Ver, juzgar y actuar contra el hambre

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Con la llegada del mes de febrero, recibimos un aldabonazo dirigido a nuestras conciencias por parte de Manos Unidas que, desde hace 62 años, lanza su “Campaña contra el hambre” en estas fechas. Esta vez se convoca bajo el lema: “Contagia solidaridad para acabar con el hambre”.

Quiero aprovechar esta ocasión para repasar algunos textos luminosos de los tres últimos pontífices: San Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco. Los ordeno en tres secciones (ver, juzgar y actuar), siguiendo un método iniciado en Bélgica por el Cardenal Joseph Cardijn y asumido posteriormente por el episcopado de América Latina y por el Magisterio Pontificio. De este modo, deseo llevar a cabo un sencillo examen que refuerce nuestro compromiso cristiano y nuestra solidaridad con los hambrientos y empobrecidos del mundo.

VER
Escuchemos, de entrada, estas palabras de Benedicto XVI, escritas hace doce años, en 2009, pero con plena vigencia en la actualidad: “El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional. El problema de la inseguridad alimentaria debe ser planteado en una perspectiva de largo plazo, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos, que se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar, para asegurar así también su sostenibilidad a largo plazo” (Caritas in veritate, n. 27). En este párrafo se nos ofrece un análisis lúcido que nos ayuda a leer la realidad y unas claves de interpretación que nos permiten ubicarnos de un modo correcto ante la misma.

JUZGAR
Benedicto XVI señalaba igualmente en la misma encíclica: “Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su Fundador, el Señor Jesús, sobre la solidaridad y el compartir. Además, en la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta” (Caritas in veritate, n. 27). Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica hace, en su número 2269, una valoración firme: “La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan muertes sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable (cf. Am 8, 4-10)”. Comentando esta frase, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia observa: “Tal condena se extiende también a las relaciones económicas internacionales, especialmente en lo que se refiere a la situación de los países menos desarrollados, a los que no se le pueden aplicar ‘sistemas financieros abusivos, si no usurarios’” (n. 341). Y cita unas palabras de San Juan Pablo II, durante la audiencia general del 4 de febrero de 2004, donde se refiere a “la usura, delito que aún en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas”. Todo ello se menciona para valorar el hambre y la injusticia internacional.

ACTUAR
Al comienzo del nuevo milenio, San Juan Pablo II se preguntaba: “¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse?” Y, a continuación, invitaba a “continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de un nueva ‘imaginación de la caridad’, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno. […] La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras” (Novo Millenio Inneunte, n. 51). Y el mismo Papa indicaba, en su gran encíclica sobre la solidaridad, que “el proceso del desarrollo y de la liberación se concreta en el ejercicio de la solidaridad, es decir, del amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres” (Sollicitudo Rei Socialis, n. 46). Por su parte, el Papa Francisco afirmaba, en su primera exhortación apostólica, que “el pedido de Jesús a sus discípulos: ‘¡Dadles vosotros de comer!’ (Mc 6,37) implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. […] Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles” (Evangelii Gaudium, nn. 188-189).

Termino haciendo referencia a San Juan XXIII, quien asumió este método del ver-juzgar-actuar, indicando “la suma conveniencia de que los jóvenes no sólo reflexionen sobre este orden de actividades, sino que, además, en lo posible, lo practiquen en la realidad” (Mater et Magistra, n. 237).

Pidamos al Señor que la campaña de Manos Unidas nos ayude a todos a avanzar en esta dirección, practicando una solidaridad efectiva con los pueblos que sufren el flagelo del hambre. También con las personas y las familias que, en nuestro propio barrio, cerca de nosotros, golpeadas por esta dura pandemia que atrozmente nos está fustigando, han perdido su trabajo, han visto desaparecer sus ahorros, y se van a la cama sin comer, llorando amargamente. No las olvidemos. Es tiempo de contagiar solidaridad.

Artículo publicado en el Semanario La Verdad de la diócesis de Pamplona-Tudela
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