HOMILÍA DE LA PRIMERA JAVIERADA 08-08-2009

             Si tuviera que hacer una descripción de esta peregrinación diría que es la Javierada de la misión hacia la conversión. Los pasos que hemos dado no son sólo físicos sino espirituales. Quien se acerca a Javier encuentra el testimonio de un joven que un día siente la llamada de Dios y dejando sus pretensiones vanidosas y llenas de orgullo apuesta por Jesucristo. Es la reacción de un creyente que no mira a los lados sino de frente a Cristo y le dice: Iré donde tú me digas. Esta nobleza de Francisco Javier revoluciona su vida y le hace ser un testigo lleno de entrega a Cristo y a aquellos que aún no le conocen. No se deja llevar por los debates vacíos y llenos de falaces ideologías sino que afronta la vida dándola el único contenido que la puede llenar. Su vida estaba perdida y la reencuentra a los píes de Cristo Crucificado. A partir de entonces, nadie podrá hacerle cambiar. Piensa en tantos seres humanos que no conocen lo más sagrado de su existencia. Y ese pensamiento le lleva a surcar los mares para encontrarse con ellos. Y, aún en medio de las grandes dificultades, aquella gente se mostrará abierta para acoger el mensaje del Evangelio. El Evangelio cambia su forma de pensar y actuar. Ahí tenemos a un misionero reconocido por la Iglesia como “patrono de las misiones”.  Todos hemos de sentirnos orgullosos de este navarro que transformó su vida y que dejó a Cristo servirse de él para transformar las vidas de tantos que aun no lo conocían y a los que él acogía hasta altas horas de la noche sin descansar.

            1.- En esta peregrinación hemos tomado fuerzas para acercarnos a la vida en Cristo a través de los Sacramentos del Perdón y de la Eucaristía. ¡Qué gozo se siente cuando Jesucristo se pone en el centro de nuestro quehacer y de nuestro vivir! Nada ni nadie pueden darnos tanto gozo. Es la alegría del que se ve sanado y elevado, la misma alegría de aquellos leprosos a los que Jesucristo curó. Las fuerzas del mal, como el pecado, podrán empujarnos hacia la muerte. Pero Jesucristo tiene poder para vencerlas: basta con acercarse a Él y todo se hace vida. Estamos próximos a la Pascua, momento en el que se expresa vivamente, cómo el Vencedor somete para siempre a la muerte. No hemos de temer, aun en medio de tantas tensiones y miedos que parecen querer derrocar al género humano. Quien se asocia con Cristo esté seguro de que vencerá. Los cristianos hemos de salir de cierto letargo y de ciertos complejos que nos hacen sentirnos foráneos de la sociedad. Somos ciudadanos de este mundo y peregrinos que caminan hacia la patria definitiva. De ahí que el mensaje que damos no es sólo para este mundo sino también para la eternidad: es el Evangelio que trasciende las realidades terrenas sin ausentarse de ellas. Al estilo de San Francisco  Javier o de San Pablo no hemos de arredrarnos sino testimoniaren nuestra sociedad de que lo cristiano y lo católico no contradicen a la ciudadanía; por el contrario la ennoblecen y la hacen más bella. El seguimiento a Cristo nos hace ser defensores de la vida, de una cultura que la respete desde su inicio hasta el momento final de la existencia; nos lleva a ser mensajeros de una paz auténtica eliminando cualquier atisbo de violencia; nos hace sentirnos responsables ante la falta de solidaridad como atestiguan miles y miles de misioneros que están en primera línea luchando por la dignidad humana con el arma del Evangelio; o como demuestran, con obras, tantas comunidades cristianas que ejercitan la caridad en momentos de crisis y que, todas a una, se adhieren como una piña a Cáritas. Esta es nuestra misión como lo fue para Pablo y para Francisco Javier. Los tiempos cambian pero lo esencial nunca.

