La familia cristiana, clave de la evangelización

Conferencia del Card. D. FERNANDO SEBASTIÁN AGUILAR, C.M.F., Arzobispo emérito de Pamplona y Tudela, en la Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel, Pamplona, el jueves 8 de mayo de 2014.

Vamos a hablar de la familia, de la familia desde el planteamiento de la evangelización. Como sabéis, desde ya hace muchos años, desde la convocatoria del Concilio Vaticano II, la Iglesia está siendo impulsada por el Señor hacia una intensificación de la conciencia y del trabajo de la evangelización. Siempre la Iglesia ha evangelizado, ha anunciado el Evangelio a los pueblos de todo el mundo. Pero nosotros que presumíamos de vivir en un país católico, de historia católica, de cultura católica, no estamos acostumbrados a una pastoral evangelizadora en nuestro propio terreno. El que quería ser misionero se marchaba, por ejemplo, a África o a Japón o a La India, porque dábamos por supuesto que en España no había nada que misionar. Pues hoy, los terrenos de evangelización los tenemos en nuestra propia escalera o, incluso, en nuestra misma familia. Y desde hace mucho tiempo, los papas y los obispos nos están empujando a que adoptemos una actitud misionera en el conjunto de la Iglesia: en las parroquias, comunidades religiosos, asociaciones, en la vida familiar… hay que vivir en actitud de misión, como si estuviéramos en La India o en Vietnam. Nuestra tierra es país de misión. Esto lo decimos teóricamente pero no acaba de entrarnos en la cabeza, ni acaba de configurar nuestras costumbres, actitudes y manera de trabajar.

Y en este contexto de Iglesia misionera, evangelizadora, expansiva, la familia cristiana ocupa un lugar decisivo. Esto tampoco lo sabíamos mucho, lo estamos descubriendo ahora. Sin una colaboración de la familia es muy difícil evangelizar a los niños y a los jóvenes; porque los primeros agentes de la evangelización, como los primeros agentes de la educación en general, son los padres. Y nadie puede suplir la acción evangelizadora del padre y de la madre, del abuelo y de la abuela y de los propios hermanos en la configuración de una personalidad cristiana.

Hay en nuestra sociedad una contradicción en las encuestas cuando se pregunta cuál es la institución más importantes para ti. Mucha gente responde: la familia. Pero luego ocurre en la vida pública que nuestros diligentes y gobernantes no se enteran, porque la familia no está recibiendo ni el reconocimiento ni la protección ni la ayuda que le corresponde en proporción con la importancia que tiene en la vida de las personas y en la sociedad. Cuando se quiere valorar la familia se dice que la familia es como el fundamento, la consistencia, el apoyo de la sociedad. Eso es verdad, pero me parece poco. La familia es el nido de la persona. Las personas nos formamos milagrosamente en el seno de nuestras madres durante un tiempo biológicamente. Pero luego, espiritualmente, mentalmente y humanamente nos vamos desarrollando en el seno de este nido mayor que es la familia, que es en definitiva, el amor. La persona humana para surgir y para crecer adecuadamente tiene que surgir en un contexto y en un clima de amor. Necesitamos ser acogidos amorosamente en la vida cuando aparecemos en el mundo. Y necesitamos ser envueltos en pañales de amor, de atención, de solicitud, de cariño, de besos… para tener una experiencia agradable del mundo al cual acabamos de llegar. La persona humana crece en el contexto del amor. Si nos gritan, si nos pegan, si nos maltratan no crecemos humanamente como deberíamos hacerlo: crecemos asustados, recluidos, retraídos, con miedo a desarrollar nuestras facultades. Tenemos que vivir en un clima de amor.

Por lo tanto, nuestra primera consideración es darnos cuenta de que el desarrollo sano y normal de una persona humana necesita el contexto de una familia humana amorosa. Y porque amorosa, entonces estable y fecunda. Y así hemos crecido. Y ese punto de partida del acogimiento amoroso es el apoyo para una acción educativa. Educar es ayudar a desarrollar las facultades espirituales de la persona. Educar es enseñar, es hacer caer en la cuenta del mundo en el que estamos, es ayudar a adoptar las posturas y las actitudes correctas ente las personas. Nuestros padres nos enseñan a ser veraces, a ser generosos, a ser cumplidores, a ser responsables, en definitiva, a ser personas, y eso es ir explicitando las facultades que una persona tiene que alcanzar para poder actuar en el conjunto de la sociedad, ante sí y ante Dios creador.

