Cuando pasen los años recordaréis con cariño que recibisteis el diaconado un sábado del tiempo pascual en una hermoso templo de Pamplona, erigida en la Edad Media como lugar de culto y como bastión defensivo de los vecinos, la parroquia de San Nicolás. Incluso podréis recordar que en la primera lectura escuchamos un hermoso resumen del crecimiento de las primeras comunidades cristianas: “En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo” (Act 9,31). También este templo es fruto y expresión de cómo en los siglos XII-XIV la Iglesia seguía progresando en fidelidad al Señor. Cada piedra de este templo es testigo del amor y fidelidad de quienes colaboraron en ella, desde el obispo que la erigió, pasando por el arquitecto, o jefe de obra, y los mismos trabajadores. Vosotros hoy tomáis el testigo para continuar la obra de edificación de la Iglesia en fidelidad al Señor y en el Espíritu Santo, a tenor de las palabras de ordenación: “Envía sobre ellos, Señor, el Espíritu Santo, para que, fortalecidos con tu gracia desempeñen con fidelidad el ministerio”.

1.- En el texto de los Hechos hoy proclamado el protagonista es Pedro que en el nombre de Jesús otorga la salud al paralítico Eneas y llega a dar la vida a la joven Tabita. Quiere mostrar así el autor sagrado la Primacía de Pedro como representante de Jesús en la Iglesia, no solo como transmisor del Evangelio sino incluso con el poder de hacer milagros en el nombre de Jesús. El sucesor de Pedro es el Papa. En este momento hacemos interiormente un reconocimiento de la persona de nuestro querido Papa Francisco como el Dulce Cristo en la tierra que diría Santa Catalina de Siena; y un acto de comunión de sus enseñanzas y de su magisterio. Al recibir el diaconado pasáis a ser parte de la iglesia jerárquica y, por tanto, si queréis ser eficaces, aceptad con viva fe el primado del Papa y las orientaciones de vuestro respectivo obispo.

Ningún cristiano y menos los que hemos recibido el sacramento del orden somos un verso suelto en la Iglesia, sino que formamos este maravilloso entramado armónico de la jerarquía de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa con exactitud. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De Él los obispos y los presbíteros reciben la misión y la facultad (el «poder sagrado») de actuar in persona Christi Capitis, los diáconos reciben las fuerzas para servir al pueblo de Dios en la «diaconía» de la liturgia, de la palabra y de la caridad, en comunión con el obispo y su presbiterio. “Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama sacramento, el sacramento del Orden sacerdotal” (Cfr CEC n. 875).

La comunión es esencial entre los miembros de la Iglesia y de modo particular entre los que formamos el presbiterio de una diócesis. Tened siempre presente que desde ahora y cuando recibáis el presbiterado, el valor teológico de la unidad con el presbiterio y, más en concreto, la unión con vuestro obispo, como signo de la unidad con el Papa.

2.- Recordaréis también cuando seáis mayores que recibisteis el diaconado una semana después de la publicación de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia sobre el valor del matrimonio y de la familia: “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”(AL, 1). Nuestra dedicación y la vuestra, como diáconos ahora, como sacerdotes después, ha de incidir profundamente en la familia, enseñando con paciencia y con firmeza la dignidad y las exigencias del matrimonio. Además acompañaréis a las que sufren o pasan por momentos de decaimiento; e incluso ante familias que se rompen aplicaréis esa medicina que propone el Santo Padre, acompañar, discernir e integrar.

Muchas frases hermosas se pueden entresacar de este documento. Hoy me interesa esta: “En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura” (AL, n. 28). En el marco del amor y la ternura que ha de fundamentar la familia, nosotros, y vosotros desde hoy, hemos entregado al Señor la totalidad de nuestro amor y de nuestra ternura al responder al don hermoso del celibato. Bien lo sabéis, no somos personas tristes por añorar una hipotética familia. Al contrario, el celibato abre un horizonte luminoso de entrega, no a una persona concreta, a todas las personas y de modo especial a los más pobres en todas sus faceta, a los marginados, a los que quizás nadie tiene en cuenta.

Nosotros hemos de ser capaces de trasmitir el amor más grande, que es el amor de Dios, y la ternura más delicada que es la ternura de Jesús, capaz de decir: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Cuando en algún momento puedan venir dificultades, no tengáis miedo a la tentación, que el Señor está siempre a nuestro lado, que no nos abandona, porque, como hemos escuchado en el texto del Evangelio de hoy: “Os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede” (Jn 6, 65); y a nosotros nos lo ha concedido para estar junto a Cristo, más aún, para identificarnos con Él, siendo otro Cristo, el mismo Cristo, como le gustaba repetir a S. José María Escrivá (Cfr. Es Cristo que pasa n. 96).

3.- Además, cuando pasen los años, os acordaréis de que recibisteis el diaconado en el año jubilar de la misericordia y tendréis siempre presente que sois instrumentos y ministros de la misericordia de Dios. En la parábola del hijo pródigo (Cfr. Lucas 15,11-32) llama la atención la función que cumplen los siervos, los diáconos, diríamos hoy. Son ellos los que le traen el mejor vestido, el anillo, las sandalias y los que matan el ternero cebado para hacerle sentir al hijo menor -que se había marchado y ha vuelto- todo el amor del Padre que lo recibe y le hace sentir toda su misericordia. Vuestro servicio es también una diaconía de misericordia, es decir, debéis facilitar, ayudar, colaborar para que la misericordia de Dios llegue a nuestros hermanos, a los que necesitan más porque quizás están más apartados del Padre.

Voy a terminar con unas palabras del Papa en el domingo de la misericordia del año pasado que resumen el sentido de este día para vosotros. “Este es un Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. Un Jubileo para percibir el calor de su amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre. Un Año para ser tocados por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de misericordia” (Homilía 11.04.2015).

Acudimos a María, Reina y Madre de misericordia con confianza de hijos, para que nos proteja y nos acompañe siempre. ¡Enhorabuena por vuestros SI! Y si alguna vez flaquea o se enturbia mirad a María que estuvo siempre atenta a vivir la voluntad de Dios en el FIAT.

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