burial, people and mourning concept - close up of unhappy woman praying god at funeral

Muchas veces hemos podido comprobar que intentando hacer el bien nos sobreviene una contradicción o algún momento de dificultad o sufrimiento. La reacción común es quejarnos: “Parece mentira… cómo es posible que estoy haciendo el bien y como si fuera por un maleficio me llega esta adversidad o dolor. Pues ahora me retiro y no hago más el bien”. Es una reacción equivocada y hasta nociva. Leyendo a San Agustín me hizo un gran bien, para mi espíritu y mi madurez humana, lo que él escribía:”Pensad en esos hombres que quieren vivir bien, que han determinado ya vivir bien, pero que no se hallan tan dispuestos a sufrir males como están dispuestos a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el mal. De manera que aquellos que dan la impresión de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se les echan encima, son en realidad débiles. Y aquellos que aman el mundo y por algún mal deseo se alejan de las buenas obras, éstos están delicados y enfermos, puesto que por obra de su misma enfermedad, y como si se hallaran sin fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena” (Del Sermón sobre los pastores, 46). La madurez humana y espiritual hace posible, en los momentos favorables como en los desfavorables, tener un solo oxígeno: el amor que todo lo acepta y soporta.

Realizar el bien y soportar el mal -que nos sucede en la vida- tiene un hilo conductor que se nos manifiesta en Jesucristo y en sus discípulos. La enseñanza de Jesucristo es muy clara: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manos y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mu yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 29-30). La fatiga existencial que padecemos en esta época, distinta a otras, pero con la misma esencia, requiere ponerse en una actitud de aprendizaje que vemos en las enseñanzas evangélicas. Toda la vida tiene momentos gozosos y momentos de dolor. Y por más que tratemos de ausentarnos del mal o del dolor no podremos luchar inútilmente pues la realidad es muy tozuda. Bien que nos lo expresa el Señor que se ha hecho presente entre nosotros para mostrarnos el auténtico y verdadero camino.

En la vida debemos aprender mucho y los buenos maestros nos muestran el mejor camino. Por eso Jesucristo nos invita a que aprendamos de él: “Venid a mí y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón”. Significa que aprendamos a poner fe, tomar el yugo como lo hizo él, seguir sus pasos e imitarle en toda obra buena. Cuando nos sentimos mal y una enfermedad nos angustia, lo primero que hemos de realizar es acudir al médico. En la vida espiritual sucede lo mismo: acudimos al mejor Médico que nos ofrece la mejor medicina. Esto implica que aunque, con buena voluntad, tratemos de hacer muchas cosas, realmente -sin el Señor- no podemos hacer algo verdaderamente valioso. Venga lo que venga en nuestra vida será bienvenido si ponemos nuestros bienes o males en consonancia con Cristo. Tal vez muchos piensen que esto es una quimera; pero hoy ante la falta del sentido de la vida a lo único que se llega, muchas veces, es a abandonarla por caminos crueles y traumáticos. Con Cristo la vida adquiere su verdadero sentido.

Bien lo entendió San Pablo: “Por él perdí todas las cosas, y las considero como basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él… y participar de sus padecimientos, asemejándome a él” (Flp 3, 8-11). Este es el mejor antídoto contra el materialismo y el hedonismo que fragmentan la mente y convierten al corazón en una máquina que sólo acepta el bienestar y el placer abominable. Sólo con ganar la amistad con Cristo se superan los falsos fantasmas de felicidad que se apoyan en buscar siempre motivos que nunca sacian, es más, aminoran la madurez humana y ante la dificultad se desespera. Realizar el bien y soportar el mal requiere mucho sacrificio pero al final sólo se pueden afrontar si hay un modelo que es Cristo que ayuda a llevarnos por caminos de plenitud y de la auténtica realización humana y cristiana.

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