En este contexto educativo, es donde la familia puede y debe transmitir o suscitar la fe, la relación con Jesús, la relación con Dios, las actitudes religiosas y morales, como un elemento más del desarrollo de ese ramaje que va creando el crecimiento de una persona; de tal manera que, no se puede hablar de transmisión de la fe porque la fe no se transmite como el color de los ojos o del cabello, la fe es una gracia de Dios y en una decisión personal que va creciendo dentro de nosotros y que, ante todo, necesita un contexto para que crezca, para que se desarrolle y para que caigamos en la cuenta.

¿Por qué ahora estamos preocupados por este tema? Porque nos damos cuenta de que está ocurriendo un fenómeno gravísimo: las familias cristianas ya no son capaces de suscitar la fe en sus hijos. Vemos que es muy frecuente que en familias cristianas, los hijos que han sido bautizados, han ido a la catequesis, incluso han podido ir a un colegio religioso, a los 14 ó 18 años desaparecen de la iglesia. Los devora el mundo. Dejan de ir a Misa, dejan de rezar, dejan de vivir de acuerdo con los mandamientos… y muchos de ellos acaban perdiendo la fe. Pueden conservar jirones de fe, pero no una fe católica integral.

Hay unos números que son lacerantes. De 100 niños que nacen en España, se bautizan unos 80 (ya hay mucha gente que no bautiza a los hijos, también en Navarra); de los 80 niños bautizados reciben la Primera Comunión (que a veces la última) unos 60; de estos 60 niños, se confirman 25; y de los 25 jóvenes que se confirman, perseveran como cristianos practicantes no más de 5. ¿Qué es lo que pasa? Pasa que las familias no son capaces de educar religiosamente a sus hijos. Y éste era el mecanismo primordial en la transmisión de la fe en nuestro país. Ustedes piensen, ¿quién fue la primera persona que les enseñó a rezar? ¿Quién fue la primera persona que les habló de la Virgen María, del Niño de Jesús, de los Ángeles? Seguramente el obispo no, el papa menos, ni siquiera el párroco; su madre, nuestra madre que venía a rezar a nuestro lado Ángel de mi guarda, dulce compañía… Aprendimos a ser cristianos a la vez que aprendíamos a ser personas en el contexto educativo de nuestra familia. Lo demás son complementos. 

Y este sistema educativo primordial, que no ha sido suficientemente estimado, está fallando escandalosamente. ¿Por qué? Porque está fallando la familia misma. Otra cifra, hoy en España ha aproximadamente un 30% de uniones de hecho. Del 70% restante, el 60% se casan por lo civil: ¡más de la mitad se casan en el ayuntamiento! Y hay diócesis en donde el 75% de los matrimonios, son matrimonios civiles. La legislación española no reconoce seriamente la institución del matrimonio: no obliga más que a tres meses de estabilidad matrimonial, al cabo de tres meses de haberse celebrado el matrimonio cualquiera de los dos cónyuges (el cónyuge A o el cónyuge B) puede ir al ayuntamiento a pedir la disolución de ese matrimonio sin la necesidad de justificar ninguna causa. Es decir, el contrato matrimonial reconocido hoy por la ley española es mucho más leve que el contrato que hacemos con Movistar cuando nos suscribimos para el teléfono. Yo defiendo que la actual ley española, hoy, no reconoce esa institución que es el matrimonio, porque casarse para tres meses es no casarse. El 40% de ese 70%, que aproximadamente es un 30% del total de los matrimonios de la Iglesia, la mitad acaban en divorcio. Es decir, hoy, el panorama de la familia en nuestra sociedad española es pavoroso. No nos damos cuenta pero, ¿qué puede ocurrir dentro de 20 ó 40 años en una sociedad en la que la mayor parte de las familias están rotas o recompuestas? Todavía no lo sabemos porque no tenemos experiencia.

Lo que ocurre es que la familia, por unas serie de razones, está perdiendo no sólo su capacidad de evangelización sino, más profundamente, su capacidad de educación. Los padres están muy poco tiempo con los hijos. Hablan poco con los hijos. Educar es una cuestión de amor y de confianza. No se trata de amedrentar. Se trata de convencer, se trata de que el niño, la niña, el joven vaya asimilando y vaya haciendo suyos los mejores criterios de comportamiento que la sociedad le puede ofrecer. Para eso hace falta ganarse la confianza con amor, con generosidad.

