristo es sobre todo reconciliación con Dios y entre el género humano. Es fruto del Espíritu Santo: “Los frutos del Espíritu Santo son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia” (Gal 5, 22-23). Nada tiene que ver con aquellas fuerzas donde se pone la mirada y que son la violencia contra violencia, odio contra odio, destrucción contra destrucción.
Esta paz que recibimos por la gracia de Dios y por la fe en Jesucristo es la que genera la paz entre los humanos. Es un hecho muy común, en tierras donde los cristianos son perseguidos, constatar que existe un modo de actuar y vivir: saber perdonar. Siguen las huellas del Maestro cuando afirma: “Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del Cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 44-45). Cuantas veces se oye decir “yo perdono…pero no olvido”. Con frases como ésta los humanos buscamos esquivar el compromiso de mayor humanismo que es el perdón que sana el corazón cuando de por si suele tender al odio y a la violencia.
Cuando Jesucristo invita a perdonar a los que nos hacen el mal su intención no es la de promover la injusticia, invitándonos a soportar pasivamente el mal que nos hagan. A lo que invita es a liberar el corazón del odio y del rencor. Ante la injusticia podemos reaccionar de dos modos: anidando en el corazón la violencia o amar perdonando. El odio conlleva la tristeza que es el fruto del orgullo herido, sin embargo quien perdona vive en paz interior, es libre, y va por el camino de la felicidad. La paz no se consigue de otra manera si no es acercándose a la propuesta de Jesucristo puesto que -incluso en los momentos más dolorosos- tiene la virtud liberadora de responder a sus asesinos: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Este gesto de amor salvador de Cristo es impresionante. No hay amor más grande que el corazón que sabe perdonar.
Muchas veces recuerdo la reacción que tuvo el papa San Juan Pablo II cuando recibió un atentado por parte de Ali Agca y se acercó al Centro Penitenciario para mostrarle que le perdonaba. Un gesto que nunca olvidó el joven turco y supuso un cambio en su vida. “El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el género humano, sino también en las recíprocas relaciones entre los humanos” (Juan Pablo II, Dives in misericordia, nº 14). La paz tiene una condición y es la del corazón humano que sabe perdonar. ❏

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