¡RESPETEMOS EL DON DE LA VIDA! Fiesta de la Encarnación 31-03-2008

Respecto al tema de la vida hallamos actitudes encontradas. Por una parte hemos de reconocer que son muchos los esposos que, con generosa responsabilidad, saben acoger a los hijos como el don más precioso del matrimonio. Muchas familias, tras hacer una opción seria por la vida, acogen en su seno niños abandonados, a muchachos y jóvenes con dificultades, a personas minusválidas, a ancianos que se encuentran solos. Son de alabar también los numerosos grupos de voluntarios que se dedican a dar hospitalidad a quienes no tienen familia. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, buen samaritano, siempre ha estado en la vanguardia de la caridad efectiva. Ahí están tantos hijos e hijas suyas, sobre todo los religiosos y religiosas, que lo testimonian. Junto a estos hechos, constatamos signos esperanzadores en favor de la vida, tales como el incremento de una nueva sensibilidad cada vez más contraria a la guerra y a la pena de muerte. Pero por otra parte encontramos en no pocos un desprecio manifiesto hacia la vida y que se concreta en la defensa de la despenalización del aborto o de la eutanasia.

Ante estos hechos lamentables, la Iglesia nos invita una vez más a reflexionar en el don de la vida. Y lo hace con motivo de su defensa para “suscitar en las conciencias, en las familias, en la Iglesia y en la sociedad civil el reconocimiento del sentido y del valor de la vida humana en todos sus momentos y condiciones, centrando particularmente la atención sobre la gravedad del aborto y de la eutanasia, pero sin olvidar los demás momentos y aspectos de la vida, que merecen ser objeto de atenta consideración, según la evolución de la situación histórica” ( Juan Pablo II, Evangelium Vital, 85).

Hay quienes acusan a la Iglesia de estar obsesionada con el tema del aborto debido a las veces que habla del mismo. Es verdad que ha hablado del tema reiterativamente, pero, dada la gravedad del mismo y teniendo en cuenta el deterioro de la conciencia moral existente; dada la insistencia, por parte de algunos grupos en presentar el aborto como un derecho de la mujer, la Iglesia no puede callar. La Iglesia tiene que recordar, tantas veces cuantas sean necesarias, las enseñanzas del Magisterio.

Y el Magisterio se expresa así de claro: “La eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral… Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo, incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo” (EV 57).

En la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios bien se puede decir: “Bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42). El Hijo de Dios quiso iniciar su existencia humana en el seno de una madre y es el fruto bendito del vientre de la Virgen María. Como Jesús, todos los concebidos, aún no nacidos, son fruto bendito de Dios ya que de él han recibido la existencia en el seno materno. Así lo atestiguan las palabras del profeta: “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieras, te tenía consagrado” (Jer 1, 5).

Al mismo tiempo que reflexionamos sobre el don de la vida, pidamos a Dios el coraje de defender, promover, respetar y amar dicho don. La tierra sonreirá al contemplar que la encarnación del Hijo de Dios se perpetúa siempre.

 

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