La buena noticia de la Familia
Hace ya tiempo que está en marcha una pretendida liberación sexual que pretende cambiar nuestra manera de pensar de y está modificando profundamente los usos y hasta la configuración demográfica de nuestra sociedad.
En este movimiento, hay, sin duda, muchos elementos positivos que nos ayudan a comprender mejor la sexualidad humana y a vivirla con más autenticidad. Pero, camuflados con el atractivo engañoso de una libertad omnímoda, se difunden criterios morales, usos sociales y disposiciones legales que no son conformes con la verdad del hombre ni con la ley de Dios, y a la larga perturban y deforman gravemente la vida de las personas, de las familias y de los pueblos.
En resumidas cuentas se quiere hacer de la sexualidad un instrumento más de diversión y de placer, sin valoración moral alguna, objeto de consumo, bien explotado por intereses mercantilistas. La sexualidad humana es presentada como algo cerrado en sí mismo, sin conexión con la transmisión de la vida, ni con el matrimonio y por fin hasta del amor interpersonal. De este modo la vida sexual se vacía de su carga de humanidad, y se convierte en un puro juego, en el cual cada uno disfruta de su propio cuerpo y del cuerpo del otro, sin necesidad de entrar en comunicación espiritual con la otra persona, y mucho menos de llegar a un compromiso de amor interpersonal y estable. Una concepción privada de la dignidad propia de la sexualidad humana, contraria a la ley de Dios y a la verdadera naturaleza de la sexualidad y de las relaciones humanas.
Es indudable que esta forma de entender la sexualidad humana, con el trasfondo de una concepción mitificada y falsa de la propia libertad, afecta profundamente a la comprensión de la familia. Por eso para los cristianos está siendo una urgencia de primera importancia clarificar, reforzar y anunciar de manera positiva y convincente la idea cristiana de familia, apoyada en la experiencia de siglos, en las conclusiones de la mejor antropología y en la revelación de nuestro Señor Jesucristo.
En un primer momento los cristianos se pudieron sentir desconcertados por este cambio de mentalidad. Muchos piensan todavía que la Iglesia tiene que callar y rectificar en materia de moral sexual. La verdad es que en estos momentos, la Iglesia se está convirtiendo en la mejor defensora de la verdad de la familia, como lo es también de la vida humana y del derecho a la vida de los niños no nacidos, los embriones humanos y los enfermos terminales. Nos critican como si fuéramos anacrónicos por defender integralmente la humanidad del hombre frente a la invasión desconsiderada del hedonismo y del mercantilismo.
El conjunto de la revelación cristiana nos ayuda a descubrir la verdad profunda y la admirable belleza del matrimonio y de la familia. El hombre y la mujer asumen un compromiso de amor que les une definitivamente para ayudarse mutuamente y complementarse en la admirable vocación de transmitir la vida y educar a sus hijos. El amor de Dios al hombre, la entrega de Cristo por su Iglesia, la respuesta de amor y fidelidad de la Iglesia al amor de Cristo, es la referencia, la fuente y el modelo del amor entre el varón y la mujer, entre los padres y sus hijos. La familia humana, fundada sobre el matrimonio estable y santo, es el reflejo en el mundo de la vida de Dios uno y trino, el mejor argumento en favor de su amor y de la plena humanidad de su salvación.
La familia aparece así como la sociedad básica en la que hombre y mujer aman y se sienten amados con un amor verdadero, cada vez más generoso y más santo, más parecido al amor vivificante de Dios, que es a la vez el verdadero hogar donde tenemos que nacer y el ambiente indispensable para crecer espiritualmente sin temores ni frustraciones.
Esta visión positiva y entrañable de la familia no es una leyenda sin fundamento ni una imposición insoportable. El amor misericordioso y fiel de Dios, metido en la carne de nuestra historia gracias a la vida y al sacrificio de N.S. Jesucristo, es la fuente secreta de donde mana la vida verdadera del matrimonio y de la familia.
Por eso hoy nosotros, con plena confianza, como prueba de agradecimiento a Dios y ejercicio de nuestro amor con los hermanos, proclamamos la verdad y la belleza del matrimonio y de la familia tal como se comprende y se vive en la Iglesia por los verdaderos cristianos, matrimonio fiel y estable. familia fecunda y generosa, en la que los hijos son la mejor riqueza de los padres, un verdadero don de Dios y no una carga o incompatible con la felicidad de los esposos. El amor verdadero y generoso es la puerta por la que se llega a la felicidad y el clima en el que crece y se multiplica.
No hay otra institución humana tan beneficiosa para la sociedad como esta familia estable y fecunda. Comienza ahora tímidamente un movimiento de apoyo a la familia desde las instituciones públicas. Queda todavía mucho camino por recorrer. Es preciso que los educadores, los hombres de la opinión pública, los gestores de la vida pública apoyen mucho más decididamente una institución que es la base de la salud moral y espiritual de las personas y de la sociedad entera.
En este asunto tenemos graves problemas pendientes en el plano de la cultura y del ordenamiento de la vida pública. Temas como la estima social de la fidelidad y de la fecundidad matrimoniales, una política del suelo y de la vivienda que favorezca el desarrollo de la vida familiar, el reconocimiento social y el apoyo económico del trabajo de la mujer en la crianza y educación de los hijos como un trabajo de verdadero interés social, son cuestiones que están pidiendo una revisión de nuestros usos sociales y políticos, la puesta en marcha de iniciativas innovadoras que marquen un progreso verdadero en el camino de la verdadera libertad y el bienestar humano e integral de las personas.
El Señor y la Virgen María bendigan a nuestras familias y les den sabiduría y fortaleza para vivir con seguridad y alegría su vocación humana y cristiana, su camino compartido hacia la perfección en el amor y en la generosidad que nos acerca a Dios y nos prepara para la vida eterna.