Tierra Santa nos habló al corazón

La Diócesis de Pamplona y Tudela organizó una peregrinación a Tierra Santa, encabezada por el Obispo Auxiliar, Mons. Juan Antonio Aznárez, y a la que acudieron 150 peregrinos. Uno de esos peregrinos fue Alberto López, quien nos ofrece su testimonio.

Entre los pasados 27 de marzo al 3 de abril tuvo lugar la peregrinación jubilar diocesana a Tierra Santa, 150 peregrinos nos dirigimos a la tierra de Jesús, en un año tan especial como es el Año de la Misericordia. Al frente de la peregrinación iban Mons. Juan Antonio Aznárez, Obispo Auxiliar de Pamplona, y Mons. Juan Carlos Elizalde, Obispo de Vitoria. La ilusión asomaba en nuestro rostro cuando emprendimos el viaje. En el vuelo Barcelona – Tel Aviv nos fuimos conociendo poco a poco.

Nuestro primer destino fue Nazaret, donde comenzó todo. Allí una joven nazarena llamada Maria le dijo Sí al Señor. La visita a la Basílica de la Anunciación fue un momento emotivo lleno de profundidad, una oración que salía del corazón y que nos transportaba hasta ese momento que tanto hemos leído en los evangelios y que en ese lugar cobraba otra dimensión y era visto con los ojos de la fe. Allí comenzó todo desde aquel primer Sí.
Nuestro siguiente destino, Belén. En la preciosa Basílica de la Natividad, suenan impresionantes los ecos de la lectura del nacimiento de Jesús en ese lugar y supone una caricia al alma. Participamos junto a Jesús, María y los Apóstoles en las bodas de Caná de Galilea, allí los matrimonios renovaron las promesas matrimoniales en el marco de una Eucaristía.

La visita al Monte de las Bienaventuranzas nos habló de nuestro proyecto de vida cristiana. Como telón de fondo teníamos el lago de Tiberíades que completaba una estampa preciosa, que invitaba a la oración. Sus aguas fueron testigo de la elección de los Apóstoles, una invitación a actualizar nuestra llamada y a dar razón de nuestra fe. Acompañamos al Apóstol Pedro a su casa en Cafarnaún, donde Jesús obró algún milagro.

La subida al monte Tabor nos llenó de más serenidad si cabe, allí tuvimos un momento de oración y de comunicación que nos enriqueció a todos, acordándonos de los que llevábamos en el corazón en esta peregrinación.
En el río Jordán tuvimos ocasión de renovar nuestras promesas del bautismo. El recinto del Pater Noster en Jerusalén, donde podemos encontrar el Padrenuestro en más de cien lenguas, es una muestra de la universalidad del Mensaje de Cristo. La visita a la iglesia de San Pedro in Gallicantu nos impresionó sobremanera pues además de ser el lugar de las negaciones de Pedro se encuentra el sitio donde fue depositado Jesús mientras esperaba su juicio.

Miramos al Calvario donde fue crucificado Jesús, en un acto supremo de amor por toda la humanidad. El Santo Sepulcro nos marcó a todos los peregrinos, allí vivimos una eucaristía que no se nos olvidará. Fue un tiempo de gracia que dejó huella en nuestros corazones. La hora santa en Getsemaní nos llevó a un momento de especial unión con Jesús en su sufrimiento y soledad, donde la traición se disfrazó de beso. La noche acompañó para rememorar esos dramáticos momentos, llenos de dudas donde Jesús se puso en las manos del Padre. Una oración tranquila donde el tiempo parecía pararse en cada versículo del Evangelio de la Pasión que escuchábamos con calma.

El Cenáculo nos llevó a aquella Última Cena que nosotros rememoramos en cada Eucaristía. Nos acercamos a Betania, lugar donde Jesús revivió a su amigo Lázaro y donde vivían Marta y Maria. Tuvimos ocasión de rezar el Via Crucis por la Vía Dolorosa de Jerusalén, recorriendo el camino hacia el Calvario con Jesús. Todos hubiéramos querido ser Cirineos que le ayudáramos a llevar el peso de la cruz o Verónicas para secarle el sudor y la sangre de su rostro.

Hubo una jornada en la que un grupo tuvo la oportunidad de quedarse a orar en Jerusalén, visitando la piscina de Siloé y el túnel de Ezequiel y otro grupo fue al Mar Muerto, Masada y Qumran. El lugar de la dormición de María permitió una oración serena del Avemaría. Un momento también lleno de significación fue la visita nocturna al Muro de las Lamentaciones, y a la explanada de las mezquitas, Jerusalén la ciudad de todos: judíos, musulmanes y cristianos. Las eucaristías, presididas alternativamente por don Juan Aznárez y don Juan Carlos Elizalde, nos ayudaron a centrar cada jornada, teniendo oportunidad de acudir a la misericordia de Dios a través del sacramento de la Reconciliación.

Ha sido una Peregrinación que nos ha encogido, esponjado y llenado el corazón. Una primera semana de Pascua vivida en los lugares donde comenzó todo y se proyectó hacia el futuro.

Alberto López Escuer

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