Capellanes: sacerdotes en el cuerpo a cuerpo

Juan Carlos elizaldeIgnacio Dusmet. De los 480 sacerdotes que hay en la diócesis de Pamplona, 77 son capellanes. Su trabajo en centros como hospitales, universidades e incluso la cárcel los pone en primera línea: su misión es estar al servicio de los demás en algunos de los momentos más complejos de sus vidas.

Hay sacerdotes acostumbrados al cuerpo a cuerpo: predican, aunque lejos del abrigo del púlpito, y salen a buscar a sus fieles, que a menudo merodean por los pasillos de grandes edificios donde ni siquiera sospechan que la religión puede tener un espacio. Son los capellanes, la avanzadilla de una Iglesia que trata de llegar, incluso, a la periferia de la sociedad.

Jorge Brox de la Peña tiene 42 años y es sacerdote desde hace 14. Cuenta que todo empezó un domingo, cuando era estudiante de Ingeniería de Caminos en Madrid. Asistió como de costumbre a misa, pero aquel día quedó “tocadísimo”. Sin embargo, cuando se para a pensar con más calma, recuerda que ya en cuarto de primaria le vino esta idea a la cabeza: “Uy, esto de ser sacerdote…”.

[pullquote2]Juan Carlos Elizalde es desde hace 13 años el capellán de la Universidad Pública de Navarra. Su labor consiste en dar clase de religión y organizar seminarios y coloquios para alumnos y profesores sobre temas de actualidad, actividades que actúen como “un puente entre cultura y fe”. El objetivo de su pujante agenda es que la universidad sea “una etapa de crecimiento en la fe”. [/pullquote2] Jorge llevaba una vida “muy normalita”. Iba todos los domingos a misa con sus padres y sus cinco hermanos. Cuando terminó el colegio y le llegó el momento de ir a la universidad. Recuerda que, mientras el listado de carreras, pensó: “Gracias a Dios, no hay casillita para ir al seminario”. Como tenía buena nota media, eligió estudiar Ingeniería de Caminos en la Universidad Politécnica de Madrid. Pero no consiguió quitarse de la cabeza esa idea que le rondaba desde pequeño y que el paso del tiempo convirtió en inquietud.

Cuarto de carrera fue el año que marcó el punto de inflexión y las preguntas acerca de su fe aparecieron con más intensidad. Pensó que lo mejor que podía hacer era “prestar atención en misa”, y así lo hizo hasta el 19 de marzo. La fiesta de San José cayó en viernes. Había quedado con sus amigos para ir al monte “a pasarlo bien”. Sin embargo, como dice él, fue “curioso” que acabara yendo a misa ese día. Entró en la iglesia de su pueblo con varios interrogantes en la cabeza. Jorge no sabe explicar bien lo que pasó, tampoco recuerda lo que dijo el cura, pero salió “muy tocado”.

Aquello, en realidad, había sido el aldabonazo que empujó a Jorge a “dar el paso” hacia el sacerdocio. Las emociones del momento, y la intuición de que sus padres intentarían quitarle “esas chorradas” de la cabeza, hizo que buscase a alguien con quien hablar, alguien que supiese del tema, y no se le ocurrió nadie mejor que un cura que había visto merodear por la universidad.

Era Juan Carlos Elizalde, capellán del centro universitario en la década de los años noventa. “Era un tío simpatiquísimo, feliz, rodeado de jóvenes, radiante”, lo recuerda Jorge.
El joven estudiante se presentó en su despacho “con más miedo que vergüenza”. Después de hablar, salió con la conclusión de que si Dios le llamaba, lo haría “a gritos”. Desde ese momento Juan Carlos fue su director espiritual hasta que Jorge entró en el seminario en 1993. Tras ordenarse sacerdote, sintió que los papeles se tornaban: durante dos años fue capellán de la Universidad Camilo José Cela, en Madrid.

[pullquote2]La labor de Jesús Arregui se desarrolla lejos de excursiones y salas de cine. El sacerdote, que estudió Medicina, es capellán de las clínicas San Miguel y de Urbamin. En los pasillos de los centros hospitalarios, atiende a personas que se encuentran en las últimas horas de sus vidas y que, con frecuencia, agradecen que haya un sacerdote a su lado.[/pullquote2]

A Juan Carlos Elizalde le sirve este caso como motivación para seguir trabajando en la universidad. Desde hace 13 años es el capellán de la Universidad Pública de Navarra. Su labor consiste en dar clase de religión y organizar seminarios y coloquios para alumnos y profesores sobre temas de actualidad, actividades que actúen como “un puente entre cultura y fe”. Además, celebra misa en la capilla universitaria de lunes a jueves y organiza ejercicios espirituales y retiros para los estudiantes. El objetivo de su pujante agenda es que la universidad sea “una etapa de crecimiento en la fe”.

