Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad
Durante este tiempo de preparación a la Pascua, la Iglesia, como Madre que es, exhorta a sus hijos tanto a aguzar el oído para escuchar sin reticencias la Palabra de Dios como a abrir las manos para socorrer a los que lo necesitan. Dos son, pues, las tareas que nos incumben: acoger la voz del Señor, que pide nuestra real conversión, y atender al clamor de los pobres que imploran apoyo concreto y eficaz.
Hemos de suplicar la gracia de vivir estas semanas con autenticidad, de modo que la presente Cuaresma no sea un tiempo perdido y pueda significar más bien un positivo cambio de rumbo en nuestras vidas y, a través de una ruptura con el pecado, el egoísmo y la injusticia, nos asociemos a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
En su Mensaje para la Cuaresma de este año 2021, el Papa Francisco vincula las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) con las tres prácticas cuaresmales tradicionales (ayuno, oración y limosna). Dice así: “Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre”. Como una invitación a leer, meditar y orar el Mensaje pontificio para encarnarlo en nuestras vidas, ofrezco en los siguientes párrafos unas breves consideraciones al respecto, de la mano de la encíclica Fratelli Tutti.
La fe y el ayuno
“Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y ‘acumula’ la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo”. De manera especial, sigue diciendo el Mensaje pontificio, “la Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle ‘poner su morada’ en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba”.
Por su parte, la encíclica Fratelli Tutti recuerda que el compromiso cristiano con los desvalidos no se limita a la imprescindible dimensión horizontal, sino que lleva a “reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita” (FT 85). Pero, para entrar en esta dimensión, con frecuencia debemos hacer silencio y prescindir de lo que nos aprisiona; necesitamos ayunar para acceder, con libertad y hondura, al encuentro con el Otro y con el otro.
La esperanza y la oración
“El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos”. En concreto, indica el Mensaje, “en el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura”.
Se trata de una virtud (la esperanza) y una práctica (la oración), quizá más necesarias que nunca, en estos tiempos tan recios que nos toca vivir. En Fratelli Tutti, Su Santidad anima explícitamente a la esperanza, “que nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (FT 55). Y, para alimentar esta esperanza, que es un don de Dios y nos orienta a nuestro destino final en el cielo, entreguémosnos a la oración confiada.
La caridad y la limosna
Señala el Mensaje del Papa para esta Cuaresma de 2021: “La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad”. Por eso, continúa, “vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de Covid-19”.
Casi toda la Fratelli Tutti puede verse como un canto a la caridad, amor a Dios sobre todas las cosas, que se expresa de manera privilegiada a través de la fraternidad universal y la amistad social. Baste, en este momento, subrayar la importancia que otorga la encíclica a la gratuidad. Porque, como indica el Obispo de Roma, “quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella” (FT 140).
Termino ya, regresando una vez más al Mensaje de Cuaresma del Santo Padre: “La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante”.
Que en este tiempo especial las prácticas cuaresmales nos ayuden a renovar estas virtudes, reforzando nuestro amor al Señor y nuestro servicio desinteresado a los más empobrecidos, entre los que se hallan aquellos que carecen del pan cotidiano. Nos vendrá bien, al respecto, dejarnos interpelar por unas certeras y directas palabras de San Basilio Magno: “El pan que tú no comes, es el pan del hambriento; la túnica colgada en tu armario, es la túnica de quien va desnudo; los zapatos que tú no calzas, son los zapatos de quien camina descalzo; el dinero que tú escondes, es el dinero del pobre; los actos de caridad que no haces, son injusticias que cometes” (Hom. VI in Lc XII, 18 PG XXXI, col. 275). Seguramente Cristo nos diría lo mismo. Compete ahora a nosotros llevar estas enseñanzas a la práctica sostenidos por el Espíritu Santo. Que San José, Custodio del Redentor, también nos acompañe y nos conceda su humildad y constancia en el bien obrar para que nuestros propósitos se vuelvan una feliz realidad.