La liturgia, excelente libro de catequesis

LiturgiaEl mejor libro de catequesis es la liturgia. Es un libro vital, sin letras, porque es la catequesis llevada a las acciones litúrgicas. Si se enseñan los misterios de la fe, a rezar o a vivir la vida de caridad cristiana, no es para guardarlo en el baúl del saber, sino para llevarlo a la práctica. La liturgia es la práctica de lo aprendido en la catequesis. Pero es también la escuela por excelencia del creer y el vivir. Es la fuente de la catequesis, pues facilita la comprensión de los misterios. No pueden alejarse liturgia y catequesis pues nacieron juntas y juntas realizan una obra total de evangelización. Si se separan es porque sus agentes pastorales han buscado su hegemonía y autonomía. Quizás han dado muchos pasos cada una por su cuenta. La nueva evangelización es un reto para que la liturgia y la catequesis, sin confundirse, (cf. CEC 6) actúen en sintonía total.

El Catecismo de la Iglesia católica en su segunda parte, cuando habla de la celebración del misterio cristiano, integra la liturgia como misterio y celebración y la catequesis, especialmente la de iniciación a los misterios (“mistagógica”) (CEC 1074-1075).

Narra el libro de los Hechos de los Apóstoles cómo el apóstol Felipe, por inspiración del Espíritu, salió al encuentro de Candaces, el ministro de economía de la reina de Etiopía, que no entendía las profecías de Isaías. Le dio una lección de catequesis revelándole que se referían a Jesucristo y le movió a la fe. Inmediatamente, cuando el ministro pidió ser bautizado, la catequesis se concretó en una acción litúrgica sacramental. Después, la propia acción sacramental le enseñó los efectos que produjo el agua del bautismo pues “continuó alegre su camino” (Hch 8, 24-40). La liturgia le dio una de lección práctica de catequesis sobre la alegría de la fe.

El Directorio de la misas con niños (1973) invita a que, desde la más tierna infancia, participen con sus padres en celebraciones adaptadas a ellos, para que, de modo gradual, de acuerdo con su edad y condiciones psicológicas, adquieran una experiencia para ir descubriendo los valores cristianos y la celebración del misterio de Cristo (núm. 9). Los adultos que están en precatecumenado, que reciben la primera evangelización, no sólo tienen un aprendizaje y explicación de las verdades de fe, sino que se les proponen también celebraciones que provoquen una experiencia espiritual intensa y así la recepción de los sacramentos se convierta en asimilación más perfecta de los misterios celebrados (cf. RICA 7). No sólo habla la palabra, los misterios celebrados se visibilizan y tienen un lenguaje más potente. La expresión profunda y eficaz de la celebración consiste en la palabra y en la acción. La liturgia sobre todo es acción. Supera el mero conocimiento intelectual y racional, pues pone en movimiento e involucra las diversas dimensiones de la persona entre otras la emoción, las sensaciones y la imaginación.

La liturgia tiene una la fuerza de actualizar los misterios y provocar, mientras los celebra, una profesión de fe, una recepción de la gracia y muchas preguntas para la catequesis. Es evidente que la liturgia es un manantial inagotable de catequesis.

Muchos catequistas tienen la buena costumbre de preguntar a su grupo de catequizandos qué se celebró el domingo en la iglesia parroquial, qué lecturas hubo, cómo hicieron la señal de la cruz, quién leyó y qué se leyó en el evangelio, qué dijo el sacerdote, qué ofrendas se hicieron etc. La lista de temas se les hace interminable porque los chicos cuentan cómo se sintieron rezando y cantando y preguntan el por qué de muchas cosas. La catequesis agradece que la liturgia provoque la explicación de los signos, las palabras y los gestos de la celebración. Así hay una continuidad integradora entre liturgia y catequesis. Se produce un intercambio de movimientos desde una hacia la otra. Los chicos al conocer las explicaciones catequéticas que pidieron, cuando vuelven a las celebraciones las viven mejor y notan que surgen nuevas preguntas. Esto hace que ambas disciplinas vayan fortaleciendo y alimentando la fe (cf. SC 59).

El modo pleno de celebrar la liturgia consiste en dar primacía a la Palabra divina y a la dimensión mistérica y trascendente. La liturgia evoca y representa el misterio salvífico y lo hace eficaz. Sin embargo, el ministro celebrante, que es el primer catequista, desempeña su función de mediador de la gracia cuando expresa el auténtico sentido de lo sagrado, introduce y anima el espíritu de oración y participación interior de los fieles (cf. SC 11; PO 5). La homilía basada en la Palabra de Dios, la plegaria, los gestos celebrativos del misterio, son lenguajes catequísticos que completan la celebración.

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