Homilía ofrecida el pasado 3 de febrero, en la Santa Iglesia Catedral de Pamplona, con motivo de la Jornada de Vida Consagrada

Queridas religiosas y religiosos de la Iglesia que peregrina en Pamplona y Tudela. Mi saludo quiere ser un saludo fraterno, de hermano, de consagrado como todos vosotros. Como dije el otro día en mi ordenación, la Merced entrega a esta diócesis, no un obispo, sino un religioso elevado a Obispo. Vivo y siento lo mismo que todos vosotros y vosotras.

Aquí estamos esta tarde, todos juntos, para decir, “Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad” (Lc. 1, 38). Y lo decimos en un mundo donde constantemente reclamamos autonomía personal, respeto, libertad. Hoy en día tiene mucho más valor que hace muchos años. Hoy lo cuestionamos todo, relativizamos todo.

Hoy nos presentamos en el templo, como María y José, ellos presentaron y ofrecieron a Dios lo que más querían su hijo, nosotros presentamos nuestra consagración, nuestra vocación religiosa, lo que más queremos, lo que ha marcado nuestra vida. Y nos presentamos con alegría, con orgullo de nuestra vida, de nuestro carisma y de nuestra acción pastoral. Y le ofrecemos al Padre nuestra entrega para que él la cuide, la sostenga, la bendiga.

El Papa Francisco, ayer en la celebración de la Vida Consagrada, ponía de ejemplo a los ancianos Simeón y Ana. Decía “Nos hace bien mirar a estos dos ancianos pacientes en la espera, vigilantes en el espíritu y perseverantes en la oración. Sus corazones permanecen velando, como una antorcha siempre encendida. Son de edad avanzada, pero tienen la juventud del corazón; no se dejan consumir por los días que pasan porque sus ojos permanecen fijos en Dios, en la espera, siempre en la espera (cf. Sal 145,15). A lo largo del camino de la vida experimentaron dificultades y decepciones, pero no se rindieron al derrotismo: no “jubilaron” la esperanza. Y así, contemplando al Niño, reconocieron que se había cumplido el tiempo, la profecía se había hecho realidad, había llegado Aquel a quien buscaban y por quien suspiraban, el Mesías de las naciones. Habiendo mantenido despierta la espera del Señor, se hicieron capaces de acogerlo en la novedad de su venida”

Simeón y Ana son el ejemplo de la fidelidad. Porque esperaron, porque fueron fieles a pesar de las dificultadesSimeón esperaba y aguardaba el consuelo de Israel. La profetisa Ana, mujer mayor, la mayor parte de su vida viuda, sola. Los dos fieles hasta el final tuvieron la recompensa, el premio de encontrarse con Jesús. Son dos figuras consagradas en el servicio del templo que no se les pone un reproche en su descripción, todo es fe, esperanza y confianza en el Señor. Es el modelo de consagrado, de fidelidad, de esperanza. Un modelo que necesitamos recuperar para nuestras comunidades, congregaciones, institutos y órdenes religiosas. Hermas, hermanos, que sepamos esperar nosotros también como los ancianos del evangelio.

“Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad”. Una vez más vemos a María, que cumpliendo con la ley va al templo a presentar a Jesús y nuevamente Dios le pone a prueba cuando el anciano Simeón le dice “y una espada te traspasará el alma”. María no renuncia, María no abandona. Aceptar la voluntad de Dios en mi vida no es un análisis racional de los acontecimientos, tampoco es buscar las razones objetivas de la obra de Dios en mi vida. Es un acto de fe y confianza en el Señor, que como consagrado y consagrada configura mi vida. No hay análisis racional que pueda explicar nuestra consagración. O nos ponemos en manos de Dios o nuestra vida de consagrados se tambalea.

Consagrados y consagradas de nuestra archidiócesis de Pamplona y Tudela, estamos llamados a ser significativos en una sociedad en la que el hecho religioso va perdiendo protagonismo. Y a este mundo se acerca la Vida Religiosa para ser iglesia samaritana, iglesia comprometida. Nuestros carismas son una riqueza y una medicina sanadora para esta sociedad herida y necesitada del amor de Dios, y ahí entra la vida religiosa. La Iglesia necesita de la profecía de la Vida Consagrada. Todos los carismas son para la misión, y lo son precisamente con la riqueza incalculable de su variedad; para que la Iglesia pueda testimoniar y anunciar el Evangelio a todos y en todas las situaciones. Y llega a todas las situaciones por la riqueza de estos carismas. He viajado mucho a África a Latinoamérica, y siempre encontraba una congregación religiosa trabajando en la humanización de las gentes de allí, viendo en ellos al mismo Cristo al que dignificaban. Igual me encontraba religiosos o religiosas trabajando en educación, en sanidad, en promoción de la mujer, con niños de la calle, en talleres formativos, en evangelización…allí está la Vida Consagrada.

Siempre recuerdo con agrado las palabras que Juan Pablo II nos dijo a la Vida Religiosa en la primera Jornada de la Vida Consagrada en el año 1995 “A las personas consagradas, pues, quisiera repetir la invitación a mirar el futuro con esperanza, contando con la fidelidad de Dios y el poder de su gracia, capaz de obrar siempre nuevas maravillas: «¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (Vita consecrata, n. 110)”. Y es verdad a veces percibo en la Vida Consagrada complejos, cansancio, y el Papa Juan Pablo II nos recordaba estas palabras de ánimo tan bonitas. Tenemos historia, tenemos vida, ¡Contémosla! ¡Vivámosla! Invitemos a que la conozcan y luego es posible que se queden con nosotros.

Religiosas, religiosos, sintámonos Iglesia, sintámonos diócesis, sintamos la comunión del Obispo, de sacerdotes, de laicos. Hay una gran riqueza carismática y en número de la vida consagrada en Navarra. Obras importantes y ejemplares. Visibilicemos nuestra vida, nuestro carisma, nuestras obras. Abramos nuestros conventos para que la gente nos conozca. Decía San Agustín, “no se ama, aquello que no se conoce”. Que conozcan nuestra vida, nuestra comunidad y nuestro carisma. Que seamos luz, como lo fue Jesús en el templo para toda la diócesis.

Hermanas y hermanos consagrados, me pongo a vuestra disposición, quiero caminar con la Vida Consagrada en la Iglesia de Pamplona y Tudela, así como también cuento con cada comunidad y cada consagrado que vive su vocación en nuestra tierra.

Con mi abrazo fraterno

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