Homilía pronunciada, el pasado 9 de febrero, durante la Misa celebrada en la parroquia de San Miguel de Pamplona, con motivo del Día del Ayuno Voluntario de Manos Unidas

La Eucaristía que estamos celebrando apela a nuestra conciencia, inclusive nos puede hacer sentir incómodos. Manos Unidas en este día cuestiona muchos de nuestros hábitos y comportamientos cuando nos dice “El efecto ser humano”, que es el lema de este año para la Campaña contra el Hambre en el mundo. El ser humano cuanto más poder tiene le convierte en más responsable de muchos de los males de nuestra sociedad, pero también en el que puede posibilitar un cambio para bien de estos males. El ser humano, que se cree dueño del universo, quien controla todos los cambios sociales, también es responsable de las desigualdades que nuestro mundo vive y contempla, muchas veces con indiferencia, y del sufrimiento  de cerca de 800 millones de personas, que según la ONU sufren hambre en el mundo.

La propia organización de Manos Unidas denuncia la responsabilidad del ser humano cuando dice, “Bajo el lema «El Efecto Ser Humano», queremos concienciar de que el maltrato al planeta tiene consecuencias mayores al otro lado del mundo, y destacar ese doble poder del ser humano para transformarlo: para bien y para mal. Somos «la única especie capaz de cambiar el planeta».

Es importante que superemos la indiferencia con el que afrontamos muchas de estas desigualdades. Vemos el problema en el sur, nos queda lejos, y nos situamos también lejos y distantes del problema. Cada vez más nuestra sociedad consagra el individualismo, desde el falso respeto a la persona, y hace que el problema del hambre en el mundo, mucho debido al cambio climático, nos quede como una simple noticia de un telediario frío y lejano. Hoy la Iglesia apela a nuestra conciencia, a nuestra responsabilidad y solidaridad. No podemos permanecer indiferentes ante hermanos nuestros que están sufriendo, que lo están pasando mal.

Las lecturas que hemos escuchado van en estas dos líneas que he manifestado: cuidado del planeta y cuidado de los hermanos directamente. La primera lectura del profeta Isaías no presenta al Señor como el hacedor de todo, “Yo hice la tierra y creé al hombre sobre ella”, y las personas vemos la tierra, el planeta como un don de Dios que pone en nuestras manos. Es ese talento del evangelio (cf. 25, 14-30) que debemos de cuidar y de producir. Mal vamos a producir otros talentos si no cuidamos el planeta, sino adoptamos estilos de vida que protejan. Hay unos datos alarmantes que la propia Manos Unidas ha compartido en los materiales de presentación de la jornada, “Se estima que entre 3.300 y 3.600 millones de personas -cerca de la mitad de la población mundial- viven en contextos “altamente vulnerables” a la instabilidad climática”. Y otro dato que realmente tiene que alarmarnos y preocuparnos es que “Según datos del Panel Intergubernamental sobre el cambio Climático (IPCC), «entre 2010 y 2020, la mortalidad humana por inundaciones, sequías y tormentas fue 15 veces mayor en las regiones altamente vulnerables, en comparación con las de muy baja vulnerabilidad». Y aquí las personas tenemos mucho que ver, pues nuestros hábitos, nuestras costumbres, nuestro estilo de vida no ayudan nada a luchar por el cambio climático. El mundo, la tierra es un don de Dios que ha puesto en nuestras manos para que las personas podamos vivir y desarrollarnos en paz y felicidad. Y esto no está ocurriendo ahora. «De Yahvé es la tierra y cuanto contiene» (Sal. 24,1), y nos la dio para que todos los seres vivamos con dignidad. Si no conseguimos que los pobres recuperen la dignidad humana algo estamos haciendo mal, y si no conseguimos que sean más personas tenemos una deuda con los pobres del cambio climático. El efecto “ser humano” es negativo para el planeta y esto está costando vidas. Como personas, pero sobre todo, como Iglesia debemos plantearnos la vida de otra manera.

El evangelio que hemos escuchado refleja muy claramente, cómo el ser humano es responsable de la situación de nuestros hermanos pobres. Mateo 25, nos habla de la situación de diferentes colectivos sociales, que los vemos en nuestro primer mundo. Conocemos sus caras, sus ropas sucias, su color del piel, su pobreza, su miseria. Y el efecto humano también nos hace responsables de la pobreza en muchas de nuestras ciudades. Somos responsables porque antes de analizar su situación les estamos juzgando; al de la cárcel le decimos, algo habrán hecho; al inmigrante comentamos, vienen a robar y delinquir; al que tiene hambre, sed y necesita ropa comentamos es un transeúnte que está así porque quiere, juzgamos a todos. Y recordemos este texto, Jesús no juzga, no hace juicios de valor ni de conducta, expone una necesidad, una pobreza, en muchos casos una humillación que necesita ayuda del ser humano, de las personas. Y vemos que premia a las personas que han ayudado a estos pobres. El premio será sentarse a su derecha, algo a lo que aspiraban Santiago y Juan, y su madre también. Ser solidarios, ser cercanos a los pobres y necesitados tiene como premio el sentarnos a la derecha del Padre.

El lema que nos propone Manos Unidas, las lecturas que hemos escuchado, nos llaman a la responsabilidad personal, la nuestra, no la del vecino. Seguramente a nosotros, que estamos esta tarde aquí, no tendremos ninguna responsabilidad penal por nuestro comportamiento, pero si una responsabilidad de conciencia, que para mí es muy importante. Debemos preguntarnos, en mi vida de cada día ¿Qué puedo hacer para mejorar este planeta? ¿Qué puedo hacer para mejorar la calidad de vida de las personas del sur? ¿Qué puedo hacer para que cada día haya menos desequilibrio entre norte y sur, o lo que es lo mismo, entre ricos y pobres?

Me uno a la reflexión de Manos Unidas, que este año nos ha tocado la conciencia. Ha apelado al interior de cada persona. “Desde Manos Unidas, urgimos al compromiso personal con los «descartados climáticos», y reclamamos una implicación de la política global en la lucha contra el cambio climático que, para ser justa, debe centrarse en los más vulnerables. Como dice el papa Francisco, «se necesita una acción urgente, valiente y responsable».

Somos la única especie con el poder de frenar la desigualdad ante la injusticia climática, que hemos provocado también nosotros por nuestra forma de consumir y producir, para que podamos vivir en un planeta sostenible, sin pobreza, sin hambre ni desigualdad, convirtiéndolo en una casa común para una vida digna y sin exclusión”.

Hermanas, hermanos, un gesto, un detalle, un pequeño compromiso por mejorar el planeta. Además, vamos a comenzar, la semana que viene la Cuaresma, es una buena oportunidad para plantearnos acciones, propósitos que este tiempo nos ayude a mejorar el planeta.

 

 

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