            2.- El lema de estas Javieradas nos recuerda que haríamos mucho mal a la sociedad si no llevamos el mensaje del Evangelio a todos los que nos rodean. ¡Ahí de mí si no evangelizo!, gritaba San Pablo. Ser intrépidos, no temer, es la característica de estos santos y  ellos nos estimulan a nosotros para que afrontemos, sin traumas ni miedos, nuestra misión: ser mensajeros y testigos de Jesucristo. Sus vidas parecen gritarnos: ante la dificultad nunca os dejéis vencer por lo fácil y cómodo sino, más bien, seguid manifestando a la sociedad que la luz es más fuerte que las tinieblas. Sabemos que en todo recorrido y en todo camino hay tropiezos y dificultades. Pero, como peregrinos, también sabemos que llegar hasta la meta estimula y anima. San Pablo afirmaba que el atleta tiene puesta la mirada en la meta y lucha por llegar. Del mismo modo, nosotros queremos llegar a la santidad, que es la meta más segura. No faltarán momentos que tendrán que ser regados por la valentía, por el coraje y por la hazaña. Son las manifestaciones del amor que se fragua en la esperanza y que nunca defrauda. Sólo la generosidad de espíritu hará florecer una realidad nueva, que tendrá su culmen en el encuentro gozoso con Cristo. Cristo es la única meta que llena el corazón de todo el género humano. Vivamos unidos y en plena armonía con la Iglesia para que se cumpla su misión: ganar a todos para Cristo. Tanto a Francisco  Javier como a Pablo era lo único que les movía para darse a los demás. Nada de lo que hacían tenía sentido sin esta motivación.

             3.- El Evangelio nos muestra el rostro amable de Cristo. ¡Cuántas veces hemos contemplado el rostro del Cristo crucificado de Javier! Es un rostro sereno, bondadoso, oferente y amigable. Ese rostro ¿no nos invitará a ser también su rostro? Los cristianos no podemos caer en la tentación del pesimismo pues daríamos, además de una fea imagen, un testimonio poco creíble. La fe entra por los ojos: por la mirada y por la mano tendida. Hagamos de nuestra vida cristiana un testimonio alegre de la buena nueva, del Evangelio y dejemos a parte nuestras cuitas e intereses. Por eso animo a todos pero de modo especial a los jóvenes, a que no tengáis reparo ninguno en daros, totalmente a Cristo, al estilo de Francisco Javier y de Pablo. No olvidéis, queridos jóvenes, que si hacéis así no sólo seréis felices vosotros sino que haréis felices a muchos otros. Invito a los esposos a que muestren con su amor la grandeza del amor de Dios y que sus hijos sean un fruto eficaz de ese amor encarnado. Aliento a los mayores para que nunca se dejen llevar por el desánimo; por el contrario, consideraos imprescindibles entre nosotros, puesto que vuestra experiencia de vida y de fe nos estimula y nos fortalece. Y a vosotros, sacerdotes y consagrados, os ruego que no olvidéis que muchos os miran con ojos de confianza y, sobre todo, admiran una entrega generosa que haga visible el Reino de Cristo  en medio de la sociedad. No quiero olvidarme de los enfermos, de los encarcelados, de los que sufren por cualquier causa: para ellos el abrazo, que es el de la Iglesia que les ama y les anima. Pero hoy quiero recordar, ante el Señor, sobre todo, a vosotros peregrinos que lleváis tantos años viniendo a Javier y a aquellos que no están entre nosotros porque ya han cumplido su camino. Tengo un recuerdo especial para Francisco-Ramón Martinez Garde, que murió en el mes de diciembre pasado en un accidente de montaña, y que hubiera cumplido hoy su quincuagésima segunda Javierada. En las manos de María pongo todas vuestras vidas y las de aquellas personas que no están entre nosotros. Ella, como buena Madre, sabrá llevarlas por los caminos mejores, esos que nos conducen a la meta, que es Cristo. Amén.

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