Cuando era pequeño recuerdo -con gran gozo- cómo vivíamos en nuestra familia la fiesta de la Navidad. Con mis hermanas y los chicos del Colegio buscábamos el “musgo” para adornar el Belén que lo poníamos en el sitio más visible de casa. Era un ritual que nos hacía vivir en alegría y un gozo especial: “¡Va a nacer el Hijo de Dios!”, decíamos con alborozo, cantando villancicos. Los padres y la familia sentíamos mayor cariño y todos esperábamos los regalos con gran expectación y siempre buscando hacer felices a los demás con abrazos y gestos de perdón por los momentos difíciles de aquellas disputas o riñas que se habían cometido. Parecía que el Belén, preparado con mimo y esmero, se convertía en la “auténtica Cueva de Belén”. Los nervios de la espera casi no nos dejaban dormir por la noche, esperando el día 24 con ilusión y celebrando con buen cordero asado, turrones y dulces, al Niño Dios, que a media noche iba a nacer. Para bendecir esa Noche de Amor cantábamos villancicos: “Noche de Paz” y “Ya vienen los pastores”… Era maravilloso constatar que la Navidad se convertía en un momento de gozo especial.

En toda persona humana sucede que la Navidad se convierte en la alegría que acurruca el corazón delante de este gran misterio del Niño Dios que viene a vivir con nosotros. Y él nos da varios mensajes para aplicar en nuestra vida. Uno de ellos es la humildad con la que nos muestra que sólo los sencillos de corazón pueden ver a Dios. La soberbia impide verle porque se convierte en un arma de “idolatría” personal e ideológica. ¿Quiénes acuden al Portal de Belén? Los sencillos y aquellos pastores que cuidaban de sus ganados. Los Reyes Magos buscan la verdad y, a pesar de las dificultades del rey Herodes, se posicionan con los humildes y le ofrecen -al Niño Dios- oro, incienso y mirra. No se muestran superiores al Niño Dios sino que lo adoran como el verdadero Rey de reyes. Ni la ciencia, ni la astrología de la que eran expertos les coarta el hecho de encontrar un Niño muy superior a ellos y mucho más sabio que ellos. Este es el gran misterio del amor de Dios que expone su vida por la humanidad y para la humanidad a la que eleva de categoría.

Otro mensaje importante del Niño Dios se manifiesta, con sus padres María y José, cuando el amor familiar es la expresión más nítida de lo que significa la experiencia humana. Una humanidad sin familia se agota y se desvanece con el tiempo. Es lo que nos tratan de imponer ciertas ideologías destructivas que con aires de progreso y de engañosa libertad quieren convencernos que la sabia naturaleza está equivocada y conviene, por modernismo absurdo, descolocar lo que nadie puede trastocar. Quien se pone en contra de la naturaleza se convierte en un terrorista que destruye lo más sagrado que en la naturaleza se encuentra. Con la naturaleza como con Dios no se puede jugar al pulso a ver quien vence más. ¡Con Dios y la naturaleza no se juega! Al final las consecuencias y resultados son gravísimos. De ahí que la Sagrada Familia es la belleza que nos invita a fijar la mirada en aquello en lo que el Creador se ha recreado: la Familia. El amor de un hombre y una mujer no sólo fundamentan la esencia del humanismo auténtico sino que plasman el ser con-creadores, en sus hijos, al unísono con Dios.

Además hay otro mensaje que el Niño Dios nos manifiesta y es el sentido del sufrimiento. ¿Gozosos también cuando sufrimos? Pues sí. Aún en lo más hondo del padecimiento puede el cristiano experimentar el gozo, porque se goza “en el Señor” (Flp 4,4). El gozo en Cristo supera todo sufrimiento. Frente al ambiente adverso que se puede encontrar, los primeros cristianos ponían su esperanza en la venida del Salvador. Así decía San Pablo: “En todo atribulados, pero no angustiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados, llevando siempre en nuestro cuerpo el morir de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Co 4, 8-10). Confiando en la ayuda de Dios, con una fe renovada en el Niño Dios, vivamos la Navidad con Gozo y Esperanza.

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