Falta tiempo, falta comunicación y, además, se utiliza un método falso que es la complacencia. Educar no es dar la razón. Educar es más exigir. Educar es ayudar a crecer. Si no tiras hacia arriba, el muchacho no crece. Cada día hay que exigirle un poquito más de lo que puede para que crezca , con amor, con mansedumbre, con paciencia… pero hay que empujarle hacia arriba. Hoy, en la pedagogía española, el esfuerzo nos da horror. Somos muy blanditos para educar. Y eso es, en buena parte, perder la capacidad educativa. Por tanto, no es que solamente las familias no tengan ejemplaridad religiosa, es que no tienen capacidad educativa o, por lo menos, la tienen muy mermada por el sistema de vida, por la economía, por las entradas y salidas, por los medios de comunicación… por mil cosas. 

Pero es que, además, para ayudar a creer, hace falta presentar de manera atractiva, una vida creyente. ¿Cómo se ayuda a un niño o a una niña en una edad determinada a que desarrolle actitudes religiosas? Solamente hay una manera: practicándolas con ellos. ¿Cómo aprenden los niños a hablar? Viviendo con personas que hablen y tienen que espabilar, y van entendiendo poco a poco con ayudas de gestos, con repeticiones… pero aprenden a hablar conviviendo con hablantes. ¿Cómo aprenden a andar? Conviviendo con caminantes: la madre lo coge y le hace andar y, de una manera patosa, se echa a andar. ¿Cómo se aprende a creer? Viviendo con creyentes, y no hay otro sistema. El niño necesita rezar: «mira la Virgen… mira el Niño Jesús… vamos a rezar…». La madre reza con su hijo, el hijo reza con su madre: y así aprende a rezar. Un día es con la Virgen, otro día con el Ángel de la guarda, otro día con el Niño Jesús… a los cuatro o cinco años ya entra en una iglesia y le dicen «allí está Jesús, vamos a rezar…» Compartiendo con él, amorosamente, el ejercicio de la religiosidad. Pero, claro, si la madre o el padre no van a Misa, no le pueden enseñar a ir a Misa. Si los padres no rezan, no le pueden enseñar al niño a rezar. Hace falta en la familia una intensidad religiosa. Una presencia palpable de la religiosidad: una cruz, una imagen de la Virgen, el rezar un Ave María (ahora, pedir rezar el Rosario en familia… casi nada). Tenemos que cambiar esa decadencia religiosa que está operante desde hace 40 años en nuestro país.

Y, ¿qué tenemos que hacer? Esto es una preocupación, en primer lugar, para los pastores. Queremos regenerar nuestro país. Queremos ayudar a la juventud a descubrir el tesoro de la vida cristiana. Pues, una pieza fundamente es la familia. ¿Qué podemos hacer para que nuestras familias cristianas tengan más influencia en la religiosidad de sus hijos y de los jóvenes en general?

En todas las diócesis y en todas las parroquias tenemos que poner en un primer lugar de nuestras preocupaciones la pastoral familiar. Hay que celebrar con más autenticidad religiosa nuestros matrimonios. Es evidente que, muchos sacerdotes, presiden matrimonios sufriendo porque ven la frialdad y la falta de clima religioso en las bodas. Incluso los que vienen a casarse por la Iglesia lo hacen con unas disposiciones espirituales muy deficientes. Claro que tenemos los cursillos prematrimoniales. Pero un cursillo prematrimonial de cinco conferencias para unos jóvenes, que llevan unos veinte años sin pisar una iglesia, que están viviendo juntos hace seis años… cinco charlas de media hora no valen para cambiar la vida. Hay que poner el Matrimonio un poquita más caro. No de cobrar, sino de disponerse espiritualmente. Con suavidad, con amabilidad yo creo que tanto en el Bautismo de los hijos como en la celebración del Matrimonio hay que levantar el listón de las exigencias pastorales y de las exigencias espirituales para que los matrimonios tengan más autenticidad religiosa. Porque si ese matrimonio, por muy canónico que sea, luego no va a vivir con una visibilidad cristiana, no va a ser capaz de educar cristianamente a los hijos aunque los lleve a la catequesis, aunque los lleve al colegio de los hermanos «tal» o de las hermanas «cual». Si los padres no dan ejemplaridad religiosas, ese niño no tendrá nunca unas convinciones religiosas arraigadas fuertes como las va a necesitar en la vida. Tenemos que sacar las consecuencias de la situación que estamos viviendo hoy en España. Vivimos en una nación profundamente laica y, en muchos casos anticristiana. 

