Homilía ofrecida, el pasado 29 de enero, en la capilla del Seminario de Pamplona, con motivo de la Fiesta de Santo Tomás de Aquino

 

Queridos estudiantes en el día de vuestro patrón, querida comunidad educativa y formativa.

El Señor me ha puesto en este camino de servir a la Iglesia que peregrina en esta Archidiócesis de Pamplona y Tudela. Y me encuentro que el primer acto fuera de ordenación y toma de posesión es celebrar la fiesta de Santo Tomás. El santo dominico que inspira nuestra enseñanza y que nos motiva a aprender y formarnos.

Y es el primer acto donde me encuentro también con seminaristas, que el día de mañana serán los transmisores de la Palabra de Dios. Vais a recibir una misión y la gente va a recibir vuestra palabra

Formar para compartir, profundizar para dar. Consagrado dominico de profunda sabiduría, pero también hombre de profunda oración. Compuso el “Pangelingua” y el “Tantum ergo”, así como otros cantos Eucarísticos que se entonan hasta nuestros días, por pedido del Papa, quien le solicitó que escribiera himnos para la Fiesta del Corpus Christi. ¿Qué sentido tiene la palabra de Dios sin espiritualidad? ¿sin oración? Seríamos como esos muñecos modernos que repetimos lo que oímos, pero que no vivimos lo que decimos. Nos formamos para misionar, nos formamos para anunciar, pero este anuncio debe de ir acompañado de una vida de coherencia, de compromiso y solidaridad.

La primera lectura del libro de la sabiduría escuchamos a Salomón que habla. Se refiere a la plegaria de Gabaón pidiendo sabiduría para gobernar. Hace un elogio muy bonito de la Sabiduría, que no es comparable a cetros y tronos. La superioridad de los bienes de orden espiritual sobre los bienes materiales es uno de los temas constantes de la literatura sapiencial, “Mejor es la sabiduría que las piedras preciosas, ninguna cosa apetecible se le puede igualar” (Prov. 8, 11). Está por encima de las riquezas. El oro y la plata comparados con la Sabiduría es barro. Inclusive más que la propia salud, algo tan valioso en la actualidad.

Conocemos el diálogo de Salomón con Dios, que antes de empezar su disertación de la sabiduría, se dirige a Dios para que le conceda hablar con acierto. Salomón sabe que el hombre en su totalidad, en pensamientos, palabras y obras, está en las manos de Dios.

Esto lo he vivido en primera persona en las misiones que los mercedarios tenemos en Mozambique. Durante doce años fui Provincial de la Merced de Aragón, y todos los años visitaba nuestras misiones, una o dos veces al año. Y aquí vi cómo esta primera lectura se hacía realidad en aquellas gentes. Me explico. Tenemos el concepto de que a las misiones hay que darles de comer, enviar dinero, ropa. Pero ha sido la propia gente que se ha convencido que para salir de la pobreza hay que formarse. Hay que estudiar, y así ha sido. La gente que estudia, que se forma, cuando acaba enseguida encuentra un trabajo, una colocación. Y la gente ha comenzado a estudiar como medio de combatir la pobreza. No hay oro, ni plata, tronos ni cedros, que saquen de la pobreza. Y así se están construyendo escuelas, universidades para formar a las personas. De la pobreza se sale con formación, a la libertad personal se sale con formación.

Nos formamos en este centro de estudios San Miguel para anunciar con conocimiento la Palabra de Dios. Para anunciar realmente lo que Dios quiere transmitir a su pueblo, “Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mt. 10, 20): Somos anunciadores de Dios. Es Dios quien habla a su pueblo a través nuestro. Si esta mañana hemos rezado el oficio, también la primera lectura de la primera carta de S. Pablo a los Tesalonicenses les dice “”No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes” (1Tes. 2,13). Pero para ser fieles, necesitamos formarnos, necesitamos conocer, necesitamos profundizar. Cuidado con anunciar nuestro pensamiento. A veces parece que creamos evangelios nuevos. Pero luego también necesitamos vivir lo que anunciamos. Profesores, alumnos que os preparáis par anunciar la Palabra de Dios, nuestra formación no debe alejarnos de la realidad, no debe alejarnos del testimonio.

En el evangelio de Mateo, Jesús transmite un mensaje contra los primeros puestos, quizás porque había gente que desde la formación, desde el saber, escribas, fariseos, pensaban que tenían derecho a estar por encima de los demás, tenían aires de grandeza y de poder, olvidando que el saber, la ciencia, debe de estar al servicio de las personas, especialmente de los más pobres. Advierte de que no se dejen de llamar maestros. En la comunidad de Jesús nadie es propietario de su enseñanza. Nadie ha de someter doctrinalmente a otros. Todos son hermanos que se ayudan a vivir la experiencia de un Dios Padre, al que le gusta revelarse a los hermanos. Jesús pensó una iglesia donde no hubiera “los de arriba” o “los de abajo”.

En la segunda lectura del oficio de lectura de la fiesta de Santo Tomás, el mismo dominico nos avisa en la conferencia 6 sobre el credo “No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y los azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.

Este evangelio que hemos proclamado parece que avisa de los riesgos de no encajar bien nuestra formación. Puede parecer y a veces sucede que utilizamos nuestra formación para subir, para ser importantes, para estar por encima de los demás. Y Jesús no cuestiona la formación, al contrario, la valora como medio de formación y evangelización. Lo que Jesús nos alerta es que la formación está al servicio de los demás. Nuestra formación nos pone al servicio de mi comunidad de fe, al servicio del otro, “el primero entre vosotros será vuestro servidor” y “el que se enaltece será humillado”. Siempre para mejor servir.

Formación y estudio, sí, pero no para los primeros puestos, sino para servir. Formación y estudio sí, para ser fieles transmisores de la Palabra de Dios.  Formación y estudio sí, pero para ser fieles a la Palabra de Dios, no para transmitir nuestro pensamiento. Y junto a esto hay una responsabilidad personal. Y es que este es vuestro tiempo de formación, como nos dice el Eclesiastés “Todo tiene su momento y cada cosa bajo el cielo” (Eclesiastés 3,1).

Gracias también a los profesores, algunos tenéis que compaginar pastoral y docencia, muchas gracias. No os conozco a la mayoría, pero las informaciones que me llegan son muy positivas de todos y cada uno de vosotros.

Que Santo Tomás de Aquino nos motive en nuestra formación y en el buen uso de los conocimientos recibidos. Que así sea.

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