Homilía pronunciada por Mons. Francisco Pérez, el pasado 26 de junio, en la Eucaristía que se celebró en el Polideportivo de la Universidad de Navarra con motivo de la fiesta de S. Josemaría Escrivá de Balaguer.

Hoy nos encontramos aquí para celebrar la fiesta de San José María Escrivá de Balaguer; un hombre ejemplar que nos muestra cómo responder a la llamada de Dios con fe y valentía, siguiendo el ejemplo de nuestro padre en la fe, Abraham. En la lectura del Libro del Génesis, vemos cómo Dios llama a Abraham y le dice: “Vete de tu tierra y de tu patria y de casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré´” (Gn 12, 1). Estas palabras de Dios a Abraham resuenan profundamente en la vida de San José María. Él también recibió la llamada de Dios, una invitación a salir de su zona de confort y a emprender un camino desconocido. En su caso, fue la vocación a fundar el Opus Dei, una institución que buscaba recordar a todos los cristianos la llamada universal a la santidad en medio de los trabajos y ocupaciones ordinarias de la vida.

Al igual que Abraham, San José María confió plenamente en Dios y se puso en camino hacia la tierra que le fue mostrada. “Yo tampoco pensaba que Dios me escogiera como lo hizo. Pero el Señor –déjame que te lo repita- no nos pide permiso para complicarnos la vida. Se mete y… ¡ya está!” (Forja 902). Su vida fue una respuesta generosa y valiente a la llamada de Dios. Él dejó su tierra natal, su comodidad personal y se lanzó a la aventura como Dios lo bendijo abundantemente, al igual que prometió a Abraham: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás una bendición” (Gn 12, 2).

La vida de San José María es un testimonio vivo de cómo Dios puede atraer a una persona común y corriente para realizar grandes hazañas. “Considerad con qué finura nos invita el Señor. Se expresa con palabras humanas, como un enamorado: Yo te llamo por tu nombre… Tú eres mío. Dios que es la hermosura, la grandeza, la sabiduría, nos anuncia que somos suyos, que hemos sido escogidos como término de su amor infinito. Hace falta una recta vida de fe para no desvirtuar esta maravilla, que la Providencia divina pone en nuestras manos” (Es Cristo que pasa, 32). Él nos enseñó que la santidad no es una llamada reservada solo a unos pocos, sino que es un camino abierto a todos los bautizados. Nos recordó que nuestra vida cotidiana, nuestras actividades ordinarias, son el lugar donde podemos encontrar a Dios y santificarnos en medio del mundo.

Es posible que tengamos miedo y dudas, pero si confiamos en la providencia divina y nos abrimos a su gracia, experimentaremos su bendición y seremos instrumentos de su amor en el mundo. “No tengas miedo, ni te asustes, ni te asombres, ni te dejes llevar por una falsa prudencia. La llamada a cumplir la Voluntad de Dios –también la vocación- es repentina, como la de los Apóstoles: encontrar a Cristo y seguir su llamada… Ninguno dudó: conocer a Cristo y seguirlo fue todo uno” (Forja, 6). No busquemos nuestras propias comodidades y seguridades para confiar plenamente en el plan de Dios para nuestras vidas.

En el evangelio de Mateo, Jesús nos presenta una parábola poderosa que nos invita a reflexionar sobre el valor y la importancia de encontrar el tesoro escondido. “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo, que al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo, y gozoso de ello, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo” (Mt 13,44). San José María descubrió que el verdadero tesoro no se encuentra en las riquezas materiales, en el éxito del mundo o en la búsqueda de poder, sino en la relación íntima con Dios y en la vocación de llevar el mensaje del Evangelio a todos los rincones del mundo. “Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y lograr entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios” (Amigos de Dios, nº 80).

Al igual que el comerciante en busca de perlas finas, San José María valoraba la importancia de encontrar la verdadera joya, la perla de gran valor que es la presencia de Dios en nuestras vidas. Y nos recordó que esa perla preciosa, ese encuentro con Dios, merece nuestro esfuerzo, nuestro compromiso y nuestra dedicación total. “Tu barca –tus talentos, tus aspiraciones, tus logros- no vale para nada, a no ser que la dejes a disposición de Jesucristo, que permitas que El pueda entrar ahí con libertad, que no la conviertas en un ídolo. Tú solo, con tu barca, si prescindes del Maestro, sobrenaturalmente hablando, marchas derecho al naufragio. Únicamente si admites, si buscas, la presencia y el gobierno del Señor, estarás a salvo de las tempestades y de los reveses de la vida. Pon todo en las manos de Dios: que tus pensamientos, las buenas aventuras de tu imaginación, tus ambiciones humanas nobles, tus amores limpios, pasen por el corazón de Cristo. De otro modo, tarde o temprano, se irán a pique con tu egoísmo” (Amigos de Dios, nº 21).

Queridos hermanos y hermanas, en este día que celebramos la fiesta de San José María recordemos su ejemplo de búsqueda incansable del tesoro del Reino de los cielos. Sigamos su invitación a vender todo lo que nos impide acercarnos a Dios, a renunciar a las comodidades que nos separan de Jesucristo y a buscar con alegría la presencia de Dios en cada aspecto de nuestra vida.

Roguemos a la Virgen María que cuide de nuestras vidas y que seamos fieles a la vocación que su Hijo Jesucristo ha regalado a nuestras vidas. Y no temáis pues quien está al lado de la Madre siempre vencerá puesto que Ella nos auxilia y preserva de caer.

 

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