De puertas para fuera, el capellán organiza otras actividades, como salir al monte los fines de semana o preparar un cine fórum para, según explica, “conocer a un tipo de gente que no suele venir a otras cosas”. Aunque es mucho el tiempo que dedica a estar con los universitarios, asegura que es “menos” de lo que le gustaría.

La labor de Jesús Arregui se desarrolla lejos de excursiones y salas de cine. El sacerdote, que estudió Medicina, es capellán de las clínicas San Miguel y de Urbamin. En los pasillos de los centros hospitalarios, atiende a personas que se encuentran en las últimas horas de sus vidas y que, con frecuencia, agradecen que haya un sacerdote a su lado. Jesús afirma que su función más importante, además de administrar los sacramentos, es “ofrecer consuelo”.

Cuando camina por los pasillos del centro sanitario hay mucha gente que le para y le pide que entre a una habitación para hablar con el enfermo. Otras veces es él mismo quien toma la iniciativa y los saluda mientras pasean por los corredores. Pero Jesús advierte que está menos solicitado que antes, tal vez, asegura, por una “disminución de la práctica religiosa”.

Los capellanes de los hospitales no sólo atienden a los enfermos, sino también a sus familiares. Cuando fallece una persona, las enfermeras piensan que el sacerdote puede ayudar más que nadie en estas situaciones y acuden a él. Jesús cuenta que en estos casos es “muy raro” que las familias no quieran hablar con el capellán y, cuando lo hacen, él es el encargado de “remover su fe”.

Jesús asegura que una clínica, para dar un servicio completo, debe cuidar “la atención del cuerpo y del alma”. Para él, un “espíritu enfermo” tiene repercusiones negativas, porque “el ser humano no es sólo cuerpo, sino también espíritu”.

Si difíciles son las situaciones que pueden darse entre las paredes de un hospital, tanto o más lo son las que transcurren entre los muros de la cárcel. Ignacio Iturra es el sacerdote que acompaña y charla con los presos de la prisión de Pamplona. Se encarga también de coordinar las acciones de voluntariado. En la cárcel hay 260 personas de distintas religiones y, aunque la mayoría son católicos, también hay evangélicos, testigos de Jehová, agnósticos y ateos.

La relación entre los presos y el capellán es, según Ignacio, “especial”. Cuando alguien ingresa en prisión, Ignacio contacta con él para ponerse “en situación”. A partir de ahí, es frecuente que se teja una relación “de confianza” en la que los reclusos, además de mostrarse agradecidos por la labor del sacerdote, agradecen “salir de la rutina” y poder hablar con una persona “que viene del exterior”.

[pullquote2]Ignacio Iturra es el sacerdote que acompaña y charla con los presos de la prisión de Pamplona. Se encarga también de coordinar las acciones de voluntariado. En la cárcel hay 260 personas de distintas religiones, aunque la mayoría son católicos. La relación entre los presos y el capellán es, según Ignacio, “especial”.[/pullquote2]

La pastoral penitenciaria tiene tres programas para ayudar a los presos. Uno es formativo, que consiste en hacer cursillos sobre distintas materias o idiomas. Los otros dos se centran en actividades religiosas como la celebración de la misa, la confesión o la asistencia a medios de formación cristiana o grupos de oración. También realizan salidas programadas al cine o a la Javierada. Según Ignacio, son grupos “muy reducidos” los que participan en la pastoral de la cárcel.

El capellán pasa una hora y media todos los días en el centro penitenciario. Durante este tiempo celebra misa y se pasea por los distintos módulos. A veces alarga su estancia jugando al ajedrez con los presos o confesando al que lo desee. Una vez que el reclusos salen de prisión, Ignacio suele perderles la pista. Sin embargo, asegura que hay algunos presos con los que hace un esfuerzo por “mantener el contacto”.

Jorge, Juan Carlos, Jesús e Ignacio no dudan en responder que sí ante la pregunta de si se sienten útiles. Estos sacerdotes están en la vanguardia de la Iglesia. Parece que el Papa Francisco no hablaba por ellos cuando dijo: ”Salid la calle, llevad a la Iglesia fuera, a las periferias”. Para entonces, estos capellanes ya hacía tiempo que habían llegado.

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