Los católicos de dentro de cinco, de diez años tendrán que vivir en un contexto difícil. Por tanto, nuestros jóvenes, para seguir siendo cristianos, necesitan una fe convencida, una fe razonada, una fe asumida expresamente con una valoración personal bien justificada, y además tienen que ser capaces de profesar la fe en un contexto adverso. Sino, no será capaces de vivir cristianamente en nuestra sociedad dentro de muy poco tiempo. Hoy mismo, los niños que van a la escuela tienen que parecer insultos de sus compañeros por ir a Misa. Es decir, necesitamos una fe muchos más esplícita, mucho más personalizada, mucho más lanzada de lo que era la fe habitual de nuestra gente hace cincuenta años. Para eso, necesitamos unas familias cristianas que valoren expresamente la fe, la práctica cristiana, el ir todos los domingo a Misa, el acompañar a su hijo en el proceso de catequesis.

En la educación, la familia necesita la ayuda de la Iglesia, de la comunidad, de la parroquia. Primero, a los padres para que aprendan a educar religiosamente a sus niños. Luego, para completar y socializar en la catequesis la educación recibida en la familia. Necesitamos también, cambiar un poco el tono de nuestras catequesis. Las catequesis de ahora no tienen que ser tanto para aprender cuanto para vivir. Las catequesis han de ser catequesis de conversión. El o la catequista tiene que ir, también, a rezar con sus niños. Y tiene que enseñarles a vivir religiosamente rezando, perdonando, haciendo obras de misericordia… No basta con aprender el catecismo. Hay que aprender a vivir el catecismo. Hay que llevarles la alegría y el orgullo de ser cristiano frente a otros muchos compañeros suyos que no los son. El niño necesita la autoestima de su fe cristiana. Que sienta compasión por los no cristianos, en lugar de sentir miedo y vergüenza ante ellos. La ayuda de la parroquia en la catequesis, la ayuda del colegio para dar una buena arquitectura intelectual a esas buenas actitudes de fe cristiana.

El triángulo familia-parroquia-colegio tendría que trabajar muy conjuntamente y muy delicadamente para ayudar a que esa personalidad del niño crezca en unas actitudes religiosas adecuadas y perfectamente asimiladas. Hay muchos planteamientos en los colegios y ha habido muchos planteamientos en la catequesis que no han contribuido ni a clarificar ni a robustecer la fe como adhesión personal a Dios y a Cristo salvador.

Por último, nuestros jóvenes, ya a partir de los catorce-dieciséis, se emancipan mucho, tanto de las familias como de los catequistas como del colegio. Hoy ha aumentado mucho la influencia de la cuadrilla, de la convivencia con los amigos que se alimentan, sobre todo, de los medios de comunicación. Y, por lo tanto, la responsabilidad educativa de la familia no termina hasta que los padres hayan situado al muchacho, a la muchacha en un contexto social cristiano y cristianizador. Lo dice la experiencia: el adolescente que aterriza en un grupo de buenos compañeros, está muy protegido y está muy favorecido; el adolescente, que habiendo sido educado de la manera más exquisita, aterriza en un grupo deteriorado por lo que sea, está perdido. Y eso, ahora, está muy a la mano de los jóvenes. Es muy importante poder conseguir con habilidad y sin forzar las cosas que los adolescentes aterricen en un grupo educador y evangelizador. Para eso estos grupos tienen que existir: cada parroquia, cada sociedad tiene que crear grupos donde los jóvenes puedan convivir cristianamente y encuentren la ayuda que necesitan para consolidar moralmente e intelectualmente sus decisiones de fe.Todo ese arco tiene que estar previsto y muy atendido en una buena pastoral familiar. Donde sean agentes no sólo la parroquia, sino también que los padre sean agentes de la vida y de la misión cristiana en la familia.

Esta si que es una consideración de gran importancia: que la familia cristiana, matrimonio estable entre el hombre y la mujer, tiene en la tarea de la evangelización, si va realmente cumpliendo todas sus etapas. Y esta fecundidad en la tarea de la evangelización es el mejor servicio que la familia cristiana puede hacer a la sociedad. Primero, pone ciudadanos en el mundo. Y segundo, los educa cristianamente, honestamente, civilmente. El vigor de nuestra Iglesia y el vigor de nuestro país depende, en gran parte, de que la Iglesia, las instituciones culturales y educativas y las instituciones políticas converjan en una solicitud generosa en favor de la familia.

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